EL MUNDO DEL LIBRO

La batalla de los escritores por los 'royalties'

Autores superventas como Stephen King o Anthony Beevor han peleado por sus ingresos, un tema que separó en su día a Javier Marías de Anagrama

El escritor Stephen King.

El escritor Stephen King.

En 1981 la escritora Joyce Carol Oates estaba a punto de publicar su novela Bellefleur, a 16,95 dólares el ejemplar. Su editor le propuso un trato: cobrar un poco menos de adelanto para que la novela, de 600 páginas, pudiese ser más asequible (12,95 dólares), imprimir más copias y gastar más dinero en promoción y publicidad. Oates aceptó y aquel verano la novela se convirtió en un bestseller. Nunca sabremos qué hubiera pasado si Oates se hubiera negado a rebajar su parte. Por suerte, la fórmula del éxito literario sigue siendo un misterio.

Lo que no es ningún misterio es lo poco que cobran los escritores: una décima parte de lo que pagamos por un libro. Un 30% del precio se lo lleva el editor que ha apostado por el autor y que se arriesga a que el libro llegue a venderse o no. Otro 30% va a parar al distribuidor y un tercer 30% se lo queda el librero. Tan solo el 10% corresponde al autor y en caso de que este tenga agente, se llevaría un 1% del total. La novedad, tal y como explica Anna Abella, es que a partir de ahora y por primera vez en España, las librerías facilitarán la cifra de ventas para que los escritores puedan saber cuánto ha vendido su novela. Hasta ahora no tenían acceso a esa información y era la editorial la encargada de pagarles su pequeña parte del pastel, la que les informaba de sus logros.

La anécdota de Oates está extraída de un artículo de The New York Times de hace 40 años, pero la cuestión de la precariedad y la batalla por los royalties es tan antigua como el mundo del libro. Tanto en Estados Unidos e Inglaterra, donde no existe el precio fijo, como aquí. Según la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), en 2019 el 77,2% de los escritores tuvieron ingresos inferiores a 1.000 euros anuales por derechos de autor.

Antony Beevor y Stephen King, en defensa de sus colegas

Sobre la pérdida de poder adquisitivo se quejaba también Antony Beevor en 2018. En Inglaterra, alertaba el autor de Stalingrado, los ingresos de los escritores profesionales habían descendido un 42% desde 2005. El mismo año, un estudio del Authors Guild de Estados Unidos cifraba el ingreso medio de los que se dedican a escribir en 20.300 dólares, menos de la mitad del salario medio anual. El mismísimo Stephen King (uno de los pocos escritores ricos) testificó hace seis meses contra la editorial que publica parte de su obra, Simon & Schuster, en un juicio para evitar la fusión con el gigante Bertelsmann, que le habría dado al conglomerado resultante un control casi total sobre los adelantos del mercado literario norteramericano. La tendencia parece clara: los grupos editoriales se hacen más grandes y ricos, los escritores no.

En España, uno de los desencuentros más sonados entre editorial y autor fue el que separó los caminos de Anagrama y Javier Marías. El divorcio llegó después de que el escritor madrileño vendiera centenares de miles de ejemplares de Corazón tan blanco en Alemania, donde el gran pope de la crítica alemana lo tildó como una obra maestra en el programa de televisión Das Literarische Quartett, tras lo cual “el disciplinado lector alemán se precipitó hacia las librerías”, recordaba Jorge Herralde en sus memorias Un día en la vida de un editor. Tres años después, Marías fichó por Alfaguara.

Es cierto que de todo el entramado, el escritor es el que menos dinero arriesga comparado con la editorial y la librería, a los que nadie asegura las ventas ni recuperar la inversión hecha. Pero el escritor sigue siendo la base de la pirámide, la razón de ser de todo. Que no tuviera hasta ahora un acceso mínimamente transparente a lo que ha vendido su obra no habla demasiado bien de un sector que ha visto en los últimos años cómo se abarataban algunos de sus costes (como la impresión digital), algo que no ha hecho mover un milímetro los márgenes. Ahora se abre un capítulo nuevo para los escritores. No se harán ricos, pero puede que sí un poco menos pobres.