ENTREVISTA

Álex de la Iglesia: "¿Buen director? Algo habré hecho para seguir trabajando"

El artífice de 'Veneciafrenia' y 'El día de la bestia' abandona el terror por un instante para sorprender con una película tan festiva como desquiciante: 'El cuarto pasajero' tiene el morro suficiente para convertirse en la comedia española del año

Álex de la Iglesia, en la oficina que regente en el barrio madrileño de Chueca.

Álex de la Iglesia, en la oficina que regente en el barrio madrileño de Chueca. / ALBA VIGARAY

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Álex de la Iglesia nos vigila. Desde la mirilla de su puerta. Tras la cortina. En la esquina de la calle. Analiza cada paso que damos. Sin ninguna pretensión, eso sí. Somos la fuente de inspiración principal de su cine. Y, como tal, no es raro que usted pueda verse reflejado en muchos de sus personajes. En El cuarto pasajero, que llega a las salas este viernes, ha creado un submundo que posiblemente también haya sufrido: un insoportable viaje en BlaBlaCar capaz de sacar lo peor (o lo mejor, según se vea) de nosotros mismos. Lo que hacen Alberto San Juan, Blanca Suárez, Ernesto Alterio y Rubén Cortada resulta tan extraordinario que, en pocos minutos, cualquier espectador se sentirá uno más del percal. Si hubiera un quinto implicado, sería usted. Divertido y desmadrado a partes iguales. Pues la forma en la que está narrada y enfocada la cinta no es apta para pusilánimes. Entrará en el juego y, sobre todo, querrá imponerse. 

Seis meses después de la fallida Veneciafrenia, De la Iglesia repite la fórmula de la taquillera Perfectos desconocidos: una comedia de encargo sin demasiados giros, aunque efectiva en su cometido. Quería hacernos reír de la tensión, del miedo, de la frustración, del sueño… Algo que consigue gracias a un guion bien armado y un reparto en estado de gracia. La tesis es clara: un divorciado de 50 años con problemas económicos recurre a una aplicación para compartir su coche con extraños y, en especial, con alguien que ya no lo es tanto: Lorena, una joven que se desplaza a menudo a Madrid. Julián quiere aprovechar el trayecto para sincerarse con ella, pero un error a la hora de escoger el resto de los ocupantes lo echará todo a perder. O no. Entre miserias y desquicios, lo cómico deja paso a la intriga y lo sombrío. La acción toma cuerpo. Y, así, hasta la eclosión bulliciosa que tiene lugar en plena A-1. Entonces, la ansiedad toma la delantera. Y, en esos casos, cualquier cosa puede ocurrir. Usted lo sabe bien. 

P. Sin duda, ha logrado hacer una caricatura muy realista de nosotros. 

R. Me habían hablado mucho de BlaBlaCar, pero yo no había cogido uno nunca. Así que hice la prueba sin demasiado éxito. Cuando pones en marcha un proyecto, intentas reflejar lo que te preocupa y te angustia de manera inconsciente. En este caso, la intención era hacer una comedia romántica en la que un chico quiere declararse a una chica, pero no es capaz. La clave estaba en qué contexto. Ahí surgió la idea del coche: es un lugar donde no hay opción de escapar. 

P. ¿Es su filmografía una metáfora de España y sus costumbres?

R. No. De hecho, ni siquiera intento reflejar lo que me rodea. Mi objetivo siempre es contar una historia. Y me gusta que ésta se encuentre dentro de un ambiente que cualquiera pueda entender. En El cuarto pasajero hay personajes que son muy fáciles de identificar a nuestro alrededor. En ese instante, entras de lleno en la película: dejas de estar frente a una pantalla para compartir la situación con ellos.

P. ¿En quiénes ha encontrado la inspiración para crearlos?

R. En esa gente que dicta sentencia y habla desde lugares comunes. Es verdad que, como le está pasando a otros, yo también me estoy convirtiendo en un cascarrabias que lo ve todo mal y que no entiende nada. Entonces, te vuelves el personaje de Alberto que, como no puede controlar la realidad, la constriñe. Ahí es cuando decide buscar acompañantes que le vengan bien para trazar su plan. Quiere construir una cápsula de cristal para declararse, pero el eterno cuñado y el mayor pibonazo se lo impiden. 

Álex de la Iglesia, en su oficina de Pokeepsie.

Álex de la Iglesia, en su oficina de Pokeepsie. / ALBA VIGARAY

P. Trata la crisis de la mediana edad con bastante humor negro. ¿Por qué llevamos tan mal hacernos viejos?

R. Porque estamos encaminados a todo lo contrario. El mercado está planteado desde el punto de vista de la juventud: venden el bienestar y lo saludable como condiciones aplicables sólo a esta etapa de la vida. Así, sientes la necesidad de hipotecarte para estar cerca de esa utopía que no existe. En un invento. No hay término medio.

P. Los papeles de Alberto y Ernesto, otra vez, vuelven a mostrar a dos heterosexuales a los que la caspa está a punto de asfixiar. ¿Son un reflejo fidedigno del hombre medio español?

