Opinión

María ‘PeP’ Guardiola

La lógica sensata asume la sana competencia entre distintos protagonistas por llegar a la meta

Una escena de 'El Padrino'.

Una escena de 'El Padrino'.

Los enemigos no es posible vencerlos porque la prioridad es su destrucción, no su rendición. En cambio, frente a un adversario cabe la derrota, la victoria o el empate. Nos enemistamos con los rivales para aniquilarlos, no para imponernos ante un objetivo.

Sin embargo, si a quienes pretenden exterminarnos los tratamos como meros oponentes, nos arriesgamos a jugar con unas normas de contienda que sólo respetamos nosotros. La lógica sensata asume la sana competencia entre distintos protagonistas por llegar a la meta. Ahora, la brutalidad lleva al exterminio del enemigo como única estrategia. La evolución racional concita a oponentes que enriquecen con elegancia la pugna por el premio. Por el contrario, la obsesión por la destrucción del prójimo conduce a la crueldad inhumana y a la búsqueda compulsiva de nuevos enemigos.

Como norma general, los animales no tienen enemigos sino competidores. Pero si nos acercamos a nuestros parientes cercanos, como son los chimpancés, veremos que la cosa cambia. La etóloga Jane Goodall ha convivido más de sesenta años con nuestros primos los primates (no confundir con algunos cenutrios, hijos de nuestros tíos, a los que llamamos primotes). En su hábitat descubrió que estos mono sapiens se comportan de manera bastante salvaje, tal y como hacemos las personas. La primatóloga afirmaba que, si estos simios tuvieran armas de fuego, y supieran cómo utilizarlas, no dudarían en hacer el humano con ellas.

La atracción por masacrar enemigos nos ha llevado a estudiar, desde la psicología, las causas de esta perversión tan inhumana. ¿Es algo que va en nuestros aguerridos genes o lo aprendemos de una sociedad incívica? No sé si les voy a resolver la duda, pero les adelanto que la agresividad es un instinto innato en personas y animales, mientras que la violencia es un producto humano que se aprende. La agresión es una respuesta de adaptación al entorno que nos rodea y tiene una base biológica.

La agresividad se transforma en violencia en el momento en que su único objetivo consiste en hacer daño a los demás. Gracias a la agresión nos defendemos en la naturaleza para estar vivos. Por culpa de la violencia atacamos por el placer de matar enemigos.

Las ideologías, símbolos, creencias y religiones son los mayores productores de violencia. Estas industrias manufacturan la agresividad con la que nacemos, para transformarnos en sanguinarios fumigadores de enemigos. El que no está conmigo, está contra mí. Parece una frase de don Vito Corleone, señalando a sus víctimas en El Padrino (1972). Sin embargo, la amenaza es del propio Jesús en el evangelio de San Mateo (12:30). No se queda atrás el Corán. "Matad a los idólatras dondequiera que los encontréis" (9:5). En fin, a Dios rogando y al enemigo machacando.

La actividad pública es un vivero de enemistades y un cementerio de adversarios. Nada nuevo, y demasiado viejo. Reconforta encontrarse con rivales y alejarse de los cadáveres de los enemigos que atesoramos. Me alegré al escuchar esta semana a una adversaria, sin la tentación de convertirla en enemiga, por muy conservadora que sea. María Guardiola, candidata del PP en Extremadura, ha desnudado y denunciado el colaboracionismo de su formación con lo más casposovox. Ha frenado su entrada en el gobierno, aunque cedía a los ultras otras parcelas de poder. Al menos no se ha entregado sin condiciones, como han hecho sus colegas de Valencia.

Ella, en sus declaraciones, ha elevado a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal. Copiar hoy la frase de Adolfo Suárez en su discurso de junio de 1976 es una señal preocupante de la anormalidad a la que nos lleva la sagrada alianza del PP con la ultraderecha. Feijóo ya tiene baronesa.

El acceso a la monarquía política te lo dan los adversarios y no los tuyos. En el PSOE, los barones que ensalzan en Génova son Page Lambán. Ya tenía yo ganas de admirar a una lideresa de sangre política azul. La extremeña ha dado al PP algo de Pep, al seguir en política los postulados de otro Guardiola. En ese caso Josep. El mítico entrenador del Barça, y alumno aventajado de Cruyff, defendía la posesión y la combinación frente al mero tiki-taka. No se trata de pasar el balón, sino de hacerlo con intención buscando huecos. Justo lo contrario que hoy hacen los populares. Ceder su espacio a la ultraderecha, para intentar quedarse la pelota y ganar, aunque dejen sin fútbol a los espectadores que votan. Por cierto, la hija de Pep se llama María Guardiola.