Opinión | OTAN

El desafío de Turquía

Ankara reta a sus socios de la OTAN al condicionar el ingreso de Suecia y Finlandia mientras arrecian los peligros derivados de la guerra de Ucrania

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan / -/Turkish Presidency /dpa

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, está decidido a exprimir hasta la última gota la posibilidad de salir beneficiado del ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN. Parapetado en la regla de la Carta Atlántica que impone la unanimidad para el ingreso de nuevos miembros, no está dispuesto a facilitar el proceso en medio del paroxismo de la guerra en Ucrania y de la necesidad de los candidatos de procurarse un paraguas protector frente a una Rusia imprevisible. Ese carácter de urgencia opera a favor de la estrategia de Erdogan, un mandatario extemporáneo y divisivo.

Sus motivos para poner palos a las ruedas no tienen mucha consistencia. Ni los militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) cobijados en Suecia y Finlandia convierten a ambos países en refugio de terroristas ni el embargo de armas a Turquía decretado por Estados Unidos y Suecia carece de fundamento. En el primer caso se deriva de la actuación del Ejército turco en el Kurdistán sirio. En el segundo, a la compra de un sistema ruso de misiles.

La posición de Turquía frente al resto de socios de la Alianza, partidarios del doble ingreso, es un desafío si se tienen en cuenta los riesgos asociados a la guerra en Ucrania. Erdogan tiene razones internas para encarecer el precio a la ampliación de la OTAN. La más reseñable es la situación desastrosa de la economía turca –con el hundimiento de la lira, que se cambia a seis céntimos de euro–, más la pérdida de popularidad de Erdogan, la posibilidad de que la oposición se presente unida a la elección presidencial de 2023 y los casos de corrupción que alcanzan a la familia del presidente.

Además, existe una incomodidad manifiesta del establishment de la formación de Erdogan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (islamista), con las sanciones occidentales a Rusia, que complican la relación de privilegio que Ankara mantiene con Moscú desde la guerra de Siria. Todo ello lleva a Erdogan a buscar en la acción exterior algún triunfo.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, recurre a un eufemismo cuando dice que "deben tenerse en cuenta los intereses de seguridad de todos los aliados" al aludir a la oposición turca a la ampliación. Aunque la incorporación de Suecia y Finlandia no afecta a la seguridad de Turquía, el cariz que tengan las negociaciones para su ingreso durante la próxima cumbre de Madrid podría debilitar la imagen de la Alianza Atlántica y la fiabilidad de Ankara.

Dos malas noticias en una atmósfera enrarecida al máximo por la guerra, complementadas por el hecho de que, desde el inicio de la invasión de Ucrania, el sueño imposible de Turquía es mantenerse neutral y gestionar a su antojo el tráfico civil y militar en el mar Negro y en el estrecho del Bósforo, algo del todo contrario al dispositivo de seguridad en el flanco sur de la OTAN. En eso no caben concesiones por más que Erdogan lo desee.