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El obituario: escribir con lágrimas un texto

La muerte de un escritor supone para el periodismo cultural estruendos que nos dejan tambaleantes, aunque exista la necesidad de contarlo de la formar más rápida

El académico Francisco Rico, recientemente fallecido

El académico Francisco Rico, recientemente fallecido / EPE

La muerte de un autor supone para el periodismo cultural estruendos que nos dejan tambaleantes, aunque exista la necesidad de contarlo de la formar más rápida. Así se escriben los obituarios de escritores con los que has mantenido una fuerte relación: con lágrimas en los ojos. Los recuerdos personales y sus biografías danzan por la cabeza en textos que no deben abandonar la emoción y, a la vez, han de ser muy informativos.

Llevamos una semana tremenda. Comenzó con el académico Francisco Rico, al que el suplemento ABRIL le dedicó su portada y dos páginas de una larga entrevista que al final resultó ser la última. El pasado miércoles también se fue Paul Auster. Su escritura conectó desde el principio con el lector español. Vino a presentar la mayoría de sus obras en una muestra de conexión con nuestro país. Acababa de publicar Baumgartner, cuya reseña apareció en estas páginas, un libro que escribió a modo de despedida: un viaje a través de sus recuerdos.

Y a ellos dos les podemos añadir otro fallecimiento, el de Victoria Prego, más periodístico que literario, pero de igual forma fortalecido por toda la evocación que el personaje suscita, y seguirá suscitando, de uno de los momentos de la Historia de España más fascinantes, la Transición. Una época fundamental para entender la sociedad contemporánea.

Las secciones de cultura y los suplementos literarios, siempre tan bien organizados y con tanta previsión, se agitan como un plato de angulas vivas para intentar dar las mejores firmas, los más originales puntos de vista, los análisis de mayor profundidad sobre la obra de un escritor. Todo ello tiene una curiosa consecuencia editorial: los títulos de los finados vuelven a inundar, si alguna vez las abandonaron, las estanterías de las librerías, y se encargan nuevas reediciones. No hay nada malo en ello. Es una forma de que los escritores nunca mueran