Opinión | GATO ADOPTIVO

La ficción de Ciudadanos

"Rivera se había creído eso del ‘Kennedy español’, olió el ‘sorpasso’ al PP y desafió a todos los que le habían apoyado"

Albert Rivera, en una imagen de archivo.

Albert Rivera, en una imagen de archivo. / EFE

En realidad, Ciudadanos siempre fue un partido ficticio, creado desde las élites y cebado por una parte de los medios de comunicación. Tan ficticio era que a su primer líder, Albert Rivera, lo eligieron por azar, ya que los intelectuales y periodistas que estuvieron en la gestación del proyecto no quisieron mancharse las manos. Un partido ficticio, puramente coyuntural, al que los mismos que auparon dejaron caer cuando quiso volar libre y dejó de serles útil.

Ciutadans, antes de mutar en Ciudadanos, nació en Cataluña casi como una escisión intelectual del PSC. Escritores, pensadores, profesores y periodistas que habían estado siempre en la órbita de los socialistas catalanes lo pusieron en marcha como reacción a lo que ellos creían poca beligerancia del PSC contra el nacionalismo catalán, cuando no complacencia ante el incipiente procés. Si Podemos se jactaba de haber nacido en las plazas del 15M, Ciutadans lo hizo sobre los manteles del restaurante Taxidermista de la plaza Reial, en pleno centro de Barcelona.

Era un partido instrumental que, y así hay que reconocérselo a Rivera, primero, e Inés Arrimadas, después, logró conectar con una parte del electorado catalán, especialmente de centro izquierda, que se sentía huérfano ante el devenir político de la comunidad. Y como reacción al 1 de octubre, consiguió ganar las elecciones de diciembre de 2017. Ese fue uno de los dos puntos de inflexión que marcarían el principio del fin del partido, ya que Arrimadas desoyó todas las recomendaciones, descartó presentarse a un debate de investidura y dejó al partido y a sus votantes en la estacada para irse a Madrid.

El segundo se produjo cuando Rivera también hizo oídos sordos a los que le habían llevado al estrellato político, los que difundían sin pudor que iba a ser el ‘Kennedy español’, y descartó pactar un gobierno con Pedro Sánchez. Ciudadanos, ya con el nombre castellanizado, había saltado a Madrid para hacer de bisagra entre el PSOE y el PP, para impedir que los dos grandes partidos se tuvieran que apoyar en los nacionalistas periféricos para gobernar.

O casi peor, en los populistas de Podemos en el caso de los socialistas. Pero Rivera se había creído eso del ‘Kennedy español’, olió el ‘sorpasso’ al PP y desafió a todos los que le habían apoyado. Se hinchó de balón y lo pagó en las urnas a finales de 2019.

Por el camino, ya había empezado a perder credibilidad entre los votantes al convertirse en muleta del PP más que en bisagra del bipartidismo e impedir la alternancia política en muchas comunidades y ayuntamientos tras las elecciones autonómicas y municipales de ese mismo año. Muchos de sus votantes en el conjunto de España lo vivieron como una traición, como antes lo habían hecho sus electores en Cataluña, que nunca entendieron que se dejara expedito el camino a los independentistas, que coronaron a Quim Torra.

El partido ficticio, nacido de arriba hacia abajo, había perdido toda su utilidad, ya fuera para hacer frente al nacionalismo catalán, porque el PSC había regresado a su posición tradicional, ya fuera para engrasar el bipartidismo. Y en la política, además del ridículo, como decía Josep Tarradellas, hay otra cosa que no se puede hacer: convertirse en irrelevante. Y Ciudadanos ya hace mucho tiempo que lo era, tanto en la política catalana como en la española, dando la razón a los que sostienen que el centro no existe. “Estar en el centro de la carretera es muy peligroso, te atropella el tráfico de ambos sentidos”, decía Margaret Thatcher.