ENTREVISTA

Esther Paniagua: "Como con el cambio climático, en el ámbito digital también nos estamos quedando sin tiempo"

La periodista científica alerta sobre un posible colapso de la red que sería catastrófico, la peligrosa evolución de internet y las opciones que tenemos para enmendarlo. Como la fundación de una especie de ONU digital.

En un mundo cada vez más conectado a través de internet las vulnerabilidades se multiplican.

En un mundo cada vez más conectado a través de internet las vulnerabilidades se multiplican.

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Esther Paniagua (Madrid, 1986) ha sido omnipresente esta última semana. La caída el pasado 6 de octubre de Facebook y sus empresas y servicios aledaños -Instagram, Whatsapp-, que se prolongó seis horas y afectó a unos 3.500 millones de personas, colocó en todas las radios y periódicos a esta periodista científica que, precisamente, publica hoy un libro que plantea una posible caída de internet y sus terroríficas consecuencias. Eso sí que es tener buen tino con una campaña de promoción.

Aunque agotada, se ríe cuando habla de ese maratón precipitado de entrevistas por el que se vió engullida. Pero lo cierto es que en su libro, Error 404. ¿Preparados para un mundo sin internet? (Debate), hay muchas más cosas que esa caída por la que tanto le han preguntado. De hecho, su título es un tanto equívoco, porque en realidad en él habla de todo lo que tenga que ver con la red de redes: de sus muchos males, pero también de ciertos puntos de luz a los que nos debemos aferrar o por los que deberíamos luchar. Como la Biblioteca de Babel de Borges, este libro parece reunir todos los libros posibles, al menos todos los que tengan que ver con el mundo conectado. Y en solo 300 páginas. Un ejercicio de concisión que se agradece cuando el mercado editorial no deja de escupir títulos muy voluminosos que destapan el lado oscuro de internet, pero que lo hacen por barrios.

“Este era exactamente mi objetivo –explica la autora–. Hay muchos libros muy buenos que dan explicaciones en silos. Pero vivimos en una realidad interconectada y hablar solo de uno de esos silos, por ejemplo la desinformación, no es suficiente. Porque todo está conectado. Yo quería hacer un esfuerzo de sintetizarlo todo, y que al mismo tiempo el libro fuera riguroso, basado en datos. Por eso hay muchísimas fuentes. Además quería hacerlo didáctico y asequible, que la gente no tenga que enfrentarse a ocho mil libros para entender un poco todo lo que está pasando”.

Aunque se leen de manera adictiva, los dos primeros tercios del libro provocan cierta ansiedad. Es en ellos donde se expone todo lo malo, y donde Paniagua explica lo que tanto ha explicado estos días: que es mucho más probable que se produzca una caída mundial de internet que una pandemia global. Y esta ya ha sucedido, así que lo otro es solo cuestión de tiempo. Entre los potenciales culpables que enumera podrían estar una erupción solar que desencadenase una tormenta geomagnética como la que en 2012 nos pilló en el lugar correcto de la órbita terrestre -de buena nos libramos-. O unos activistas con mala uva, como los ucranianos que en 2015 dejaron sin luz durante dos semanas a buena parte de Crimea. Otra posibilidad es que un país poderoso y abusón nos desenchufe de internet, como hizo la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU con Siria en 2012. Algo que también podrían hacer con España, “aunque necesitarían herramientas más sofisticadas”.

Bienvenidos al desierto de lo real

Paniagua enumera los problemas que causaría una caída de internet a gran escala: “Desabastecimiento de comida y fármacos, hospitales funcionando con dificultad, servicios públicos inaccesibles, atascos, impagos, fábricas que tienen que cerrar, problemas de accidentes industriales…”. Pero el escenario es todavía peor si lo que se produce una caída de la red eléctrica, algo que no es tan difícil de conseguir mediante hackeo: además de sin luz, podríamos quedarnos hasta sin agua en los grifos y en la cisterna de casa. Si sucediera algo así, solo tendríamos 48 horas para ponerle remedio. Esas "cuatro comidas" antes del caos de las que, con su particular estilo, habla el Servicio de Inteligencia Británico.

El problema, según la periodista, es que no estamos todo lo bien preparados que deberíamos para responder. “La UE exige a los estados miembros planes específicos para proteger la infraestructura crítica. En España en caso de caída eléctrica habría coordinación entre el Centro Nacional de Ciberseguridad, el gabinete de crisis del gobierno, Red Eléctrica Española, Telefónica y otras operadoras e instituciones. Estos planes se podrían aplicar a la caída de internet, pero no están expresamente ideados para ello”.

El problema es que no estamos todo lo bien preparados que deberíamos para responder a una caída de internet”

Más allá de la caída de la red, que en el libro ocupa unas 30 páginas, Paniagua repasa, capítulo tras capítulo, un número infinito de temas que son clave en la sociedad en que vivimos: cibercrimen, desinformación, adicción a las redes –con especial acento en los adolescentes: en EEUU ya hay centros especializados, y en España programas–, discursos de odio, cómo nos espían los dispositivos, cuánto contamina internet –solo la reproducción de vídeo en la red provocó más emisiones de CO2 que toda España en 2019– o cómo hacen negocio con la información que nos sacan. También se detiene en la discriminación a la que contribuyen la inteligencia artificial, los algoritmos o los dichosos datos, esos a los que hemos encumbrado como paradigma de la objetividad y que, paradójicamente, están haciendo mucho por reproducir los peores sesgos en materia de sexo, raza o clase.

