ENTREVISTA

Edi Clavo (Gabinete Caligari): “Nosotros echamos a los cantautores y a los del rock urbano; a nosotros los grunges y a los grunges los del reggaetón. Ley de vida”

El histórico batería de la banda madrileña traza en su nuevo libro, 'Viva el rollo!', una crónica del pop-rock y el 'underground' de los últimos años setenta, cuando el país despertaba de la dictadura y se abría a sonidos alternativos

Edi Clavo, histórico batería de Gabinete Caligari, acaba de publicar el libro 'Viva el rollo'.

Edi Clavo, histórico batería de Gabinete Caligari, acaba de publicar el libro 'Viva el rollo'. / Alba Vigaray

Allá por 2018, cuando se celebrara en trigésimo quinto aniversario de Camino Soria (EMI, 1987), el histórico álbum de Gabinete Caligari, Edi Clavo (Madrid, 1958) publicaba el libro —de igual título que el disco— que ponía negro sobre blanco los recuerdos de aquellos años del batería. “En el volátil ámbito de la música pop, lo que hoy es hip mañana puede ser rancio y, pasadas tres décadas, seguir la senda del olvido o la nada”, comenzaba diciendo Edi. En ese mismo 2018, ya había empezado también a escribir el tomo que hoy publica: Viva el rollo! (Sílex, 2022), marcado por ¿De qué va el Rollo? (Ediciones de la Piqueta, 1977), de Jesús Ordovás. “Siempre me ha interesado esta época, la del rollo, que va de 1975 a 1980, pero no había mucha bibliografía. Fue antes de que saliera toda la nueva ola madrileña y lo que se llamó la Movida. Entonces yo tenía 17 años y fue mi salida del huevo”, cuenta en la actualidad Edi Clavo en los locales del número 25 de la calle Tablada, por donde pasaron desde Alaska y Los Pegamoides hasta Def Con Dos, entre otros muchos. Al principio, los Gabinete ensayaron en el local 14 hasta que a finales de los 80 se pasaron al 2. Edi estuvo guardando allí su batería Gretsch, pero desde hace unos meses ese local 2 está ocupado por otra banda. “No sé quién está, no los he oído”, comenta mientras pasea por los pasillos de Tablada 25.

P. ¿Había que estar en el rollo sí o sí?

R. Era la única manera de conectarte con lo que estaba pasando fuera de España, que era un país muy cerrado en ese momento. No teníamos las facilidades de comunicación inmediata que hay ahora, evidentemente, y la única manera que había de saber lo que pasaba, lo que hacía Dylan, el último disco de Neil Young o la última gira de los Stones o Lou Reed era estar en conexión con eso. Siempre muy de lejos, porque aquí llegaba todo un poco tarde y distorsionado. Había que estar en el rollo para enterarse de lo que iba.

P. Como las revistas. Nombras Vibraciones, Popular 1, Disco Express...

R. Las revistas se vendían en los quioscos y ahí no había underground posible. Competían con Hermano Lobo, Semana, ¡Hola!… Los quioscos eran como un internet, adonde tú acudías para informarte de las cosas. Era un elemento urbano muy interesante que no se ha estudiado todavía bien. Allí veías un universo multicromático de revistas, tebeos, cómics. Vibraciones, Popular 1 o Disco Express estaban ahí, no había que ir al underground o al Rastro o que te las vendiera un tío bajo manta. Ibas y te las comprabas. Lo mismo que te comprabas Mundo Cristiano, te comprabas Vibraciones.

P. ¿Dónde quedaba Ajoblanco?

R. Ajoblanco tenía un deje más underground, más de universidad. Yo los ajoblancos los leía porque mis primos mayores estaban en la universidad.

P. ¿No había un representante de la edad, más joven, que hablara de todo esto, de la modernidad?

R. Bueno, siempre lo ha habido. Cuando yo era niño, el representante de la modernidad era José María Íñigo en la televisión y en una revista que se llamaba Mundo Joven, en los años 1967 a 1969. Él era quien hablaba de las cosas modernas, pero era una manera de llevarlo muy mainstream, dentro de la modernidad, pero de la época ye-yé, de los conjuntos… Mientras que el rollo era algo más underground, con connotaciones peligrosas, más subversivas, drogas, rock and roll. Era distinto. En la siguiente época, en los 70, los portavoces había que buscarlos más en las catacumbas, no eran como Íñigo, que salía en la tele.

