Opinión | INTERNACIONAL

Vuelco histórico en Colombia

En el contexto del nuevo viento a favor de las izquierdas en América Latina, Gustavo Petro se distingue por un realismo sin asomo de radicalidad

Gustavo Petro visita Cúcuta en el marco de su campaña electoral

Gustavo Petro visita Cúcuta en el marco de su campaña electoral / Mario Caicedo

La elección de Gustavo Petro en Colombia supone un verdadero vuelco en la azarosa historia del país latinoamericano, que suma dos siglos de jefes de Estado conservadores o liberales. Ha saltado por los aires esta alternancia en el poder y la extendida creencia de que la sociedad colombiana era acomodaticia y tenía un desinterés crónico por la política, desilusionada por el imperio de la violencia, el desafío del narcotráfico y las desigualdades siempre en aumento.

Frente a ello, ha prevalecido la movilización popular -muy dinámica en 2019 y 2021 ante la desastrosa gestión de la crisis social del presidente saliente, Iván Duque- y la propuesta socialdemócrata de Petro, tan decidido a forjar su figura de líder reformista como a distanciarse de todo asomo de radicalidad. El matiz es importante porque dentro del nuevo viento a favor de la izquierda que sopla en America Latina, las diferencias son notables y Petro se distingue por su realismo.

Desde que en 1949 fue asesinado el intelectual y político Jorge Eliécer Gaitán y estalló el bogotazo, los errores propios y la represión impidieron a la izquierda tener en las instituciones una voz reconocible. La proliferación de movimientos guerrilleros –el propio Petro militó en el M-19–, la actividad de las FARC durante más de medio siglo y la intimidación, cuando no el asesinato de figuras de pensamiento progresista, impidieron a la izquierda disputar el poder al establishment.

Una mezcla de impotencia y desconfianza ante los discursos renovadores dio como resultado una abstención endémica en cada convocatoria electoral. En la del domingo, en cambio, la participación alcanzó el 58% y Petro aventajó en 700.000 votos a su adversario, el empresario Rodolfo Hernández, parecido en sus propósitos a Donald Trump y Jair Bolsonaro.

La movilización solo se explica por la esperanza del electorado de izquierdas de, por fin, saborear el triunfo, y por el temor conservador de perder la presidencia: la participación hizo posible la victoria de Petro, pero también el buen resultado obtenido por Hernández, un outsider de la política.

Los resultados muestran una sociedad fracturada en la que pervive la división por la paz sellada con las FARC por el presidente Juan Manuel Santos y en la que, de forma difusa pero eficaz, el expresidente Álvaro Uribe, muy conservador, mantiene su influencia. La mejor carta de presentación de Petro es su conocimiento detallado de una sociedad dual, con bolsas de pobreza lacerante y desequilibrios enquistados. Sabe cuál es el tejido social de Colombia no tanto por su militancia guerrillera de juventud como por su labor como alcalde de Bogotá (2012-2015). Eso no aleja el recelo de las élites, que temen que el capitalismo eficaz que predica erosione sus privilegios.

Se prevén días difíciles, pero también intensos políticamente: Petro carece de fuerza suficiente en el Parlamento para sustentar su programa, y deberá echar mano de la destreza demostrada durante sus años de senador para sacar el mejor partido de un Congreso dividido, sin un líder de la oposición definido y donde no es imposible que pesque los apoyos necesarios para sacar adelante su agenda.