Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA
El fin de la diplomacia del oso panda
Con osos comedores de bambú o sin ellos, el coloso asiático tiene aspiraciones globales en la gran transformación del mundo
Cleopatra regalaba gacelas. La diplomacia animal en el mundo de las relaciones internacionales es más vieja que el hilo negro, una costumbre que se sofisticó durante la Edad Media mediante el intercambio de fauna exótica, como señal de respeto, civilización y hospitalidad. Con animales se cicatrizaban guerras y se aceitaba el trueque comercial. En tiempos más recientes, el presidente indonesio Suharto obsequió a Bush padre con dos dragones de Komodo. Y durante un viaje a Trípoli en 2003, Gadafi donó a Aznar un caballo de linaje árabe-berberisco, de nombre El Rayo del Líder, que permanece al cuidado del escuadrón de caballería de la Guardia Civil en Valdemoro (Madrid). En cualquier caso, los chinos son maestros del asunto.
Mao Zedong desenterró la vieja costumbre de los emperadores chinos de ofrendar osos panda (Nixon se llevó una pareja tras su histórica visita a Pekín en 1972). Así se reanudó la llamada 'diplomacia del panda', que solía abrir la puerta a la inversiones. Primero, el gigante asiático los regalaba a los países occidentales y, luego, a partir de los años 80-90, pasó a cederlos en alquiler, en una época más o menos coincidente con el 'boom' del 'made in China' y el principio de las deslocalizaciones de la producción (sí, al menos desde la guerra de Troya sabemos que algunos regalos van preñados de veneno).
El regreso de Ya Ya
Hace unos días, China ha retirado del zoo de Memphis (Tennessee, EEUU) a una panda gigante, cedida en préstamo hace 20 años, en un gesto cargado de simbolismo. Las redes sociales chinas se encargaron de caldear el ambiente: las imágenes de la osa Ya Ya, muy delgada y con calvas en el pelaje, parecían apuntar a una negligencia en los cuidados, pero las autoridades norteamericanas se han defendido alegando que el animal sufre una enfermedad crónica de la piel. De cualquier modo, el regreso del panda evidencia el deterioro de las relaciones entre Washington y Pekín, espoleado por la crisis de los globos espía y la sempiterna tensión por Taiwán. También la guerra de Ucrania, claro.
No sabemos si surtirá efecto alguno el plan de paz presentado por Xi Jinping ni el contenido de la conversación telefónica que mantuvo la semana pasada con el líder ucraniano, Volodímir Zelenski. Pero tarde o temprano, por necesidad forzosa, el conflicto acabará en la mesa de negociaciones, con dos grandes interlocutores: Estados Unidos y China. Con osos comedores de bambú o sin ellos, el coloso asiático tiene aspiraciones globales en la gran transformación del mundo.
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