Opinión | POLÍTICA Y MODA

Un cirujano con miedo a la sangre

Si estas semanas en algunos partidos se valoraba si “debate sí o debate no”; no puede sorprendernos que entre una gran parte del electorado la duda hasta el 23J sea “votar o no votar”

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Finalmente, no veremos ni escucharemos debatir a los cuatro principales aspirantes con mayores posibilidades de presidir o formar gobierno tras el 23J. Por lo que sea, PP y Vox no quieren. Sólo el lunes 10 de julio tendremos un cara a cara (de la España bipartidista) con la mitad de los candidatos: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Según muchos politólogos, "si las encuestas están de tu lado, mejor ahorrarse el peligro de debatir". Pero en un político (perdón, en un demócrata) el miedo a debatir debería inquietarnos tanto como si un cirujano tuviera pánico a la sangre.

En EEUU, en 1992, cuando George Bush padre se negaba a debatir contra Bill Clinton, los demócratas lanzaron una fórmula visual tan resultona como efectiva para "convencerlo". A cada mitin del republicano empezaron a enviar a un actor disfrazado de gallina. Los medios acabaron haciéndose eco de aquella anécdota y bautizaron al presidente como "George, el gallina". Cada acto público de campaña con el presidente se convertía en una especie de "Busca a Wally"; a la gallina no sólo la rastreaban los cámaras también el equipo de seguridad de Bush.

Para obtener un minuto de oro en televisión, anónimos espontáneos se disfrazaron de gallina y el juego se hizo tan popular como imparable. Los asesores de Bush padre le aconsejaron entonces que hablara con la gallina de turno para intentar restarle importancia al asunto. Obviamente, no sirvió de nada. El relato visual construido en el electorado basado en "George, el gallina" había triunfado y la única forma de demostrar que no era ningún cobarde fue aceptar el duelo.

Sin embargo, Bush padre no se sentía cómodo en aquel debate y su cuerpo lo confirmó. Aunque se mostró nervioso y distraído la mayor parte del tiempo, fue un gesto en concreto el que según los analistas provocó que acabara perdiendo las elecciones y la reelección.

¿Qué que hizo? Justo cuando una mujer del público le planteó una pregunta, el candidato republicano miró su reloj (prisa, aburrimiento, hartazgo...) lo que se interpretó por parte de los espectadores como una falta de respeto. Podrían algunos considerar que quizá el pobre hombre sólo estaba comprobando la hora; pero el gesto fue tan fugaz que es evidente que era una muestra de ansiedad y no de búsqueda de información en las agujas. Además, ya lo había hecho con anterioridad durante el debate. Bush no deseaba estar allí y su lenguaje corporal se manifestó...

Desde entonces, el plano de escucha (qué comunica el aspirante mientras no participa verbalmente) se considera tan o más importante que la postura que adopta el político cuando interviene en un debate, y más en un cara a cara. Afear con una mueca de burla la propuesta o comentario del rival puede resultar muy divertido para la parroquia de uno; pero también puede alejar el voto de algún indeciso que considere que con ese gesto se ha mostrado condescendiente y poco elegante. Ignorar visualmente la respuesta de un adversario refugiándose en las notas o prefiriendo fijar la mirada hacia los moderadores también puede acarrear problemas...

El 87% de la información que recibe nuestro cerebro es a través de la vista. Por eso, si presencialmente no miramos a alguien al hablar, es normal que nos reclame nuestra atención: "¿pero me estás escuchando (mirando)?" Algunos candidatos ignoran expresamente a su contrincante queriendo menospreciarlo sin entender que en el debate hay que seducir (convencer) precisamente al espectador/elector que piensa diferente y que se ve representado en el adversario al que se pretende ofender.

Si estas semanas en algunos partidos se valoraba si “debate sí o debate no”; no puede sorprendernos que entre una gran parte del electorado la duda hasta el 23J sea “votar o no votar”. Sin embargo, los primeros deciden según sus propios intereses y conveniencia electoralista. Los segundos, demasiadas veces y desde hace demasiado tiempo ya, por obligación (para que gane el menos malo) o simplemente despecho (“los va a votar su madre”).