CRÍTICA DE ARTE

Cómo los europeos se inventaron América

La Juan March presenta una ambiciosa exposición que rastrea el proceso de descubrimiento, fetichización y sustracción que las artes europeas hicieron de lo americano

Julia Spínola juega con los simulacros en la galería Ehrhardt Flórez, y Juana González con una pintura entre el expresionismo y lo pulp en Espacio Mínimo

'Rescate', de Nadín Ospina (2016)

'Rescate', de Nadín Ospina (2016) / Colección del artista - Fundación Juan March

Una mañana, en la Galia casi ocupada, los irreductibles habitantes de una aldea de Armórica se daban guantazos a cuenta de la frescura del pescado. Para templar los ánimos, Astérix y Obélix deciden irse a faenar, pero una tormenta los aleja de la costa. Tras varios días de travesía y algunas dificultades solucionadas a mamporrazos, los feroces galos tocan tierra. Para llenar el buche, Obélix sale a buscar jabalíes, pero solo encuentra unos pajarracos negros que hacen gluglú. Mientras exploran la zona, una flecha se clava entre los dos. A contraluz, sobre una rama, un cazador (nariz trapezoidal, una pluma en la diadema, carcaj y arco) imita el sonido del pavo. Obélix se distrae y a Astérix lo tumban arreándole con un tomahawk en la mollera.

Tintín también se hizo las Américas. No contento con el país de los soviets y el Congo, Hergé quiso caricaturizar a los nativos americanos. "¿Lo ves, Milú…? Es un auténtico piel roja", dice el reportero, mientras lo encañona con la cámara de fotos. Unos años después, en El templo del Sol, el capitán Haddock sufriría las impertinencias esputativas de las llamas, el ataque de un cóndor, carcajadas simiescas, la embestida de un tapir, los lametazos de un oso hormiguero y la amenaza de los cocodrilos. Los locales, con poncho y tocado, sirven de comparsa al dúo francobelga: el guía Zorrino, el consejero Chiquito y toda la corte del Hijo del Sol, el poderoso Inca que habita secretamente el Machu Picchu. Tras ser atrapados, los astutos europeos lograrán escapar de la muerte sirviéndose de un eclipse, que los ignorantes peruanos toman por un castigo divino.

Estos tebeos son el último eslabón de una cadena de apropiaciones, paternalismo y exotización comenzada por tratadistas mucho más ilustres. Los autores clásicos se maravillaban con las excéntricas costumbres de los pueblos bárbaros; Bernal Díaz del Castillo pensó que Tenochtitlan flotaba sobre las aguas y sus tropas vieron cosas que les parecieron de encantamiento, como sacadas del Amadís. Los coleccionistas modernos, como el padre Kircher, armaron gabinetes con objetos extraños traídos de lugares maravillosos. Incluso, los artistas de las vanguardias repescaron la grosera idea rousseauniana del buen salvaje y se fascinaron con esas otras culturas donde todo era más primitivo y, por tanto, más puro.

La exposición Antes de América rastrea este proceso de descubrimiento, fetichización y sustracción que las artes europeas hicieron de lo americano, pero también cómo estos elementos sirviendo para la elaboración de un imaginario que va de lo identitario a lo kistch, de lo moderno a lo posmo. La muestra se sustenta en las investigaciones de Rodrigo Gutiérrez Viñuales, catedrático de Arte Latinoamericano en la Universidad de Granada y comisario de la muestra, junto a Manuel Fontán y María Toledo, quienes intentan condensar en el espacio expositivo de la sede madrileña de la Fundación Juan March una propuesta que reúne artefactos producidos en los últimos tres siglos y pico.

