Entrevista

Este músico se ha inventado un folclore de la sierra de Madrid: "Era un lienzo en blanco. No sonaba a nada"

El músico Ruiz Bartolomé publica 'Cancionero del Guadarrama', un álbum que a la vez recupera y reinventa en clave actual el folclore de la Sierra madrileña

Trata de noruegos pioneros del esquí, promotores de la Institución Libre de Enseñanza y episodios oscuros de la guerra y la posguerra

Ruiz Bartolomé, en los paisajes en los que se enmarca su disco.

Ruiz Bartolomé, en los paisajes en los que se enmarca su disco. / Fernando Lamana

Jacobo de Arce

Más allá de un accidente geográfico, la Sierra de Guadarrama es una entidad casi mística que ejerce un poder especial sobre los madrileños. Punto de fuga los fines de semana, reserva de aire puro y naturaleza para una metrópolis sepultada en contaminación y asfalto, sus picos proyectan sobre la ciudad un reflejo blanco en invierno y un sueño de descanso a la fresca durante todo el año. Como el Muro del Norte de un Juego de Tronos castizo, pero donde en lugar del horror habitan la esperanza de un paseo por el campo y un plato de judiones.

Cualquiera diría que "la Sierra" -así la conocen los madrileños- no tiene historia. Como si los pinares, la piedra de las pocas casas antiguas y el ladrillo de las urbanizaciones modernas hubieran estado allí siempre, conviviendo en una relativa armonía. Y sin embargo, la Sierra tiene mucha enjundia. Un pasado rico y una impronta cultural, y en particular musical, en la que se ha molestado en excavar Nacho Ruiz, el músico que antes se prodigaba en formato banda como Nine Stories y que ahora acaba de publicar todo un Cancionero del Guadarrama (Mont Ventoux, 2021) en su nueva encarnación, con el nombre artístico Ruiz Bartolomé.

"Para mí, la Sierra musicalmente era una especie de lienzo en blanco, realmente no 'me sonaba' a nada, lo que me permitía inventarme una suerte de folclore nuevo que partía de algunos sonidos y referencias serranas -el Cancionero de Palacio de La Granja y el folclore castellano en general- para añadirle otras sonoridades e instrumentos modernos. Quería que sonara actual, eso lo tuve claro. Indagando en la raíz, pero hecho en 2021", cuenta el músico.

Para mí, la Sierra musicalmente era una especie de lienzo en blanco, lo que me permitía inventarme una suerte de folclore nuevo que partía de referencias serranas

La identidad de Ruiz, madrileño del género "gato", con varias generaciones de familiares residentes en la capital y con casa paterna de fin de semana "entre Villalba y El Escorial", jugó un papel importante. Fueron muchos sábados de su infancia yendo a ver la nieve, subiendo al telesilla de Navacerrada, tomándose un caldo en la cafetería de La Bola del Mundo para acabar con la tiritona. "Tenía ganas de hacer algo diferente y que tuviera que ver con el lugar donde vivo y con el que tengo conexión emocional y familiar. La Sierra de Guadarrama siempre me ha gustado e interesado y, al empezar a leer y conocer sobre sus historias, personajes, lugares y leyendas, pensé que tenía sentido contarlas en un disco".

Historias de la Sierra

Ese disco se abre con una jota -castellana, eso sí-, contiene romances -aquellos poemas cantados típicos de la tradición oral- y no faltan leyendas como la de 'La mujer muerta'. Hay canciones que suenan puramente folk, pero también hay rock electrónico y lo que recuerda a danzas tradicionales grabadas con cajas de ritmos, sintetizadores y efectos especiales. Una mezcla bien medida de lo antiguo y lo nuevo. "El punto de partida que tuvimos Carasueño -su productor- y yo era hacer un disco que tuviera poso folclórico, pero realizado con las herramientas de hoy. Y que sonara actual. No entendía el proyecto como un ejercicio de estilo, eso ya se ha hecho. Creo que la magia se da precisamente en la yuxtaposición de elementos tradicionales, como puede ser una castañuela o una zanfona, con otros contemporáneos, como es el caso de utilizar samples, sintetizadores, beats electrónicos, etc", explica.

Luego están las historias que el disco desempolva. Algunas son conocidas para quienes frecuentan las rutas serranas, como la de Eduardo Schmid, un austriaco que se enamoró de la Sierra, fue uno de los primeros en recorrerla y abrió y dió nombre a una de las sendas más populares de la zona. Otras no tanto. Uno de los puntos álgidos del álbum es La Loma del Noruego, una canción en la que se recupera la historia de Birgen Sörensen, un nórdico que aterrizó en la España de principios del siglo XX.  

