Opinión | ELECCIONES

Ciudadanos, el centro que pudo ser

España tiene espacio para tener un partido de centro, el problema es cómo consolidarlo desde el pensamiento

Inés Arrimadas

Inés Arrimadas / Alejandro Martínez Vélez

Ciudadanos comenzó a morir el día que Albert Rivera decidió no apoyar a Pedro Sánchez para ser presidente. Ese día se rompieron dos cosas: el sentido de Estado del que siempre se había vanagloriado el partido provocando una repetición de elecciones y la posibilidad de entrar o respaldar a un Gobierno, aunque fuera desde fuera.

La defensa que siempre han hecho tanto Rivera como la propia Inés Arrimadas sobre su decisión estaba sustentada en que Sánchez no era de fiar. Que Sánchez en realidad no los quería. ¡Y qué!, se podría decir. Con la imagen e influencia que en aquella época tenía la formación naranja no hubiera sido difícil que el líder del PSOE tragara. Pero no hizo falta.

A Rivera lo convencieron, con encuestas sobre la mesa, de que el 'sorpasso' al Partido Popular era posible. De que él podía convertirse en el nuevo líder de una derecha joven, contemporánea, en definitiva, del siglo XXI. Y dejó ausente un espacio para el que tenía todas las posibilidades de servir: un espacio político de centro.

Su nacimiento ocurrió en Barcelona debido al cansancio por la deriva nacionalista en la que la mayoría de las formaciones catalanas estaban instaladas. Sobre todo, el PSC. Su diseño ya forma parte de la historia, aunque muchos de sus votantes lo desconozcan. Han pasado 18 años.

Una serie de profesores, escritores, periodistas, actores, traductores decidieron redactar una manifiesto inspirado en los movimientos de empoderamiento ciudadano de aquella época, pero centrado en Cataluña.

Tenía diferentes principios que lo enmarcaban en posiciones muy de centro o, remarquemos, muy centradas. Dos de las más importantes entendían que “los territorios carecen de derechos" porque "sólo tienen derechos las personas" y la otra remarcaba sobre la "libertad e igualdad", que defiende "el espíritu crítico y el debate racional".

El debate racional era una gran novedad, en aquella Cataluña del tripartito y Zapatero, donde se estaba en medio del redactado de un nuevo Estatuto de Autonomía del que el presidente, no siéndolo, había asegurado que se aprobaría tal y como llegara del Parlament, aspecto de un muy delicado encaje en la Constitución.

El hartazgo de una parte de la sociedad catalana sobre lo que estaba ocurriendo en la Comunidad provocó que, de tres diputados en 2006, pasaran a 36 diputados y a ganadores de las elecciones de 2017.

La aparición de Ciutadans fue recibida en el resto de España como aire fresco para la política. Lo cierto es que la intención de la formación de ampliar su espacio electoral a todo el Estado siempre existió.

El interés en Madrid comenzó con el escándalo de las tarjetas ‘black’ de Caja Madrid, que agitó a todas las formaciones, pero en concreto al Partido Popular. Ese es el momento, y no en otro, en que Albert Rivera comenzó a recibir llamadas seductoras de las élites económicas del país para construir, no tanto un espacio de centro, que hubiera sido lo suyo, sino una contraofensiva al PP de Rajoy. Era 2014.

Rivera no jugó al principio, sólo se dejó seducir. Pero finalmente se creyó los elogios que llegaban de todas partes y los resultados le acompañaban. Y así tiró la toalla ante la presencia de Pedro Sánchez para convocar una elecciones que acabarían con su marcha del partido. Las elecciones del desastre.

Arrimadas, aun demostrado que había sabido liderar la formación a la perfección en Cataluña, no construyó con seriedad intelectual aquello hacia donde debía dirigirse: un partido de centro. Mal asesorada comenzó a jugar entre el liberalismo mal entendido y espacios inconclusos que podían ser rebatidos por muchos.

Un estudio en profundidad de las leyes aprobadas, primero en Cataluña, después en el Congreso de los Diputados, más tarde en el resto de las comunidades autónomas, ofrece un perfil de partido de centro, capaz de pactar con el PSOE, el PP y otras fuerzas políticas. Sin embargo, jamás han hecho bandera de eso mismo, que es su sentido de existir.

La huida de Arrimadas de Cataluña justo en el momento que le iba mejor -además de la imposibilidad, tampoco plantaron batalla para formar un gobierno ya que no sumaban- acabó por destrozar la imagen que sus electores tenían del partido.

En la rueda de prensa ofrecida este martes, su secretario Adrián Vázquez aseguró que “no se rendían” y que la decisión era para “rearmarse programáticamente”. Difícil. El partido es un barco donde los marineros se prestan a saltar al agua, algunos en busca de otra formación, otros para volver a su vida de… ciudadano.

Lo tuvieron todo, aunque siempre supeditados a aguantar a los habituales profesionales del medrar político. Es el riesgo de formaciones jóvenes que recogen frustados con otras siglas. Y organizar un partido en toda España tiene unas dificultades de valor humano complicado.

En un tiempo, Albert Rivera quería activar a ‘headhunter’ que buscaran a los mejores por las diferentes autonomías. Su idea era profesionalizar la política. Pero sin una estructura clara en los valores que se buscan es imposible.

España tiene espacio para tener un partido de centro. El problema es cómo consolidarlo desde el pensamiento. Las próximas elecciones catalanas podrían ser su última oportunidad. Volver a los “palauets” y renacer. Pero la “escudella” se queda sin agua.