'Refugio de los Andes 1', de Emilio Rodríguez Larraín (1985)

'Refugio de los Andes 1', de Emilio Rodríguez Larraín (1985) / Museo de Arte de Lima - Fundación Juan March

Se agradece la ambición, aunque dé como resultado una muestra extraordinariamente densa, cuyos capítulos se suceden en una secuencia difícil de digerir. Libros del XVIII, archivos fotográficos que a la vez que recrean, inventan; maquetas de edificios neoaztecas, la fantasía de las artes decorativas, Joaquín Torres García, lo americano como icono, los movimientos concretos, las abstracciones líricas y, finalmente, el pop norte y latinoamericano encapsulados en unos pocos metros cuadrados: mucho viaje para tan poco camino. Antes de América plantea una discusión pertinente y estimulante que, aunque se concrete en una notable reunión de obras, excede los estrechos límites de los que dispone. Tanto es así que la Fundación ha editado un catálogo (la Juan March viene haciendo unos libros maravillosos) de más de seiscientas páginas con el que llevarse los deberes a casa.

Poco riesgo vs expresionismo pulp

La galería Ehrhardt Flórez acoge la cuarta exposición individual de Julia Spínola (Madrid, 1979), Cambio de uso. La muestra puede leerse como un conjunto de contenedores: progresiones formadas por cajas de cartón corrugado repintadas de marrón caja y unas estructuras moteadas, vagamente cilíndricas, construidas con malla de gallinero y fibra de vidrio. Spínola tiene la capacidad de hacer mucho con poco, aunque en esta ocasión, me temo, las obras resultan anecdóticas: es imposible que una progresión creciente y decreciente de rectángulos de lados y esquinas blandas no seduzca al ojo; pero me admitirán que la apuesta no es arriesgada. Las mallas, adocenadas sobre una formidable mesa blanca (un display con ansias de protagonismo), conforman un enjambre de esculturas apenas materiales: son más agujero que otra cosa. Por eso, el visitante se sorprenderá cuando lea que "parecen encapsular parte del aire que queda en su interior". Si esa es la intención, se me ocurren procedimientos más eficaces. La sala principal se completa con dos serigrafías que imitan la salpicadura de un pincel. El asunto va de simulacros.

Vista de la exposición de Julia Spínola.

Vista de la exposición de Julia Spínola. / Galería Ehrhardt Flórez

En la sala pequeña de la galería encontramos un trío de esculturas compuestas con elementos adquiridos en bazares. Sobre un cuenco se aprieta una pelota: el aire se concentra arriba generando una superficie tersa que la artista corona con una visera. Más allá de los aciertos formales que estas obras puedan tener, en ellas se hace patente una preocupación por las lógicas del consumo (evidenciada por las etiquetas y códigos de barras que se preservan sobre los distintos elementos) que, como poco, resulta problemática si el resultado del proceso crítico da como conclusión el precio de una obra de arte.

Juana González (Puertollano, 1972) le ha puesto por título Tu incertidumbre a su primera exposición en Espacio Mínimo. Se trata de una reunión de dibujos (pequeños) y lienzos (de variado formato) de personajes coloristas y escenas inverosímiles. Dejando al lado la carga onírica de las imágenes (recurso que, a estas alturas de la historia, me atrevo a decir que ha hecho más mal que bien), González nos ofrece un nutrido catálogo de personajes en poses y tareas extrañas, entre lo comiquero y lo expresionista, retratados mediante una pincelada untuosa y una paleta que mezcla el fauvismo y lo pulp.

'Nido arrodillado', de Juana González (2023)

'Nido arrodillado', de Juana González (2023) / Espacio Mínimo

Aunque la pintura de González pueda inscribirse en la nutrida ristra de seguidores de Neo Rauch (Leipzig, 1960), solo por lo meramente técnico (las amplias zonas de color donde no ocurre nada, las perspectivas forzadas, la viveza del trazo) bien merece una visita. Tampoco se ocultan las querencias barrocas de estas imágenes. Más, cuando bajando las escaleras, uno se topa con una instalación a modo de retablo. No se me oirá decir una palabra en contra: viva la exageración y el gran teatro del mundo.

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