PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Que viene el lobo (feroz)

Las ficciones son la vida por otro medio, pero convertirlas en sustituto de la verdad es una ingenuidad o una altivez

Lorenzo Lamas, el rey de las camas, ahora "con canas"

Lorenzo Lamas, el rey de las camas, ahora "con canas" / EPE

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Inventamos ficciones para salvar la vida. Inventamos vidas para poder crear ficciones. Gritamos que viene el lobo para que los demás se asusten y para que el rebaño crea que nos necesita. Quizá es que el miedo aparece cuando desaparecen otras ilusiones. Hay una peli de Adam Sandler, una de esas cosas de autosuperación y trabajo en equipo, en la que el bueno de Adam, entrenador de baloncesto de unos maulas, se dice a sí mismo o les dice a otros una frase demoledora: «Los cincuentones no tienen sueños. Tienen pesadillas y dermatitis». Sustituyan la dermatitis por cualquier otra dolencia no grave pero sí insidiosa y estarán dejando que el lobo entre libremente a comerse a sus ovejas.

Las ficciones son la vida por otro medio. Pero convertirlas en sustituto de la verdad es un ejercicio de ingenuidad o de soberbia, como cuando Ignacio Saavedra, experto en Tolkien, afirma que «Hay más verdad en un buen cuento de hadas que en 800.000 telediarios». Porque un cuento de hadas es a la verdad como una armónica tratando de hacerse un hueco en una orquesta filarmónica. Las pequeñas ficciones cotidianas, nuestros cuentos diarios, terminan siendo como los encuentros con la divinidad de los videntes de toda condición. Por eso, la Iglesia católica ultima unas directrices para discernir qué apariciones son verdaderas.

Utopías

A mí se me ha aparecido últimamente Lorenzo Lamas, aquel galán de culebrón que ahora sigue defendiendo, en autoparodia impagable, que es el rey de las camas, «con pelaso o con canas». Viene Lorenzo de otro mundo, el suyo propio, de una utopía publicitaria, que quizá no tenga cabida en el estudio de la etnógrafa Kristen Ghodsee, autora de Utopías cotidianas. Otras formas de convivencia, quien afirma que: «Estamos demasiados cansados para tener imaginación». Y quizá sea verdad (o posverdad)

Cumple 40 años Paris, Texas mientras me entero de que hay personas que no necesitan comer para subsistir. Han alcanzado algo que se llama Respiracionismo y se alimentan del aire, de la luz y del amor. Y yo, más incrédulo que el Tomás aquel del costado de Cristo, vuelvo a Travis y me lo encuentro diciendo: «Yo no le tengo miedo a las alturas, le tengo miedo al suelo». Vivir del cuento o contar la vida.

Y mientras algunos no necesitan comer, en la Hamburger University de Mcdonald’s, con sede en Chicago, imparten desde 1961 un grado universitario o lo que sea en Hamburguesología. 5.000 estudiantes al año. Tienen campus también en Tokio, Londres, Sídney, Múnich, São Paulo, Shanghái y Moscú. Y yo me imagino a todos nosotros como hamburguesas congeladas o como ovejitas luceras muy blanditas que esperan ser devoradas por los lobos. Y eso me pasa porque ya no tengo sueños. Solo me quedan pesadillas y dermatitis.