"Sörensen vino para encargarse de una maderería en la calle Argumosa (Lavapiés) a finales del s.XIX -cuenta el artista-. En sus visitas al Pinar de los Belgas, un enclave del Valle del Lozoya en el que se extraía madera, comprobó que muy cerca de la ciudad había una sierra nevada. Se construyó sus propios esquíes -él provenía de una zona llamada Christiania, donde el esquí era habitual y que de hecho sirvió como sede de la primera competición de esquí moderno- y se empezó a deslizar por las pendientes. La gente de la época alucinó, claro, no habían visto jamás algo así". Fue culpa suya que la Sierra de Guadarrama se convirtiera en una de las primeras zonas de España en las que se esquió.

Ruiz Bartolomé, con la nieve en los talones.

Ruiz Bartolomé, con la nieve en los talones. / Fernando Lamana

Todo esas historias que Ruiz Bartolomé recoge en su disco son fruto de un trabajo de documentación concienzudo. El proyecto se le ocurrió antes de la pandemia, pero el parón que vino con ella le dio tiempo para investigar en profundidad. Se nutrió de artículos de prensa, libros contemporáneos -"aquí tengo que dar las gracias a Julio Vías, uno de los guadarramistas de pro", dice- y los escritos sobre esta zona de intelectuales como Antonio Machado, Pío Baroja, Vicente Aleixandre, Eduardo Martínez de Pisón, Manuel Cossío y Giner de los Ríos. Precisamente, estos dos últimos son los protagonistas de otra de las canciones del disco. Se titula Institución Libre de Enseñanza y cuenta cómo los dos pedagogos krausistas, impulsores de la ILE y dos puntos de luz en una España todavía en las tinieblas, suben un día de 1883 en tren a Villalba con sus bastones para dar un paseo por los montes mientras hablan de la Institución, de laicismo o de feminismo.

"Hasta hace algo más de un siglo, a las montañas sólo se iba porque había que viajar o trabajar, no existía como lugar, digamos, de esparcimiento -razona Ruiz-. La ILE fue la primera en añadir al programa académico las excursiones al campo, a conocer la naturaleza en primera persona. Eso dejó una impronta muy grande no sólo en ese sentido educativo, sino como muestra de que las montañas, y en general los espacios naturales, debían ser respetados y protegidos".

Entre guía y documentalista

Sin embargo, no todo son canciones luminosas ni paseos guiados por los montes, que también los hay. En este disco, Ruiz Bartolomé se ha desdoblado como guía serrano -con fina ironía en algunos momentos, como cuando en La Sierra de Guadarrama canta "Pasan bicicletas hacia Colmenar/Políticos se van a Soto del Real/Un metro de nieve en La Najarra/cabras se camuflan en Peñalara"- y como un documentalista que destapa hechos acaecidos en esos montes y valles apoyado en grabaciones de lugareños, sonidos de la naturaleza montañosa e incluso el NODO. Porque la Sierra también guarda recuerdos sombríos. El que más, el de la Guerra Civil y la construcción de la basílica con su cruz gigantesca donde se enterró a Franco, y que construyeron con su sudor y su sangre los derrotados en el conflicto. A este episodio le dedica una especie de marcha fúnebre electrónica que lleva por título Cruz de los caídos, y donde se escucha "Empleando a más de veinte mil / hombres bajo falacias de paz / matando a todo un país / todavía sietemesino".

En la Sierra hay un alma intrínseca progresista en la que se incluyen el ecologismo, valores humanistas, culturales, etc. Y luego una amenaza de control de esta tierra

Precisamente la adscripción ideológica de la Sierra es un debate que de vez en cuando sale a flote entre los madrileños, porque la zona parecería dividida entre el conservadurismo de estirpe imperial de El Escorial y el dictatorial del Valle de los Caídos, y el espíritu hippie que tienen muchos pobladores e iniciativas de la zona. Ruiz reconoce esa tensión. "Existe desde siempre, en realidad, porque es un lugar que ha interesado controlar. Por posición geoestratégica, emocional y económica. En ese sentido, diría que hay un alma intrínseca progresista en la que se incluyen el ecologismo, valores humanistas, culturales, etc. Y luego esa otra amenaza -por llamarlo de alguna manera- de control de esta tierra que primero fue de Reyes y luego de poderes económicos vía el ladrillo y sus derivadas".

