GUERRA EN UCRANIA

El exilio de la literatura rusa: lo mejor de la intelectualidad anti-Putin ha optado por marcharse del país

Autores como Vladimir Sorokin, Ludmila Ulitskaya, María Stepánova y Máxim Osipov han elegido instalarse en Berlín | Anna Starobinets y Andrei Filimonov han huido a Tblisi, capital de Georgia, mientras que la ilustradora Victoria Lomasko lo ha hecho a Bruselas

Ludmila Ulitskaya, María Stepanova, Anna Starobinets y Vladímir Sorokin.

Ludmila Ulitskaya, María Stepanova, Anna Starobinets y Vladímir Sorokin. / Zowy Voeten / Jordi Cotrina

Elena Hevia

A un año de declararse la

invasión de Ucrania

, es un hecho incontestable que el ofensor,

Rusia, ha experimentado una desbandada que ha dejado al país sin sus mejores artistas y escritores. El exilio obligado de buena parte de los intelectuales rusos quizá no sea uno de los daños colaterales que más le quite el sueño a

Vladimir Putin

, pero desgranar quienes son esos autores ofrece una radiografía completa de lo que está ocurriendo en un país que se ha quedado sin debate público en el terreno de las ideas, reduciendo el discurso ciudadano a un modelo monolítico y censor.

Es difícil establecer qué porcentaje de escritores rusos ha decidido marcharse en los últimos meses. El crítico y traductor del ruso Jorge Ferrer, cubano de origen y responsable del ciclo ‘Otras voces, otras Rusias’ que en el marco del CCCB ha traído a

Barcelona

algunos de los más destacados escritores rusos disidentes, asegura que es imposible cuantificarlos. “Tampoco hace tanto tiempo que empezó la huida. Algunos lo hicieron a los pocos días de declararse la

guerra

, otros dejaron pasar dos o tres meses hasta que el clima se hizo insostenible – explica-. Y aunque, lo cierto es que el grueso de los intelectuales rusos ha sabido adaptarse a las exigencias de Putin y acomodarse a ellas, es un hecho que se han ido los mejores, los de mayor prestigio”.

Un siglo atrás

Como cien años atrás, a raíz de la revolución rusa y más tarde con las purgas estalinistas,

París y muy especialmente Berlín, se han vuelto a convertir en el epicentro de una cultura rusa alternativa y con ideas propias. Hace un siglo eran Vladimir Nabokov o Isaak Bábel los que se instalaron allí, en un contexto de efervescencia cultural que vio nacer editoriales y nuevas publicaciones. Hoy son Vladímir Sorokin (Bikovo, Moscu, 1955) y Ludmila Ulitskaya (Dablekánovo, 1943), dos de los miembros más veteranos de ese club de exiliados. Sorokin ya solía pasar largas temporadas en la capital alemana, donde tenía un departamento. En el caso de Ulítskaya, premio Formentor y una de las voces antaño más escuchadas de la oposición a Putin, se vio obligada a pocos días de la ocupación ucraniana a meter toda su vida en una maleta que acabo pesando siete kilos y ahí sigue a sus casi 80 años, sin saber si alguna vez podrá volver a Moscú desde su nueva residencia en Berlín.

Otra berlinesa involuntaria es María Stepánova (Moscú, 1972), que recientemente publicó ‘En memoria de la memoria’, un emotivo libro que también habla de exilios y trasterramientos. Stepánova, de origen judío, tomó la decisión de huir de Moscú junto a su marido el ensayista Gleb Morev, cuando la revista digital que dirigía, ‘Colta’ -“una especie de New Yorker o de Jot Down”, define Ferrer”, fue cerrada dos semanas después de iniciarse el conflicto. “Actualmente en Rusia cualquier actividad literaria o artística está prohibida. No se puede llamar guerra a la guerra, sino operación especial”, explicaba en su última visita a Barcelona. Otro autor, calificado de leyenda viva por la premio Nobel bielorrusa y también exiliada Svetlana Alexievich, es Máxim Ósipov, a quien el hecho de haber vivido muy lejos de los círculos literarios por ser médico de profesión no le ha evitado la ira del dirigente ruso. Hoy vive a caballo entre París y Berlín. 

Huérfanos de lectores

Otros autores como la brillante escritora y guionista de ciencia-ficción Anna Starobinets (Moscú, 1978) decidieron seguir otro de los destinos habituales del exilio, Tblisi en Georgia, donde también se encuentra el poeta y novelista Andréi Filimonov, otro autor importante que todavía no ha sido traducido ni al catalán ni al castellano. Más raro es el destino de la dibujante y activista gráfica Victoria Lomasko (Moscú, 1978), radical autora de dos libros de culto como ‘Otras Rusias’ y ‘La última artista soviética’ y miembro de la comunidad LGTBI, que 20 días después de la invasión se supo en la diana del régimen por su importante actividad en las redes sociales y marchó a Bruselas, donde hoy reside.

“Todos ellos –explica Ferrer- están viviendo en una gran precariedad. Buscando nuevas universidades que los contraten. Las universidades norteamericanas se han volcado con los autores ucranianos y eso está muy bien, pero hay que tener en cuenta que los autores rusos disidentes han perdido su público natural. Stepanova, por ejemplo, está escribiendo una novela de temática LGTBI que, sabe, no se va a publicar en Rusia porque la ley lo prohíbe. Es una piedra más del drama de todos los exilios intelectuales”.