Opinión | CUADERNO DE NOTAS

Transformar la experiencia en conciencia

No sé cuándo oí cantar por primera vez a Édith Piaf, pero algunos de los enamoramientos de adolescente fueron mecidos por sus canciones

La cantante francesa Édith Piaf

La cantante francesa Édith Piaf / EPE

LA MISTERIOSA BRUTALIDAD DE UNA ELEGANCIA. Escuche la música que David Raksin compuso en 1944 para la película Laura, de Otto Preminger. La última vez que fui a Nueva York recuerdo el Hotel Algonquin, donde se rodaron algunas escenas del filme. Me entusiasmaron los interiores sofisticados a la europea, los ruidos de la gran ciudad que nunca duerme que llegaban apagados desde detrás de las vidrieras del Upper East Side, ese perfume literario de las venenosas lenguas que formaban el Círculo Vicioso y no dejaban a nadie sano.

Dorothy Parker, William Faulkner y Dashiel Hammet llevaban la voz cantante mientras bebían grandes vasos de güisqui. La melodía de Raksin de Laura es un encadenamiento caleidoscópico con rumbas y valses, con tapices desatados de cuerdas donde el fagot evoca la angustia de una puerta que juega sobre su bisagra a la espera de la reaparición de una mujer fantasma. Gene Tierney, tan bella como misteriosa, con la intriga de un crimen sobre la piel de seda.

CAMINANDO DENTRO DE LOS REFLEJOS DE LA LUNA PLENA. No es cierto. No puede ser en modo alguno. Palabras oxidadas junto a la casa de la vida. Palabras que han quedado grabadas en los caminos, en la cal de las paredes, en la sequía de las fuentes, en los muebles tapados con telas blancas, en las arañas de Murano que aún tintinean. Palabras que sobrevuelan los tejados empujadas por las hojas de los almeces, por los troncos de las tuyas, por las olas de los pinos, por el silencio de las profundidades. No es cierto.

Puedes abrir la cómoda isabelina y no encontrarás el traje de primera comunión de la muñeca. Nísia es un nombre que no sale a ninguna parte. Nísia se pasea sin freno por los atardeceres del tiempo. ¡Nísia, Nísia! Si todo pudiera ser como cuando ibas con la abuela Guda a pasear por los caminos polvorientos, cuando escuchabas sus descripciones de los viajes a Roma, Puerto Rico, Nueva York, Florencia, Estambul. Si todo pudiera ser como cuando aprendías el encaje de bolillos con la vieja bordadora, madò Bet, que te enseñaba los secretos de deshacer hilos y clavar agujas en aquella especie de falo para conseguir bordados de aire.

Si todo pudiera ser como cuando nadabas en el estanque redondo y los peces venían a comer entre tus manos mientras cantabas aires muy antiguos que habías aprendido entre las vendimiadoras. No es cierto. Las cortinas se caen a pedazos, los cuadros se han vuelto negros de golpe, no late ni un alma dentro de los salones, ni en el comedor, ni por la galería de las estatuas blancas, ni entre los parterres que son un desierto de vida.

Nísia, si no hubieras partido habríamos hecho ramos de lirios amarillos y también te habría acompañado a caminar sobre la estela calabaza de la luna llena. Te gustaba tanto, Nísia: lo soñabas, lo preparabas con delicadeza horas antes del crepúsculo, lo saborecías como un delirio que llegaría a la hora exacta. Había que hacerlo a la puesta de sol, en el momento en que la oscuridad se metía por las rendijas, cuando la luna aparecía como un globo gigantesco y muy bajo sobre el horizonte de la tierra. La luz naranja de la luna era el tapiz lanzado en mil y una direcciones donde te perdí, era la estela.

REVISITA, CANIBALIZA, VENERA, CITA. Unos versos de Adam Zagajewski me hacen compañía. “Me gusta nadar en el mar que siempre / habla solo / con la voz monótona del viajero / que ni siquiera recuerda / qué tiempo lleva de viaje. / Nadar es como una oración / las manos se juntan y se separan / se juntan y se separan / casi sin fin.”

¡Stop! Y Piaf acuna mis letras. Una voz de terciopelo negro. No sé cuándo oí cantar por primera vez a Édith Piaf. Pero puedo asegurar que algunos de los enamoramientos de adolescente fueron mecidos por sus canciones. Y cuando aprendía a vivir con la soledad de cada día —con la muerte de cada día—, con el dolor de cada día, la banda sonora de muchas de mis noches era aquel "Je ne regrette rien" que Piaf me enseñó.

En el libro de memorias de esta cantante de leyenda, Au bal de la chance, el maestro Cocteau la trata de mujer de genio. Y para explicar el sentido de esta palabra se va a Stendhal. Transcribo: "J'aime beaucoup la façon désinvolte avec la aquella Stendhal emploie la palabra génie'. Il trouve du génie à une femme quien monte en voiture, à une femme quien sait sourire… Bref, il ne laisse le mot dans las hauteurs". El poeta le admiraba, le escuchaba y en 1940 le ofreció el drama Le Bel Indifférent, que Piaf interpretó, acompañada de Paul Meurisse, a los Bouffes-Parisiens. Porque ella era cantante y actriz, una intérprete mítica que llevaba la escuela de las grandes cantantes de cabaret de principios de siglo, empapadas de caos sociopolítico e inventoras del music-hall, donde seducían a los trabajadores y a los hombres de letras y ciencias.

Cuentan que Freud fue al cabaret Le Chat Noir a escuchar a Yvette Guilbert y quedó tan fascinado que no paraba de aplaudir. "Regardez cette petite personne dont les mains sont celles du lézard des ruines. Regardez son frente de Bonaparte, ses yeux d’aveugle qui vient de retrouver la vue. Comment chantera-elle?… Très vite, Édith Piaf, quien se tâte, et que tâte son public, a trouvé son chant. Te voilà qu’une voix qui sort des entrailles, une voix qui l’habite vient des pieds á la tête, déroule une haute vague de velours noir". Cocteau dixit.

ANHELO DE LOS CREPÚSCULOS ESCRITOS CON CENIZAS DE ACUARELA. Entras. No sabes hacia dónde caminas los primeros pasos, pero desde un principio se escucha la música: un jazz clásico de cava con mucho swing. Me adentro por escenarios en los que el paisaje se hace cada vez más lleno de sílabas justas y acordadas que me llaman juegos de naturalezas muertas y del amor más vivo. No pienses que la astucia es una palabra que no va a ninguna parte. Ensartas frases que indican los atajos del deseo, el principio de las certezas, la manifestación de los espejismos. Malabarismos en el árbol del sentido cuando la letra tiembla a gusto.