Opinión | ANÁLISIS

Y tú ¿coces o te recueces?

Nos enfadamos porque no estamos cómodos, y no disfrutamos porque vivimos encabronados

Un cerco policial en EEUU.

Un cerco policial en EEUU. / Shutterstock

El enfado es una respuesta lógica ante una situación o persona que nos enoja. Pero si somos unos enfadicas, el problema está en nosotros. Así, una adaptación al medio se vuelve agresiva hacia uno mismo y contra los demás. Si el malestar se alarga en el tiempo, nos ponemos de uñas y gruñamos (en Aragón, "grumaños") a todo lo que se mueve. Sin embargo, quienes son unos amargados ejercen su bilis con independencia de lo que suceda. Como decía el escritor estadounidense Mark Twain, "el enojo es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en el que se almacena que a cualquier cosa en la que se vierte".

Nos enfadamos porque no estamos cómodos, y no disfrutamos porque vivimos encabronados. La paradoja social es que se comprende más la irritación que el bienestar. Parece que siempre hubiera motivos para el hastío, mientras que resulta extraño convivir con lo afable. Es fácil justificar la rabia, pero cuesta razonar lo agradable.

Los niños se enfadan si no actuamos como quieren. Los mayores nos cabreamos porque debemos hacer lo que nos dicen. No hay escapatoria. Las leyes y normas nos obligan, la moral nos implica, la ética nos indica, las religiones nos condenan, las modas nos llevan y los demás nos arrastran. Somos libres, pero actuamos como presidiarios. Reivindicamos una vida desmelenada al viento de la sociedad, pero somos reclusos del liberalismo salvaje que domina el mercado de los intereses. Y en éste cotiza al alza el enfado. La cólera rebota en el parqué bursátil de las emociones más que los berrinches del parque infantil.

Rumiamos el enfado a fuego lento para cocinar la venganza. Salteamos la receta con un poco de ira, una pizca de furia y un buen chorro de frustración. Conviene aderezar el guiso con algún conservante natural, como es el rencor, para que perdure en el tiempo. Debemos remover la mezcla con ansiedad para percibir el aroma de angustia que rezuma la poción. Si preferimos un pescado, podemos comportarnos como un buen besugo al odio.

Los fogones de la tirria funcionan a todo gas en esta campaña electoral

Recomiendo acompañar esta disgustación con un buen maridaje a base de indignación. Sugiero una crianza a base de malas uvas del viñedo familiar, para adquirir la acidez exquisita que le confiere su envilecimiento en barricada añeja. Si la digestión de este banquete le parece más pesada que la del sueldo de los banqueros, siempre puede añadir a la ingesta algo de bicabronato.

Esta receta garantiza el éxito. Le impondrán el burrete que le acredita como tal y se graduará como despotécnico superior enfurruñado, para envidia y animadversión de sus resentidos y avinagrados compañeros de provocación. Tras finalizar su titulación le animo a que perfeccione, con inquina y resentimiento, un buen máster en maldad de productos lácteos personales.

Los fogones de la tirria funcionan a todo gas en esta campaña electoral. Se atribuye al que fuera presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, una frase que explica cómo ganó unas elecciones a pesar de su mala valoración: "si no puedes convencerlos, confúndelos". Las derechas han actualizado esta estrategia de comunicación. Su lema es: si no puedes ganar, asústalos.

Han sustituido los mensajes por amenazas, las propuestas por acusaciones y los debates de la palabra por bates bucales. Trabucan las buenas cifras de la economía, el empleo y el crecimiento, con sus trabocas llenas de saña escupiendo aversión. Emplean el juego sucio como los malos futbolistas que, con impotencia, se emplean con violencia de roja directa.

La paradoja social es que se comprende más la irritación que el bienestar

Necesitamos un VAR de la política. La buena gestión del gobierno requiere reflexión y respaldo activo en las urnas. Mientras, la emoción del miedo es simple y efectiva porque no exige racionalidad. Si depositamos enfados, en lugar de votos, la alianza voxpular sabe que tiene una oportunidad para volver a los recortes del pasado y al fracaso de un futuro de progreso.

El mejor antídoto contra los cascarrabias perennes es el humor. Es una respuesta sana y sostenible. Contribuye a nuestra salud mental frente a los malhumorados y, a su vez, a estos les pone furibundos contra sí mismos.

No le vendría mal a esta campaña más ironía con chispa y menos macarras de la extorsión labial. Una sonrisa inteligente es más fuerte que una intimidación displicente. Si estos días le amedrentan, coceando, estos conservadores recocidos en su enfado vital, contra Pedro Sánchez, el gobierno, los progresistas, los que no piensan igual y el mundo que les rodea, hágales el caldo gordo con esta pregunta: y tú ¿coces o te recueces?.