Crítica de 'La quimera': de lo telúrico a lo sublime

Alice Rohrwacher se ha erigido en maestra de lo que podríamos llamar Neorrealismo Mágico Italiano. Su cine retrata vidas marginales y desfavorecidas pero lo hace tomando préstamos del folclore y las leyendas, el fantástico y la herencia fílmica de su país, y entretanto derrocha afecto por la tierra y el acervo al tiempo que, eso sí, lamenta el peso paralizante tanto de la tradición como de la explotación natural, cultural y humana que le da soporte.

Ambientado en la Toscana a principios de los 80 -en realidad, parece existir, en una realidad alternativa-, su cuarto largometraje es un cuento sobre ladrones de antigüedades y amores perdidos, y sobre un joven que debe descubrir el sentido de su vida y tal vez recalibrar su brújula moral. Es una obra que dialoga con el mundo de los muertos y a la vez trasmite una extraordinaria vitalidad, a través de vibrantes escenas que capturan alboroto coral como lo hacían el cine de Fellini y el de Pasolini y de la alegría con la que maneja símbolos y metáforas, momentos oníricos, alusiones al cine mudo, rupturas de la cuarta pared, secuencias musicales y diferentes formatos de imagen; una película más interesada en empaparnos de atmósfera que en quehaceres argumentales pero que, aun así, exhibe chispazos de energía narrativa propia de una aventura criminal en su avance hacia una resolución que, de algún modo, se las arregla para colmarnos tanto de euforia como de melancolía. Eso sí que es magia.