Para ir ilustrando todo ese catálogo de ciberdesdichas, la autora recopila historias y datos de internet de los que hacen abrir los ojos como platos. Como la del adolescente enganchado al videojuego Minecraft que consiguió hacerse con el control de las cuentas de twitter de Barack Obama, Joe Biden, Elon Musk o Kanye West y recaudar 121 mil dólares en bitcoins. O la del columnista del Washington Post que descubrió que había 5.400 empresas rastreando su iPhone cada semana. Los moderadores de Tik Tok eliminaban publicaciones de personas feas o pobres para atraer a nuevos usuarios. Y también nos recuerda que, durante la pandemia, con la gente trabajando en casa y conexiones más vulnerables, los ciberataques aumentaron un 25%, y se cebaron también con hospitales o con la propia Agencia Europea del Medicamento en los momentos más críticos. Porque los escrúpulos no abundan en el mundo de los crackers, los hackers malos. Este es solo uno de los neologismos que aprendemos -al menos los despistados- con la lectura del libro. Otros son ningufoneo -eso que hace tu amigo cuando, en plena cena, se dedica solo a mirar su teléfono y no hace ni caso al resto-, splinternet -que viene a ser una especie de balcanización o de nacionalismo online que pone fronteras egoístas y geoestratégicas a esta que entendemos como una red global- o techlash, que es como se llama a la reacción ciudadana contra el poder omnímodo de las tecnológicas.

Los catorce centinelas de internet

Un punto caliente de la lectura es la historia de los catorce centinelas de internet. Catorce personas que cuidan de que el sistema de DNS, los nombres que se asignan a cada participante en la red, no sea destripado y con ello se bloqueen las comunicaciones del mundo. Catorce firmas digitales asociadas a catorce llaves físicas que tienen catorce personas en todo el mundo –una vive en España– y que permiten acceder a cuatro cámaras acorazadas repartidas entre las dos costas de EEUU con ordenadores donde se almacena ese sistema de DNS. Suena un poco a logia extraña de novela de Dan Brown, aunque en realidad se trata de un grupo de ingenieros cuyos nombres ni siquiera son secretos. Paniagua tiene la lista completa. “En realidad hay más formas de atacar el sistema de DNS, pero tendrían que ser muy sofisticadas. Digamos que estos guardianes lo que hacen es evitar que los delincuentes tomen un atajo fácil para derribar internet”.

Lo que hacen estos catorce guardianes es evitar que los delincuentes tomen un atajo para derribar internet"

Otra cosa que llama la atención es su crítica a toda esta fiebre por las novelas, series y películas distópicas que nos invade desde hace unos años, y que “nos dejan sentados en el sillón diciendo en qué mierda de mundo vivimos o nos vamos a convertir, pero no te dan herramientas para cambiar las cosas o para exigir que se cambien. Solamente con que un pequeño porcentaje de la población consuma diferente, con que exija otro tipo de normas políticas y acciones públicas, ya hay un cambio. Esto de que no tenemos capacidad de influencia es mentira. Y por eso no me gusta que haya estas distopías tan paralizantes que no invitan a ese cambio, sino a deprimirte más”, protesta.

Precisamente, eso es lo que ha hecho ella. El libro concluye con las cosas que ya existen y que apuntan a la esperanza, desde talentos al servicio de la investigación como el de Carmela Troncoso, la profesora española del Spring Lab de Lausanne que creó la aplicación de rastreo de contactos Covid, hasta iniciativas como Planetary, una red social descentralizada con modelo abierto que ha puesto en marcha uno de los primeros empleados que tuvo Twitter. Pero también hay propuestas suyas, y tan ambiciosas como una Alianza Democrática por la Gobernanza Digital. Una organización internacional que defienda un internet democrático y libre y que confronte a estados totalitarios y controladores de la red. “El concepto me lo inventé yo hablando con mi marido. Pero de todas las propuestas que incluyo bajo ese paraguas, muchas son mías y otras proceden de informes de think tanks, de libros que he leído, de respuestas de expertos y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible -explica Paniagua-. Y es verdad que, para mi alegría, ya se están empezando a gestar ese tipo de cosas. Hay proyectos relativos a la inteligencia artificial, o el acuerdo de manufactura de semiconductores. Lo que yo propongo es algo más ambicioso que no llegue solo a un silo. Sí, podría ser como una especie de ONU digital”. LA ONU nació de una cataclismo como la Segunda Guerra Mundial. ¿Necesitaremos que ocurra algo parecido en las redes para que suceda algo así? "Desde luego, lo aceleraría. ¡Pero esperemos que no suceda! Aunque, como con el cambio climático, en el ámbito digital también nos estamos quedando sin tiempo".