Un pasado muy 'brit'

Además de dedicarse al periodismo musical y de hacer música, Ruiz regenta el sello Mont Ventoux, que publica discos y libros, y es uno de los fundadores del festival Madrid Brillante, todo un ejemplo de emprendimiento valiente porque se atrevieron a organizar un evento musical de esa magnitud en plena pandemia, cuando nadie lo hacía, en un teatro del centro de la capital, con el público sentado y los aforos adecuados. Aquello tuvo su continuación en otro al aire libre el pasado septiembre, cuando el clima social ya estaba algo más relajado. Por supuesto, solo podía ser en un pueblo de la Sierra Oeste de Madrid, y eligieron Chapinería. Ambos fueron un éxito rotundo, y el serrano tendrá nueva edición el año que viene.

Antes de atreverse con jotas y zanfonas, Nacho Ruiz fue el perfecto ejemplo de joven -hoy ya ha cumplido los 41- seducido, o casi mejor abducido, por la cultura anglosajona. Un verdadero devorador de música británica y americana, con una estética razonablemente mod -el flequillo y sus chaquetas y abrigos casi de sastrería le delatan- que todavía luce hoy, incluso delante de los paisajes nevados. Un urbanita que le canta a las montañas. Hasta ahora siempre se había escondido detrás de nombres de grupos y cantado en inglés. Empezar a hacerlo en castellano y con sus dos apellidos, dice, no ha hecho que su música sea ahora más personal, pero sí que se sienta más cómodo y relajado. Admite que incluso ha sido un poco liberador, porque de alguna manera ha sido como volver a empezar.

Nueva ola neofolclórica

El disco de Ruiz Bartolomé se inscribe en la actual oleada de recuperación del folclore desde una óptica moderna y diversa que están llevando a cabo un montón de artistas como Rodrigo Cuevas en Asturias, Baiuca en Galicia o María Arnal y Marcel Bages en Cataluña. Una reivindicación de sonidos asociados al territorio, pero donde no se trata de buscar purezas ni regocijarse en nostalgias cubiertas de moho. "Este disco no tiene intención de hablar de la Sierra como un lugar suspendido en el tiempo a lo Village Green Preservation Society. Y por supuesto, no todo tiempo pasado fue mejor. Diría que más bien al contrario. Sólo un detalle: el Parque Nacional se lleva persiguiendo desde hace más de un siglo. Y está lleno de contradicciones: la presión urbanística constante, la cultura de la urbanización, la tensión entre economía y naturaleza, como está sucediendo con la estación de esquí de Navacerrada… El disco pretende hablar de esta Sierra -que podría ser cualquier sierra- como un lugar vivo, en el que reside gente con una serie de problemas propios y otros que no son distintos a los de la gran ciudad".

El músico, en una pausa después de los paseos de montaña.

El músico, en una pausa después de los paseos de montaña. / Fernando Lamana

Durante muchos años, y como tantos en su generación, Ruiz conoció mejor el folk anglosajón que el local. "Nos flipaba saber y cantar sobre lo que ocurría en Escocia o Mississippi -por decir los lugares al azar-, pero nos parecía paleto lo de aquí. Por suerte, ya llevan muchos años cambiando esos sambenitos". Esa liberación de prejuicios le ha permitido a él acercarse a un folclore, el madrileño, que nadie sabía muy bien si existía. Quizá hasta ahora. "Sí, existía el de fuera de la ciudad: los pueblos, las fiestas, las leyendas, los romances populares... Todo eso de raíz pura castellana. Lo que ocurre es que la cualidad de Madrid como ciudad de acogida -que es quizá lo mejor que tenemos- ha provocado que haya un millón de folclores distintos, que se mezclan y dialogan entre ellos".

Como profesional de la producción de discos que también es, el músico ha querido que una serie de ilustradores y artistas cercanos como Ricardo Cavolo, María Grande o Javier Aquilué interpretaran cada una de las doce canciones del álbum en otras tantas láminas que se pueden intercambiar en una portada que en realidad es un marco. También se ha rodeado de músicos amigos que contribuyen al disco, como el propio Carasueño, los componentes del dúo Elle Belga o la cantante Alondra Bentley, una de las mejores voces del pop español y su pareja, además de madre de su hija. Un círculo de confianza seguramente necesario para abordar una música donde el vínculo personal es fundamental. Un vínculo fuerte que, además de a las personas, une a la tierra.