Opinión | A PIE DE PÁGINA

Cansada

Me agotan, por encima de todo, la manipulación, la estrategia cortoplacista y las campañas irresponsables, que, queriendo debilitar al adversario, debilitan a la democracia misma

Cansada.

Cansada.

"Tú naciste cansada", solía replicar mi madre cuando, de adolescente, me quejaba de tener que hacer cualquier tarea que no implicara salir de fiesta, leer, escribir o escuchar música a todo volumen. Es curioso que, precisamente ella, repitiera esa frase -sin duda heredada de otras madres anteriores-, que soltaba siempre de forma automática, como impulsada por un resorte. Porque, efectivamente, el trance de parirme fue tan espantoso para ambas que tendría todo el sentido que yo hubiera nacido cansada. En lugar de una plácida llegada a la vida, parece ser que aquello fue la matanza de Texas

Luego mi debut como individua tenía todos los ingredientes para justificar ese supuesto cansancio congénito y así debía habérselo yo argumentado de haber estado más espabilada. Pero, entonces, en esos años en los que mi madre me reprochaba la indolencia, yo no tenía tan trabajado el repertorio de hija como hoy ni atesoraba tantos recursos, así que me limitaba a encogerme de hombros y seguir con mi tarea, que no era otra que intentar escaquearme, lo más subrepticiamente posible, de las que ella me asignaba.

Crecí, pues, asumiendo que era vaga. Y lo seguí pensando cuando, a los 20 años, me levantaba a las cinco de la mañana para ir a la radio y me iba, después, a estudiar hasta que acababa el día. Lo pensaba, incluso, cuando me hacía 13 o 14 horas en la redacción de mi extinto periódico incluidos, por supuesto, fines de semana, y libraba un solo día hasta que hubo un convenio decente. El pensamiento siguió ahí, martilleando, durante los muchísimos años que trabajé en comunicación política, sin horario en periodo de elecciones y no muchas menos horas en época tranquila, con el móvil siempre encendido y ayudando, al tiempo, a cuidar a mi padre mientras duró su demencia. Así de poderosos son los mantras que se repiten, inocentemente, y pasan de una generación a otra como frases cotidianas, leves, inocuas, que se pronuncian sin reparar en su carga nefasta.

Me lo llegué a creer tanto que, todavía hoy, décadas después, estoy incapacitada para el dolce far niente, lo cual delata mi procedencia y mi lugar en el mundo. Total, que de vaga no tengo nada. Pero para no contradecir del todo a mi madre, que tiene ya dos edades, cansada sí estoy. Estoy cansada, por ejemplo, de las hagiografías. Me da igual que me quieran hacer pasar por un ser impoluto y perfecto a un rancio playboy septuagenario, a una marquesa ultracatólica, al candidato al que le voy a votar o a su contrario. Que los hooligans y los fans, vengan de donde vengan, me tomen por tonta es una cosa que, mucho más que enfadarme, me da fatiga.

Pero me agotan, aún más y por encima de todo, la manipulación, la estrategia cortoplacista y chapucera que aspira no ya a tocar el corazón, sino a llegar al hígado, al intestino, al interior de las vísceras donde no hay contenido precisamente agradable. Las tácticas de quienes quieren tenernos con el sistema límbico a tope, con la amígdala en permanente acción, supurando estrés y mala uva, hiperreaccionando. Las campañas irresponsables, encaminadas a sembrar sospechas sobre el funcionamiento de las instituciones, de los servicios públicos; las que, queriendo debilitar al adversario debilitan la democracia misma.

Le debo haber dado la vuelta completa a la rueda del aguante, porque, así como no me conmueven las consignas melifluas, aquello que antes me cabreaba y me encendía y me hacía jurar en idiomas ignotos ahora me hastía. Será que ya no tengo edad o, tal vez, tengo demasiada. Cansada no nací, no. Pero como esto no acabe pronto voy a llegar al medio siglo arrastrándome.