P. En el libro comentas que todo esto sucedía en Madrid y Barcelona, pero luego teníamos Burgos y Canet de Mar.

R. Sí, bueno... Lo de Burgos [Festival de la Cochambre, en 1975] fue una anécdota. De hecho, yo lo califico como de “sainete”. Canet tiene más sentido porque allí ya tenían tradición de organizar Sis Hores de Cançó a Canet, de festivales, de tarimas, de público al aire libre... La gente que lo organizó en Canet era gente más conectada al rollo, mientras que lo de Burgos era un francotirador, un empresario que lo mismo organizaba bolos de discotecas. Y aunque sí que movía grupos de rock, como Storm y demás, lo de Canet estuvo organizado de una manera mucho más profesional.

P. Hablas de Ramón Alpuente, que venía del underground, y de Mundopop, que empezó en mayo del 74 y terminó en julio del 75. ¿En muy poco tiempo había cosas que pegaban muy fuerte?

R. De los tres medios de los que hablo (prensa, radio y televisión), la televisión era el más volátil. Eran programas muy interesantes, pero no tenían continuidad, no le daban promoción. Empezaban a las tres y media de la tarde o las cuatro y todo el mundo estaba en el colegio o en la universidad.

P. ¿Cuándo podías ver Mundopop?

R. Yo iba al colegio todavía, no estaba ni en la universidad ni nada. Debía de estar malo y no fui a clase. Entonces, después del telediario de las tres, a esa hora a la que nadie estaba viendo la tele, lo vi. Salía Gonzalo García-Pelayo con la barba negra, la chaqueta de pana y el jersey de cuello alto y me sorprendió mucho. Hablaba del último disco de Bob Dylan, una cosa que no se veía en la tele habitualmente.

Comprar discos o viajar a Londres estaba solo al alcance de gente con cierto poder adquisitivo. En mi caso, mi tío era fotógrafo de moda y tenía que hacer algunos trabajos en Londres o en Alemania y aprovechaba"

P. ¿La gente de clase media-alta era la que podía importar el rollo de fuera?

R. Sí, claro; estaba solo al alcance de gente con cierto poder adquisitivo el comprar discos o viajar a Londres. En mi caso, mi tío era fotógrafo de moda y tenía que hacer algunos trabajos en Londres o en Alemania y aprovechaba. Como era muy aficionado a la música, compraba discos y nos los traía. Pero, realmente, muy poca gente viajaba y, de la que viajaba, no eran del underground.

P. ¿Qué pensaste cuando murió Francisco Franco?

R. No sé. Llevábamos mucho tiempo pensando que era imposible que se muriera Franco; Franco era un poco como la Reina de Inglaterra, que estaba ahí siempre, y mucha gente estaba en contra, pero era como una figura indeleble. De repente se murió y fue un acontecimiento, pero tampoco de un día para otro iba a cambiar todo radicalmente.

Edi Clavo, a la batería, con Ferni Presas (izda.) y Jaime Urrutia, sus compañeros en Gabinete Caligari, en los años 80.

Edi Clavo, a la batería, con Ferni Presas (izda.) y Jaime Urrutia, sus compañeros en Gabinete Caligari, en los años 80. / ARCHIVO

P. Pero días después, el 27 de noviembre del 75, se estrenó en Madrid La naranja mecánica, que estuvo censurada.

R. Sí, estuvo censurada porque no querían estrenarla, pero, al final, se pudo conseguir. También en esa época la censura no era tan terrible como en los años 50 o en la época del nacionalcatolicismo. Digamos que en esa etapa del final del franquismo ya miraban para otro sitio. Yo creo que les preocupaba más la subversión política que la cultural.

P. ¿Los españoles somos resucitadores de tendencias?

R. No. En esa época, más que resucitadores, es que las degustábamos en diferido, enlatadas. En vez de degustarlas en su momento, cuando salían, te llegaban tres años después.

P. ¿También con las drogas? Mencionas Blow up, Cowboys de medianoche o The Panic in Needle Park como influencias en ese aspecto.

R. Sí. Lo que digo en el libro es que lo veo como una necia emulación, pero es un poco por estupidez. Lo molón era que Lou Reed saliera colocado al escenario, o que a los Rolling los habían detenido por tener drogas, y eso era estar en el rollo. Por una necia emulación aquí también se llegó a ese punto.

P. Tarde.

R. Sí, tarde, porque también era más difícil la expansión de las drogas; tenía que ver con la represión policial que, en España, era más fuerte que en Inglaterra o en Estados Unidos, donde si te pillaban con marihuana te podían caer diez años de cárcel porque allí las leyes están para cumplirlas, pero aquí te daban una manta de hostias y tenías que delatar a tres o cuatro.

