MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi libro: Alba Dedeu

Para mí no hay nada más divertido o más absorbente que encerrarme en casa a escribir la historia de otra persona, como la de 'La conformista'

La escritora Alba Dedeu, autora de 'La conformista'

La escritora Alba Dedeu, autora de 'La conformista' / EPE

Alba Dedeu

La mayoría de mis historias parten de un detalle minúsculo, un diálogo o un comentario oído en el metro, por la calle, en una terraza de bar. "No ha matado ni ha robado, pero es un idiota", decía el otro día por el móvil una abuela de aspecto respetable en el autobús, sentada cerca de mí. Ese día yo iba a renovar el contrato de alquiler y no pude quedarme allí, como hubiera querido hacer, tantas paradas como se quedara la señora.

Quería saber de quién hablaba, qué relación había entre ellos (¿era un nieto, un hijo suyo? ¿El yerno, el hijo de una amiga?) y en qué telaraña estaba enredado. ¿Qué había hecho, o qué había dejado que le hicieran? Tuve que bajar, mientras la abuela escuchaba alguna interesantísima explicación por el móvil, y antes de llegar al despacho del administrador de fincas ya se me habían ocurrido dos versiones distintas de las peripecias vitales del supuesto idiota anónimo.

A veces no es una frase ni una conversación, lo que me incita a fantasear, sino ver de pasada una vida completamente distinta a la mía. Un día de agosto venían mis padres a comer a mi casa, y, a pesar de mis mejores intenciones, tenía la nevera vacía, como siempre que estoy a punto de terminar una traducción. Al final bajé a buscar un pollo al ast allí cerca. Eran las doce y ya había cola. A medida que me acercaba a la puerta de la tienda, el calor de la calle se intensificaba con un calor mucho más abrumador: el aire ardiente, viscoso y especiado que venía de dentro.

Curiosidad

Al entrar vi que toda una pared eran filas y más filas de pollos que giraban lentamente. Un hombre iba sacando algunos, recolocaba otros. Detrás del mostrador, una mujer los cortaba y los metía en bolsas. Tanto él como ella sudaban a chorros. Cuando llegó mi turno, yo también sudaba a chorros, y, mientras ellos me servían, yo observaba discretamente a la pareja (en seguida supuse que eran pareja) y me preguntaba: ¿cómo lo hacen para aguantar en este horno? Y ¿qué vida hacen, fuera de este horno?

Fue solo un momento; dos minutos y ya estaba fuera, con mi pollo y mi ración de ensaladilla. Pero mientras volvía a casa por la sombra, y mientras ponía la mesa, y después, con una parte del cerebro mientras comía con mis padres, iba dando vueltas a la vida de esos desconocidos. ¿Habían cerrado ya? ¿Qué hacían ahora? En su lugar, yo estaría tirada en el sofá, medio desmayada y todavía sudada, porque no habría tenido fuerzas ni para ducharme. Y de repente los vi exactamente así. Y durante los días siguientes, aunque no volví a la tienda (evité volver, en realidad, porque los que tenía en la cabeza ya eran otros), los fui viendo mientras hacían muchas otras cosas; también vi que tenían una serie de problemas y frustraciones que solo vería del todo claros si intentaba contarlos con palabras.

Y ya estaba hecho. Más que tener a unos personajes, me tenían ellos a mí. Tan pronto como terminé la traducción, y antes de empezar la siguiente (siempre demasiado pronto) me encerré a escribir. Y, si queréis que os lo diga, no hay nada, ni ferias ni festivales ni excursiones con paisajes idílicos ni vacaciones exóticas, para mí no hay nada más divertido o más absorbente que encerrarme en casa a escribir la historia de otra persona.

'La conformista'

Alba Dedeu

Sexto Piso

116 páginas

16,90 euros