Opinión | PP-VOX

Cordones sanitarios: ni deseables ni efectivos

Alfonso Fernández  Mañueco y Juan García-Gallardo.

Alfonso Fernández Mañueco y Juan García-Gallardo. / CLAUDIA ALBA.

El acuerdo de legislatura anunciado recientemente por el Partido Popular y Vox en Castilla y León ha reavivado el debate acerca de la necesidad de excluir a los de Abascal de cualquier tipo de acuerdo de investidura o legislatura y, por descontado, evitar su entrada en cualquier gobierno.

Aunque se han popularizado con la irrupción de Vox en las instituciones, los cordones sanitarios no son algo nuevo en España. Con el Pacto del Tinell, entre el PSC, ERC e ICV en 2003, y con el veto de CIU, firmado ante notario en 2006, el PP ha sido víctima. Y aunque con mucho menos éxito, Podemos, Bildu y otras formaciones independentistas también han sufrido intentos de exclusión.

Más allá de la anécdota, conviene analizar si son un instrumento deseable y realmente efectivo para frenar el crecimiento del populismo, o más bien se trata de una estrategia de marketing contraria al espíritu de la democracia y, además, inútil.

Si partimos de que la democracia liberal se sustenta en la defensa y protección del pluralismo político, y que proteger el pluralismo político requiere acomodar, de forma pacífica, ideas, creencias, concepciones y prácticas diversas, parece difícil pensar que los cordones sanitarios contribuyan de alguna forma a ello, sino todo lo contrario. Excluir sistemáticamente de cualquier acuerdo a un actor político supone negar la legitimidad a una parte de la población de expresar sus ideas y organizarse políticamente para perseguir sus fines.

Por el contrario, tomarse en serio el pluralismo implica, no solo escuchar las razones que aquellos que no piensan como nosotros tienen para defender sus posiciones, sino también tener la voluntad de llegar a acuerdos. Acuerdos que no socaven las instituciones de la democracia, pero acuerdos, en definitiva.

Poco efectivos

Dejando su deseabilidad de lado, hay una segunda razón por la que los cordones sanitarios no son una buena opción: se han demostrado poco efectivos.

Si analizamos la evidencia disponible para Europa, encontramos que no solo no tienen porque socavar la confianza de sus votantes, y forzarlos a que ejerzan un voto estratégico (votar a opciones con mayores probabilidades de gobernar), sino que además, puede aumentar su descontento (Oltmans, 2019). Es decir, los votantes de partidos populistas suelen sentirse olvidados y desatendidos por los partidos tradicionales, y ahondar en esa exclusión no hace más que reforzar los motivos que les llevaron a apoyarles.

Un análisis más reciente que estudia los efectos no solo de los cordones sanitarios, sino también de las llamadas “coaliciones envenenadas” (destinadas a incorporar y diluir el atractivo de las formaciones populistas), revela que estos partidos suelen perder apoyo electoral tras haber formado parte de alguna coalición gubernamental como socio minoritario. A su vez, la pérdida de apoyos es mayor cuando los partidos minoritarios son a su vez partidos populistas. (Riera y Pastor, 2021).

La mejor estrategia para desactivar políticamente a los populistas no es aislarlos del juego democrático, sino todo lo contrario, aceptarlos como unos interlocutores más, llegar a acuerdos en aquello en lo que pueda haber acuerdo y confrontar sus ideas con evidencia y razones.