R. Creo que la inadecuación del hombre heterosexual blanco es un problema que lleva bastante tiempo presente y al que estamos buscando un remedio.

P. ¿Es un filme políticamente correcto por no representar a una sociedad diversa?

R. No lo sé. En este caso, por ejemplo, cambiamos los roles. El personaje hipersexualizado es el de Rubén. Y, en cambio, el más sensato es el de Blanca. Ella está amenazada por dos modos diferentes de ver el mundo: por un lado, el rebelde que lo tiene todo clarísimo; y, por otro, del señor sensato que busca seguridad. Ella no quiere entrar en sus movidas, no necesita a nadie para definirse. 

P. En más de una ocasión, se hace referencia a la diferencia de edad que existe entre los protagonistas. ¿Qué opinión le merece un amor con 20 años de distancia?

R. Estoy hablando de situaciones que me han pasado. Me río de mí mismo. Esa comedia es la que nos llevaría a resolver muchos dilemas. Hoy, todo es crispante. No tenemos la capacidad de seguir un debate porque, tan pronto se produce una disensión, te sacan fuera.

P. ¿Nos gusta autoengañarnos?

R. Totalmente. Hasta el punto de que, si las cosas no son como quiero, abandono la partida. No hay mediación. No existe la posibilidad de ceder. Parece que sólo intentamos convencer a los demás de lo propio, sin tener en cuenta otras posibilidades. Quizá, éstas no nos gusten tanto, pero tal vez sean las menos agresivas para los dos. Tenemos que tender a los acuerdos. 

P. ¿La madurez es una virtud?

R. Es una losa. No creo que dependa de la edad, sino de la experiencia. Asimismo, ésta tampoco genera talento ni felicidad. Cuando me dicen que estoy viviendo una segunda juventud, contesto que nunca he pasado de la infancia. Soy el ser más inmaduro del mundo y de esa inmadurez he conseguido hacer mi trabajo. Somos lo que soñamos y lo quisimos ser a los 18. Esa fue la época en la que descubrí las cintas que más me han gustado y en la que conocía a los amigos que más me han marcado. A partir de ahí, he tratado de adaptarme y de encontrar la felicidad. 

P. En un momento de enorme polarización como el actual, ¿podría decirse que existe un humor masculino y un humor femenino?

R. Me gustaría que no se polarizara el humor. Tendemos a ser muy colegas de quienes piensan como nosotros y a leer los libros que dicen lo que queremos oír. Cada vez, estamos más polarizados. No sólo en las redes sociales, también en la calle. Y eso le está quitando gracia a la vida. Yo creo que la solución pasa por el pollo con piña: conseguir que cosas contradictorias puedan funcionar juntas. Es decir, que no tengas el ansia de que todo pase por el filtro de tu visión. Que puedas estar con quien no piense como tú y no pase nada.

Alberto San Juan, Rubén Cortada, Blanca Suárez, Álex de la Iglesia y Ernesto Alterio, durante el estreno de la película.

Alberto San Juan, Rubén Cortada, Blanca Suárez, Álex de la Iglesia y Ernesto Alterio, durante el estreno de la película. / SERGIO PÉREZ | EFE

P. En la escena final puede verse un atasco bullicioso, disparatado, revuelto… ¿Hay mucha diferencia entre los storyboards y lo que se ve en las pantallas?

R. Cuando la complejidad de una secuencia conlleva un resultado sorprendente, merece la pena hacerla. En este caso, la script hizo un enorme trabajo. Hay que tener en cuenta que las películas no se ruedan cronológicamente, por lo que tienes que tener muy claro cuál era el orden de los vehículos, cómo se disponían, de qué color eran…

P. El cuarto pasajero es su largometraje número 23. ¿Cuándo sabe que está ante un gran título?

R. Nadie lo sabe. Ningún director se plantea que el proyecto que está haciendo sea malo. Al contrario, piensa que es el definitivo. A toro pasado, todos empezamos a ver detalles que se podrían haber limado o corregido. Sobre todo, cuando ya la ha visto el público. Ahora bien, ¿es éste un referente? Es cierto que el objetivo son los espectadores… pero, si les das siempre lo que quieren, puede que se cansen. Y, si optas por hacer algo nuevo, puede que no les interese. Por ello, lo mejor es no pensar y rodar lo que te apetece. Si no, te vuelves loco. 

P. ¿Se considera un buen cineasta?

R. Eso es algo demasiado pretencioso. Soy un profesional: trabajo en la industria y doy de comer a una empresa familiar. [Se queda pensativo unos segundos] ¿Buen director? Algo habré hecho para seguir trabajando. 

P. Si Alex de la Iglesia mañana pusiera un anuncio en BlaBlaCar, ¿con quién no compartiría coche jamás?

R. Con la persona en la que me basé para hacer el personaje de Ernesto Alterio. No puedo decir quién es, pero el día que se descubra… Estoy convencido de que él lo sabe. 

P. ¿Un político?

R. Alguien de la vida pública.

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