Opinión | PARECE UNA TONTERÍA
Ya toca
Si pudiese pedir infinitos deseos, el primero sería no necesitar el coche para nada
Cada año, por estas fechas, salgo apaleado del concesionario, después de pasarle la revisión al coche, y diciéndome lo mismo: "Véndelo, déjalo con las llaves para que lo roben, estréllalo contra la Diputación, pero no tengas coche". Y después, arranco, hago 15 mil kilómetros en 12 meses, y al cabo regreso para la nueva revisión. Y otra hostia en la factura. Este carácter inevitable del mal, la naturaleza del choque entre aspiraciones y realidad, lo describía con mucha gracia John Toshack, exentrenador del Madrid: "Los lunes siempre pienso en cambiar a 10 jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves a cuatro, el viernes a dos, y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos cabrones".
Un día quisimos tener un automóvil para ser felices, y después, sin darnos cuenta, ser sus esclavos. Pobres imbéciles. A estas alturas, si pudiese pedir infinitos deseos, no estoy seguro de que el primero fuese ser rico, o gozar de salud, o ser guapo o inteligente. Esos podría pedirlos más adelante. Ni siquiera el primero sería encontrar siempre aparcamiento. Tener un buen sitio en el que dejar el automóvil es una aspiración casi mágica. Imagina salir a cenar, o al teatro, o al cine y aparcar delante de la puerta, sin dar cientos de vueltas a la manzana. O ir a comprar un tornillo y una arandela y dejar el coche frente a la ferretería. Pero, como digo, tampoco pediría esto. El primero deseo sería no necesitar el coche para nada.
No desear tener uno es un impulso que arrecia justo después de pasar la revisión, cosa que hice hace dos semanas. Iba a ser un buen día. Hasta que el supervisor del taller empezó a decir "Hay que cambiar aceite, líquidos, correas, pastillas, filtros de aire y antipolen. Ah, y habría que cambiarle las bujías. Ya toca". Me vino a la cabeza Jordi Pujol, cuando respondía "hoy no toca" a los periodistas que le venían con preguntas incómodas. Resoplé y me vi imprimiendo un cartel para pegarlo en la ventanilla que dijese "Se vende, pero aún no". La frase resumía mi ánimo, pues quería perder el coche de vista, pero no podía.
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