Opinión | IGUALDAD
¡Ostras, Pedrín!
Al hondo silencio salpicado de sonrisas le siguió el domingo un remate repleto de aplausos en dirección sonora contra la intolerancia
La semana pasada fuimos a la sesión de última hora a ver Te estoy amando locamente. Dijimos vamos antes de que nos pongan la venda, no vaya a ser que este tipo de historias sean condenadas al infierno. Es lo que sobrevolaba el ambiente.
Se trata de una recreación de las primeras escaramuzas de seres indefensos para protegerse en el 77 por sarasas de los estragos que la Ley de Peligrosidad Social, vigente aún, podía perpetrar en sus vidas. No es ningún panfleto; es un retrato costumbrista del agobio que oprime por todos lados a quienes intentan ser ellos mismos sin más. Desde el chismorreo del vecindario que oprime a los progenitores hasta las mentes del orden que no tienen piedad incluidas las de comunión diaria pasando por las células marxistas en cuya estrategia la única dialéctica que cabe es la suya, en absoluto la de Merimée.
No por conocido el retrato es menos emotivo. Un menor de edad, al que su madre sastra empuja a que estudie derecho mientras colma con factura incomparable los trajes del baranda de un bufete, está loco por cantar. Lo lleva en la sangre. El cuarto lo preside un póster considerable de Mari Trini. Mientras Reme se hace la tonta y confía en que saque la selectividad y se le pasen los efluvios, Miguel se orienta, busca a los suyos, los encuentra, rompe la pana sobre el escenario de un tugurio y toca el cielo antes de que una porra le agrie la cara en una redada y lo empapele entre tinieblas. El atropello abre ojos y el cruce de miradas con su hijo durante el juicio hace retumbar los corazones del patio de butacas.
Desde entonces unos han evolucionado y otros permanecen porque sí vigías de Occidente. Es esta una peli pequeñita que ha recaudado una miseria y que, sin embargo, esa víspera se puso las botas entre Barbies y demás superproducciones, con mucha gente joven asistiendo prendada. Al hondo silencio salpicado de sonrisas le siguió cuando ya era domingo un remate repleto de aplausos en dirección sonora. Contra la intolerancia, queridos.
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