TEATRO

Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda, dos pícaras de este siglo

‘Malvivir’, una obra que recupera y actualiza la picaresca del siglo de Oro, trae a las Naves del Español a las dos actrices, que conversan aquí sobre su fructífera relación profesional y el trabajo en escena

Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda, en un momento de 'Malvivir'.

Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda, en un momento de 'Malvivir'. / David Ruiz

Juan Cruz

Juan Cruz

Aquí están, sentadas en un hotel de Madrid, juntas. A veces se abrazan y se ríen, siempre se ríen, a no ser que la conversación las lleve a abismos de los que salen enseguida, Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda. Son dos personas normales, que hablan de la vida, de la alegría de encontrarse, y de la función que hoy las junta en el Matadero. Esta noche y hasta el 5 de junio serán actrices de la obra Malvivir. La escribió Álvaro Tato a partir de textos picarescos del Siglo de Oro, y en ella interviene también Bruno Tambascio. Están aquí esperando preguntas, que el periodista les hace y ellas responden con una rapidez y una alegría que merece que el diálogo se reproduzca tal como hablaron estas dos pícaras del siglo XXI.

¿Cómo es juntarse en este tiempo?

Aitana Sánchez-Gijón: El encuentro viene de atrás. De antes de Los cuentos de la peste. Es la tercera vez que nos subimos a un escenario Marta y yo. Antes habíamos coincidido en una serie que se llamaba Los 80. No tuvo ningún éxito, pero nosotras nos caímos muy bien. Luego nos volvimos a encontrar en Cruel y tierno, en el Centro Dramático Nacional.

Marta Poveda: Y en Cruel y tierno empezamos a ser amigas.

A.S.-G.: Sí. En Los cuentos de la peste yo fui quien pensó que Marta era la actriz ideal para la obra. Marta es una atleta física y emocional y hace un trabajo corporal muy sorprendente. En ese caso, era necesaria una actriz con esas cualidades. Y en este caso también. Yo he ido como una cabra, saltando detrás de ella, porque no hay quien la alcance, pero teníamos ganas de volver a subirnos juntas al escenario. Su vínculo con Álvaro Tato, el dramaturgo, es la semilla de todo. Te lo puede contar ella.

M.P.: Bueno, Álvaro y yo habíamos trabajado en varias ocasiones en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Habíamos coincidido en El perro del hortelano y en La dama duende. Nos admirábamos mutuamente y quisimos seguir trabajando juntos. A Álvaro se le ocurrió esta idea maravillosa de empezar a sacar material de la pícara, de la mujer del Siglo de Oro, y empezó a escribir y embarcamos a Aitana. A Aitana le fascinó. Y a mí me apetecía mucho subirme al escenario otra vez con ella, haciendo un teatro muy de barro, muy físico. Encima teníamos ese añadido de la poesía, y está siendo un viaje muy intenso del que disfrutamos mucho.

Este es un viaje al mar que simboliza el deseo de libertad y de placer. Y buscar la poesía y la belleza de la vida"

Un viaje, ¿a dónde?

A.S.-G.: Al mar. Es un viaje al mar que simboliza el deseo de libertad y de placer y de reivindicar el horizonte de personaje de Elena de Paz, el deseo de trascender su destino. Y buscar la poesía y la belleza de la vida. Todo su trayecto es atravesando un mar que simboliza su horizonte.

M.P.: Ella confía en que existe la tierra de libertad en donde no hay ropa, porque no existen ni el frío ni el pecado, no hay yuntas porque la tierra da sus frutos de balde, no hay espadas porque las guerras son vagos recuerdos. Es el lugar en el que todo lo que ella conoce deja de existir para dar paso al placer y a la libertad.

Malvivir’. ¿Qué significa malvivir hoy?

A.S.-G.: Significa quedarte en la precariedad, que lo que ganas no te dé para cubrir lo que cuestan las cosas, que cada vez cuestan más, es la pobreza. Son las mareas de inmigrantes que malviven por sus caminos, es estar debajo de las bombas… Malvivir es eso.

M.P.: Malvivir es contranatura. Es todo aquello que, específicamente, el ser humano ha ido construyendo de la manera más vanidosa y egoísta posible. Así se ha generado un mundo tremendamente hostil. Y malvivir es lo natural hoy.

La obra rescata la picaresca. ¿Cuál es la relación de las dos con ella?

