Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

Rescoldos bolivarianos

No es solo Evo Morales quien se está congelado en el tiempo. En Nicaragua, Cuba y Venezuela la resistencia a permitir voces discrepantes y a abandonar el poder es extrema

Alberto Fernández, presidente de Argentina, y Evo Morales, ex presidente de Bolivia.

Alberto Fernández, presidente de Argentina, y Evo Morales, ex presidente de Bolivia. / EFE

Al celebrar el 37 aniversario del Movimiento al Socialismo (MAS), en Bolivia, Evo Morales señaló que “vuelven los tiempos del kirchnerismo, del chavismo, de Lula”. Según su peculiar interpretación, esto sería posible porque en América Latina la “rebelión democrática” implica el regreso de la izquierda al poder. Con este objetivo en mente, sumó los triunfos de Perú y Chile a su cuenta personal, esperando añadir en el medio plazo a Colombia y Brasil.

La capacidad predictiva de Morales nunca fue su mayor fortaleza, pese a tener otras importantes. Pero su empeño en aferrarse al poder lo conduce por una senda donde los éxitos esperables son inferiores a los fracasos. Para comenzar, las disensiones dentro del MAS son cada vez más evidentes y la tensión con el vicepresidente David Choquehuanca podría llevar a la ruptura. Si en 2006, cuando asumió por primera vez la presidencia, dijo que tras 500 años de resistencia indígena llegaban al poder para permanecer otros 500, en 2022 reiteró: “No estamos en la Casa Grande del Pueblo de inquilinos, no estamos de paso, nos vamos a quedar [en el gobierno] para toda la vida”.

Sus opiniones reflejan el desprecio de los presidentes bolivarianos de principios del siglo XXI, como Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y el propio Morales por las instituciones democráticas, un desprecio que comienza en el rechazo sistemático al derecho de las minorías y al valor de la alternancia. Ese sentimiento se mantiene pese a que el chavismo se ha deteriorado y perdido su carácter hegemónico. De todos modos, los numerosos nostálgicos del bolivarianismo siguen viviendo de las glorias pasadas, insisten en la inmortalidad del binomio Bolívar/Chávez y sueñen con nuevas revoluciones, aunque ahora sean rebeliones democráticas.

No es solo Morales quien se está congelado en el tiempo. En Nicaragua, Cuba y Venezuela la resistencia a permitir voces discrepantes y a abandonar el poder es extrema. Esto se ve en la patética deriva autoritaria de Ortega, por más que muchos líderes “progresistas” del continente se nieguen a condenarlo. Basta ver los avances de su legislación represiva o sus ataques contra las universidades.

Más allá de estas ilusiones, el proyecto bolivariano carece del glamour y del atractivo de antaño. La ausencia de Chávez de la escena política latinoamericana, el carácter intransferible de su liderazgo y la falta de financiación para los compañeros de ruta, junto con la crisis de la integración regional impulsada desde Caracas y La Habana, como ocurre con el ALBA y Unasur, han consumado el fin de una era y el deterioro de lo bolivariano, un concepto otrora rutilante. Cómo, si no, explicar el surgimiento del Grupo de Puebla, que más allá de repescar a algunos políticos menos comprometidos con la “Revolución Bolivariana”, se ha limitado a heredar buena parte de las ideas, teorías y personas del viejo proyecto, pero abandonando una denominación hasta ahora irreemplazable.

Si se repasan las propuestas del chileno Gabriel Boric y se las compara con las de Morales hay un abismo difícil de llenar. Incluso, con Gustavo Petro podría ocurrir lo mismo. Es significativo que este último haya impuesto la consigna de “cambio por la vida” en su campaña electoral, postergando las viejas consignas alusivas al “patria o muerte”. Puede ser casualidad, pero vale la pena no perder de vista el cimbronazo que supuso en Cuba la difusión del tema “Patria y vida” por los músicos anticastristas.

Las contradicciones bolivarianas, condicionadas por su obsesivo antiimperialismo claramente antiyanqui, han llevado a los “hijos de Chávez” a defender lo indefendible, comenzando por justificar la invasión rusa o las aberrantes violaciones a los derechos humanos en Nicaragua. Por eso sostiene Morales que en la lucha del mundo por liberarse del “dominio del imperio, del capitalismo”, los “mejores aliados de nuestra revolución democrática y cultural” son Venezuela, Cuba y Rusia, junto a otros gobiernos que ya se liberaron o están en vías de hacerlo.

Sería interesante saber de quién se liberó Rusia (¿de la antigua Unión Soviética?) y si Putin encarna el ideal del cambio. La orientación progresista del líder ruso, firme defensor de la religión, de la familia y de los valores tradicionales, es más que dudosa. Sin embargo, los dirigentes bolivarianos insisten, sin dudarlo siquiera un instante, en alinearlo claramente en su bando.

Se señaló que la aventura de Putin significaría el inicio del declive del populismo y el autoritarismo. Puede que sea así, aunque de momento las evidencias no son tan claras. El triunfo de Orban en Hungría y el de Rodrigo Chaves en Costa Rica han consagrado dos propuestas populistas, si bien de signo contrario al bolivariano. De ahí la pertinencia de preguntarse si las democracias pueden suicidarse, algo que de perseverar en esta línea podría convertirse en realidad.