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El debate en la revolución digital en la que nos encontramos, es el trabajo en remoto y flexible, por lo tanto, la primera conclusión de ese documento es que nuestros políticos siguen siendo analógicos.

El debate en la revolución digital en la que nos encontramos, es el trabajo en remoto y flexible, por lo tanto, la primera conclusión de ese documento es que nuestros políticos siguen siendo analógicos. / FERRÁN NADEU

Ayer nos despertamos con el acuerdo entre Psoe y Sumar en el que destacaba reducir por ley la jornada laboral de 40 a 37,5 horas a la semana. Arthur Okun, un gran economista estadounidense, nos enseñó que el PIB era el resultado de multiplicar la productividad por hora trabajada por el total de horas trabajadas durante un periodo. La productividad por ocupado en España está casi estancada desde hace más de 20 años y la productividad total de los factores que determina la riqueza de las naciones ha caído un 15% desde que comenzó el nuevo milenio, siendo el peor país junto a Italia de la OCDE.

Con ese grave problema de productividad ¿cómo se le ocurre a dos partidos que quieren formar gobierno reducir las horas trabajadas, el PIB y la renta disponible que generamos los españoles para repartir entre las familias, las empresas y el estado? Se me ocurrió que incluyendo en el acuerdo la sostenibilidad se habían apuntado a las teorías neomalthusianas de que sólo es posible reducir nuestras emisiones contaminantes, reduciendo el consumo y el PIB mundial. Otra posibilidad es que los dos partidos estén preparándose para unas segundas elecciones y el relato sea; nosotros nos ocupamos de la gente y el resto de sus problemas y de sus sillones. Y otra opción que la propuesta se basa en un grave error de diagnóstico de la realidad de la economía española y sus problemas.

El debate en la revolución digital en la que nos encontramos, es el trabajo en remoto y flexible, por lo tanto, la primera conclusión de ese documento es que nuestros políticos siguen siendo analógicos. El principal problema de la economía española sigue siendo cómo aumentar las horas trabajadas y la productividad al mismo tiempo para poder reducir el desempleo, la precariedad y nuestro riesgo de pobreza, el más elevado de Europa, mejorar los salarios y los recursos del estado para erradicar el déficit público estructural que arrastramos desde 2007 y que ha llevado la deuda pública a un récord histórico en el último siglo próxima al 110% del PIB.

Nuestra tasa de paro sigue en el 11%, casi el triple que en Alemania o EEUU, pero si sumas los desanimados, los que ni buscan empleo pero les gustaría encontrarlo y los que trabajan a tiempo parcial y les gustaría trabajar más horas la tasa de subempleo sube al 20%. ¿Cómo le explicas a uno de cada cinco españoles que también votan y que quieran trabajar más horas para tener más ingresos y reducir su pobreza o precariedad que si hay nuevo gobierno aprobará una ley para trabajar menos horas aún? En 2007 el máximo de horas trabajadas en un trimestre en la economía española fue 7,7 millones, el pasado trimestre dieciséis años después se trabajaron 7,1 millones de horas. Planeta Tierra llamando a nuestros políticos, ¿nos reciben?

España tiene un problema estructural en su parque empresarial con un exceso de empresas de menos de 10 trabajadores con mínimos niveles de productividad que concentran la mayor parte de los empleos precarios y bajos salarios y la mitad de empresas entre 50 y 250 trabajadores que el promedio europeo y una cuarta parte de Alemania que pagan el doble o el triple de salario medio que las pequeñas. Con unas 5.000 nuevas empresas multinacionales que pasen de 50 a 250 trabajadores España tendría pleno empleo, aumentaría la productividad, el salario, el PIB, los ingresos públicos y entonces sería oportuno abrir el debate de reducir la jornada laboral como están haciendo los países con mayor desarrollo tecnológico y pleno empleo.

La mayoría de políticas aprobadas por los gobiernos de derechas y de izquierdas en los últimos 25 años en España han fracasado en esta misión y lo más frustrante es que los programas electorales siguen proponiendo las mismas recetas que los economistas ya sabemos que han fracasado. Hay que eliminar todas las barreras que limitan el crecimiento de esas empresas, hay que diseñar una fiscalidad atractiva y al menos tan competitiva como la de nuestros vecinos portugueses para ellas, hay que reformar el mercado de trabajo para mejorar la flexibilidad y la asignación más eficiente de talento y se puede hacer manteniendo la seguridad de los trabajadores o incluso mejorándola como han conseguido Suecia y los países nórdicos, hay que desarrollar los mercados de capitales para que consigan la financiación que es el oxígeno del crecimiento empresarial, hay que reformar radicalmente nuestras universidades y centros tecnológicos que, salvo honrosas excepciones, son incapaces de transformar el conocimiento en inversión, en empleo, en productividad y en mejores salarios.

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