Opinión | A PIE DE PÁGINA

Las novias de España

Carmen Sevilla y las folclóricas de su época iluminaron con su belleza y su gracia los años más sombríos de la historia reciente

Carmen Sevilla.

Carmen Sevilla.

Ha muerto Carmen Sevilla, estarán al tanto, y con ella se va una más de esa generación de actrices que con su belleza excepcional, su gracia y su picardía iluminaron los años más sombríos de la historia reciente de España.

Es la suya una generación, la de los últimos años de la Guerra Civil y la posguerra, de la que hay mucho que aprender, tanto de las personalidades populares, como ella, como de sus conciudadanas españolas de a pie.

Para empezar, es admirable su brío y su alegría en una época tristona e incómoda de habitar. Su resiliencia, diríamos ahora. Desde la pantalla, en blanco y negro o en cinemascope, Carmen Sevilla y otras de sus contemporáneas iluminaron la grisura de aquellos días y los hicieron un poco más llevaderos. A ellas se les permitía, en la ficción y en su vida privada, siempre que fueran discretas, transgresiones a la norma que el resto ni por asomo podían permitirse. Juergas, separaciones, amantes, abortos.

En la casa, en las fábricas y en las oficinas, otras mujeres afrontaron la vida cotidiana con el mismo salero y con menos rédito, y sacaron adelante a la familia y al país cumpliendo con la abnegación y el recato que exigían los tiempos.

Carmen Sevilla, Lola Flores, Sara Montiel, en primera fila, eran las novias de España, entretenían al resto de las españolas y las sacaban de tanto en cuando de una cotidianidad más bien gris con los amores y desamores que protagonizaban en la ficción. Tenían desparpajo, aire despreocupado y una actitud moderna, siempre dentro de los límites que marcaba la decencia.

Carmen Sevilla.

Carmen Sevilla. / Archivo

Carmen Sevilla empezó a trabajar con 13 años, como bailarina de la compañía de Estrellita Castro. Cobraba seis duros, que no estaba mal para la época, pero que a ella le cundían poco porque, golosa como fue toda su vida, se le iban en comprar milhojas y pasteles. Lo tenía todo para triunfar, incluida inteligencia y sentido común, y triunfó. Primero en casa y luego en Hollywood, pero decidió renunciar al star system y regresar a España, su España, por amor y, es de suponer, porque aquí se sentía más cómoda y arropada.

De todas las folclóricas ella fue la más ye-yé, la que tenía un aire más sofisticado. Cambió la bata de cola por la minifalda con absoluta naturalidad y hasta se dejó filmar ligeramente descocada en las películas de los años 70.

Saltó de las pantallas del cine a las de televisión y dejó atrás su etapa de mito erótico para llevarse de calle a los espectadores trasmutada en una matrona madurita, bonachona y despistada. No tenía un pelo de tonta.

Retirada de la vida pública desde hace años, deja tras ella una estela que ilumina la memoria de una época y de una España que, para bien, hace mucho tiempo que quedó atrás.