P. ¿Qué crees que era peor?

R. Una manta de hostias es bastante mejor que diez años de cárcel.

P. ¿Qué necesitaba una banda entonces para pertenecer al rollo o para pertenecer al underground?

R. Existir. Si existías estabas prácticamente en el rollo. Tener una guitarra eléctrica, una batería y un local para ensayar ya era prácticamente como extraterrestre. Si lograbas tener eso, ya tenías todas las papeletas. Luego había que saber cantar o componer o hacer versiones o lo que fuera, pero ya solamente la infraestructura era dificilísima de conseguir.

P. Me estaba acordando del grupo Los Drugos, ya que hablamos de La naranja mecánica...

R. Yo a esa película la considero un catálogo de referencias que, poco después, se iban a hacer realidad. Los Drugos era un grupo punk, estaba claro. La imaginería era como tal: las calles destruidas de Inglaterra, los edificios de apartamentos… Esos apartamentos que promocionaban los ayuntamientos ingleses para que la gente viviera en bloques, en colmenas, como aquí.

"Sevilla es la cuna del 'underground' español. Barcelona y Madrid han tenido la industria, las compañías, los estudios, pero Sevilla tiene ese algo especial que puede mezclar el flamenco con el rock and roll, con la psicodelia, con las drogas, con la guasa y con las juergas..."

P. Aparece la influencia andaluza, Gonzalo García-Pelayo... ¿Que aportó al rollo de Madrid?

R. Sevilla es -como si dijéramos- la cuna del underground español. Barcelona y Madrid han tenido la industria, las compañías de discos, los estudios de grabación, los grupos, pero Sevilla tiene ese algo especial, como dice la canción, que puede mezclar el flamenco con el rock and roll, con la psicodelia, con las drogas, con la guasa y con las juergas... y esa mezcla explosiva dio lugar a todo lo de Smash, a Gonzalo García-Pelayo, a Javier García-Pelayo... Toda esa gente fueron los que empezaron a mover el rollo, el cotarro.

P. Al final, ¿para que el rollo explotara, tenían que ir los andaluces a Madrid?

R. Es lo que te digo: Madrid es donde estaba la industria, el sitio donde podía tener una atención, éxito, relevancia, su manera de ver el mundo. Mientras que Sevilla era endogámico y no salían de allí, en Barcelona y Madrid se grababan los discos, se promocionaban, salían en la televisión… Tenían un impacto mucho mayor que Sevilla, que estaba como más recluida.

P. Citas la famosa cosmogonía de La estética de lo borde.

R. Sí. No podía evitar meterlo, aunque fuera de rondón. Yo creo que expresa muy bien el rollo, siendo del año 69 ó 70 cuando lo publicaron. Nadie sabe de quién es el original, ni dónde se publicó. He intentado buscarlo y he hablado con Gonzalo García-Pelayo y me dice que lo hizo él con Julio Matito (Smash), otros me dicen que fue Ricardo Pachón... Hay mucho berenjenal, prueba de la juerga o del colocón que llevaban en ese momento.

P. ¿Sin Jesús Ordovás nada de esto hubiera existido?

R. Ordovás fue el que lo puso en papel. El que le dio el empaque mediático y luego ya en la radio, ni te cuento. El libro ¿De qué va el Rrollo? es una especie de Biblia.

Clavo, el día de la entrevista.

Clavo, el día de la entrevista. / Alba Vigaray

P. Me viene a la cabeza la irónica Underground, de Gabinete Caligari, de finales de los 90. ¿Qué diferencias había engtre ser underground entonces y en la época del rollo?

R. Nosotros en esa canción ironizábamos con la generación que nos estaba apartando a nosotros, la generación indie, que en realidad es underground. Nosotros queríamos ironizar, no reírnos, con “soy underground, soy lo molón. Estos de la movida ya no venden. Ahora son las zapatillas rotas y Kurt Cobain”.

P. ¿No es curioso que los nuevos underground echen a patadas a los viejos ?

R. Sí, pero es que eso siempre ha sido así. De hecho, nosotros echamos a los cantautores y a los del rock urbano y a nosotros nos echaron los grunges y a los grunges los han echado los del reggaetón. Ley de vida.

P. ¿Qué sacas en claro de todo lo que has vivido, de todo esto?

R. Ese momento fue divertido vivirlo, ahora se está mitificando todo lo antiguo. En aquel momento, ir a un concierto habiendo recibido palos, o incluso no verlo… forma parte de mi curriculum vitae. De empezar viendo estos conciertos a formar un grupo de rock y poder vivir de ello. Yo me siento un privilegiado.

P. ¿Todo era más divertido entonces, cuando era más clandestino?

R. No lo sé. Si lo ves con la perspectiva de ahora, sí. Si la ves con la perspectiva de los años, probablemente sí. En aquel momento, igual preferías que no te pegaran de palos por ver a Frank Zappa.

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