Opinión | VERDIALES

Recetas contra el olvido

Los cuidados que las mujeres de mi familia nos procuraban desde lo doméstico son la herencia más preciada que yo he recibido, en lo emocional y en lo literario

La escritora italiana Clara Sereni, autora de 'Casamante' (Siruela)

La escritora italiana Clara Sereni, autora de 'Casamante' (Siruela) / EPE

Hay palabras que, como un resorte, activan mi memoria. También me pasa con algunos olores. Cada vez que, por ejemplo, paso por un lateral de los Jardines de San Francisco el Grande, muy próximos a mi casa en Madrid, aspiro un aroma que me traslada hasta el trayecto que, a diario, hacía con mi hermana a pie para ir al colegio.

Tendríamos poco más de diez años (nos llevamos dieciséis meses), pero nos sentíamos mayores, pues nuestros padres nos habían concedido, después de casi tantos ruegos como preguntas, el privilegio, ganado gracias a mi precoz madurez, de ir solas a clase.

Es un aroma que procede de una planta cuyo nombre desconocía entonces, seguramente porque ni siquiera era consciente de estar oliéndola, y no he querido averiguar ahora, una vida después, por miedo a que, al nominarla, el recuerdo, ya anclado al presente, desaparezca.

Es curioso ese temor, que nunca antes había verbalizado. Está, supongo, ligado a mi obsesión por preservar mi memoria, por salvaguardarla de la cruel paradoja que la sustenta: el paso del tiempo.

De ahí que me guste tanto invocar, cual literario ritual, a esas palabras que, como digo, activan mi retentiva. Una de ellas es cuajado, según su quinta acepción en el Diccionario: “Producto lácteo cremoso que se obtiene al cuajar la leche y separarla del suero”.

Es pronunciarla, o escribirla, y veo a mi abuela Antonia agachada en la lumbre de la cocina chica, moviendo las ascuas que colocaba encima de la tapadera de la cacerola en la que preparaba aquel postre que a mí me chiflaba y que ella sólo cocinaba en Semana Santa.

Era una receta que había ido pasando, generación tras generación, a las mujeres de su familia. Las últimas depositarias de aquel valioso legado culinario fueron ella y sus dos hermanas, Enriqueta y Carmen. Las tres sufrieron la peor de las tragedias, la muerte de un hijo, y, enlutadas de la cabeza a los pies, siguieron ocupándose de nuestras vidas pese a haber renunciado a las suyas.

Sus historias, las que se contaban en el corral para ahuyentar el dolor de la pérdida, murieron con ellas, igual que el cuajado desapareció de los menús familiares. No las escuché. No lo suficiente. Y ahora escribo para compensarlas. Porque esos cuidados que nos procuraban desde lo doméstico, el único ámbito en el que podían desenvolverse sin riesgo de oprobio, son la herencia más preciada que yo, al menos, he recibido. En lo emocional y en lo literario.

La casa, el hogar, territorio despreciado por la intelectualidad de pacotilla, aquella que ha leído el Ulises de Joyce pero no sabe lo que es atrochar, es un fértil terreno narrativo del que han salido voces merecedoras del Nobel, aunque aún no lo hayan recibido, como la de Anne Tyler.

“Quizá se equivocó quien dijo que todas las familias felices se parecen, porque incluso la charla cordial de una familia reunida alrededor de la mesa revela el malestar de quien come y calla, la angustia de quien habla demasiado y el vacío que deja ese plato puesto para alguien que nunca acudirá a la cena”, escribe la autora estadounidense en Reunión en el restaurante nostalgia.

Releo esa novela y pienso en mi familia y en la de Clara Sereni, la autora italiana a la que acabo de descubrir en un libro delicioso, Casamante (Siruela). Escrito a la sombra de Natalia Ginzburg, bajo su amparo, en él hace memoria apoyándose en las recetas que fue atesorando desde que dejó de ser hija para convertirse en madre. Mis recuerdos gravitan sobre palabras y olores. Los de ella, sobre texturas y sabores.

El pasado, ese núcleo escondido que aun así existe en alguna parte dentro de mí, sólo puedo imaginármelo, contármelo como un cuento”, asegura Sereni. Así es. Y por eso yo aspiro a cocinar, algún día, aquel cuajado que vi por primera vez preparar a mi abuela Antonia en la lumbre de la cocina chica.