A.S.-G.: No lo sé. Yo, a nivel personal, no he necesitado desarrollar esas artes para poder sobrevivir. No he malvivido nunca. Lo que he hecho es trabajar y trabajar toda mi vida. Pero no he necesitado, como Elena de Paz, artimañas para evitar el dolor, la venganza, la violencia… Yo siento fascinación por ella como mujer que desafía el orden establecido. Los pícaros tenían problemas y las pícaras sumaban otros tantos por el hecho de ser mujeres. Esa rebeldía me hermana con Elena. También la voluntad de levantarme cuando me caigo. No me puedo quedar quieta.

M.P.: Yo no vengo de una familia de pasta pero tampoco he malvivido. Pero sí siento cosas que me identifican con Elena. Por ejemplo, su inadaptación. Soy una tía inadaptada, no consigo estar cómoda en este mudo en el que vivimos. Me sale un resorte de revelarme hacia demasiadas cosas. Tengo mucha necesidad de libertad, me rebelo. Y cuando he recibido violencia, como muchas mujeres, me he defendido con uñas y dientes. He sido camarera mucho tiempo y ahí he desarrollado mucha picardía y mucha picaresca. Ahí aprendes a escuchar al otro y a saber qué herramientas utilizar para conquistar, en el buen sentido. Siempre en el buen sentido. También me gusta mucho el placer y soy una persona muy procaz y muy guarra [risas].

A.S.-G.: Doy fe [risas].

¿Qué dice Aitana?

A.S.-G.: Que yo tengo adoración y fascinación por Marta Poveda. Yo soy una persona mucho más cauta. Guardo un poco las formas. Somos muy opuestas en esto, pero Marta me admira y me sonroja a partes iguales porque no tiene filtro. Y con dos vinos, ya ni te cuento.

M.P.: Pero no soy alcohólica, eh.

A.S.-G.: Para nada, para nada. Pero en las giras, en las cenas, a veces nos tomamos dos vinos y se le suelta mucho la lengua. Y yo a veces me pongo colorada con las cosas que dice y la reprendo y… me parto de la risa, la verdad.

Ese carácter, ¿qué satisfacciones le ha dado?

M.P.: Pues… eso genera situaciones muy propicias para cierta libertad. En otros casos soy una absoluta bocachancla y me meto en muchos líos. Pero duermo muy bien, eh [risas].

Es maravilloso que un grupo de personas llene el patio de butacas y se disponga a creerse una mentira. Es la verdad de las mentiras, como diría Mario"

¿Qué les ha dado el teatro, no sólo como actrices, sino también como personas?

A.S.-G.: El teatro me ha dado casi todo. No quiero quitarle tampoco al cine el aprendizaje que me ha dado, porque no es fácil estar ante las cámaras. Pero en el escenario me siento más dueña de lo que sucede. Bueno, cada función es un abismo, sucede todo lo que creas que puede suceder. Sin embargo, me da la sensación de estar haciendo un ritual laico que te conecta con la necesidad de contar historias. Es maravilloso que un grupo de personas llene el patio de butacas y se disponga a creerse una mentira. Es la verdad de las mentiras, como diría Mario. Ese acuerdo tácito entre el espectador y los actores, es un milagro de la civilización. Entonces, no hay algo que hable más de nosotros que el hecho teatral. Uy, qué intensa me he puesto [risas].

M.P.: A mí mi madre me metió a estudiar teatro cuando tenía 16 años. Y aprendí muy rápido que es la mejor manera de despojarse de los egos y de las vanidades. Uno no puede subirse a un escenario sin alejarse del ego. Es tan importante contar una historia a un público que te dedica dos horas, que es imposible no hacerse consciente de que importas tanto como lo que hay fuera. El egocentrismo se va un poco a paseo y, como actor, en el teatro aprendes a afrontar la vida.

Y, como dice Aitana, ¿es mentira lo que ustedes hacen en el escenario?

A.S.-G.: No. Mira: lo que hacemos es un juego. Jugamos de manera seria con el alma. Y lo hacemos con las entrañas y con toda la verdad de la que somos capaces. Las ficciones nos hablan de la vida misma. Es la verdad del arte. Es una proyección de la realidad que vivimos. Espantamos a la soledad y damos compañía. Eso es verdadero.

M.P.: No sé qué contestar. Sí, es mentira y es bueno que sea mentira. Una mentira maravillosa. 

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