Opinión | GATO ADOPTIVO

Romper con el pasado

La izquierda abertzale tiene todavía que culminar un largo recorrido para que los demócratas podamos equipararla al resto de fuerzas políticas

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otegi / EDUARDO SANZ / EUROPA PRESS

El 10 de febrero de 2018, Gerry Adams abandonaba de forma oficial la presidencia del Sinn Féin, considerado el brazo político del IRA, tras más de 34 años en el cargo. En esas tres décadas largas, Adams había dirigido con mano de hierro el partido junto a Martin McGuinness, ex miembro del grupo terrorista. McGuinness había iniciado el relevo generacional en el Sinn Féin un año antes, retirándose de la primera línea. Adams y su correligionario fueron sustituidos al frente de la formación por Mary Lou McDonald, de 48 años, representante de una generación de políticos norirlandeses sin conexiones directas con la lucha armada.

Apenas cuatro años después, en mayo de 2022, el partido era el más votado por primera vez en su historia en unas elecciones autonómicas en Irlanda del Norte y superaba al Partido Unionista Democrático.

Pese a estar fuertemente enraizado en la sociedad norirlandesa, como refleja con crudeza el libro-reportaje No digas nada, de Patrick Radden Keefe, el Sinn Féin no ganó unas elecciones regionales hasta que no renovó totalmente su estructura para alejar de los puestos de mando a todos los que, de una forma más o menos activa, más o menos directa, estuvieron implicados en la lucha armada. Cierto es que Adams siempre negó su participación en la actividad terrorista, pero la investigación del periodista norteamericano pone en duda esta versión edulcorada de su biografía.

Recurrir a los referentes más cercanos nos sirve para situar en su contexto lo que ha sucedido en los últimos días con las candidaturas a las elecciones municipales de EH Bildu y su inclusión en las mismas de hasta 44 ex terroristas de ETA, algunos con delitos de sangre y que son candidatos en municipios en los que atentaron. Nadie discute la legalidad de la decisión, puesto que si ya han cumplido condena y han agotado el tiempo de inhabilitación, no hay impedimento alguno para que puedan concurrir a las elecciones. Otra cosa muy distinta es que no sea éticamente reprobable incorporar a las listas electorales a personas que, directamente, fueron responsables de tanto dolor.

La izquierda abertzale tiene todavía que culminar un largo recorrido para que los demócratas podamos equipararla al resto de fuerzas políticas. Es verdad que hace apenas dos años, con motivo del décimo aniversario del fin de la violencia de ETA, el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, pedía perdón a las víctimas: “Sentimos su dolor y nunca debió haberse producido”. Pero no es suficiente. 

Decisiones como la inclusión en masa de ex etarras en las candidaturas municipales hacen dudar de la sinceridad de este tipo de pronunciamientos. En el pasado ya hubo antiguos terroristas en las listas, pero nunca tantos ni en los municipios en los que atentaron.

Como hizo el Sinn Féin hace apenas cinco años, EH Bildu tiene que dar pasos claros hacia la ruptura con su pasado para integrarse con plena normalidad en la institucionalidad democrática española. Y ello pasa por renunciar a contar en sus filas con antiguos terroristas o con ex colaboradores de la banda armada. Al igual que Gerry Adams hizo en 2018 y unos meses antes Martin McGuinness, el primero que debería plantearse dar un paso a un lado es el propio líder de EH Bildu, Arnaldo Otegi. Mientras haya en la izquierda abertzale personas que en el pasado tuvieron vínculos con la banda terrorista, del tipo que fueran, será muy difícil ver en EH Bildu una organización política equiparable al resto. 

Para sortear la Ley de Partidos, la formación ya presentó hace años listas sin personas vinculadas a ETA. Ese es el camino si quiere dejar de ser una anomalía democrática. Se lo debe a las víctimas.