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Conservando el Planeta

Más allá de los argumentos, los inéditos que se presentan al millonario galardón se han poblado desde hace años de una legión de mujeres valientes y empoderadas como Sonsoles Ónega, tal como el dios del #MeToo manda

La escritora y presentadora Sonsoles Ónega, tras recibir el Premio Planeta

La escritora y presentadora Sonsoles Ónega, tras recibir el Premio Planeta / EFE

El Premio Planeta y su compleja parafernalia es, posiblemente, el ritual más conocido de un grupo editorial que nació, en la prehistoria de una posguerra sórdida y heladora, en torno a la mesa camilla del hogar de un astuto xarnego que vio en los libros la posibilidad de salir de pobre.

Hoy, Planeta es un gigante audiovisual internacional que, entre otras joyas mucho más rentables (canales de televisión a derecha e izquierda, radios, productoras de contenidos, revistas, diarios), y por solo limitarme a los libros, posee, además de la cadena más importante de librerías en lengua española, más de setenta sellos editoriales que publican cada año en cinco idiomas más de 4.500 novedades y otorgan una cuarentena de premios literarios que, entre otras cosas, les han servido para arrebatar autores a su competencia oligopólica (como el grupo Penguin Random House).

Como a todos los grandes, a la gente de este Planeta le gusta alardear de números. Sus responsables insisten en que, en lo que lleva de vida, unos 45 millones de lectores han comprado o leído obras de algún ganador o finalista del célebre premio, que se concede la noche del día de Santa Teresa, en honor, como manda el amor conyugal, de la esposa del Fundador.

Adaptación

El premio se ha adaptado, sin duda, a tiempos y sensibilidades, pero hay liturgias que permanecen. Ahí tienen, sin ir más lejos, la fastuosa gala en la que se otorga, y cuyo carácter incestuoso (se juntan banqueros e industriales, políticos de toda laya, autores, gentes de la cultura, celebridades) ha constituido desde siempre una auténtica (y exclusiva) anomalía cultural, especialmente cuando algunos miembros de la familiar real aceptaban la invitación a presidirla.

En todo caso, y a pesar de la mayor contención, la ceremonia sigue ofreciendo un aire un poco huachafo, por usar un magnífico adjetivo que he aprendido en la última novela de Vargas Llosa y que, para entendernos, pertenece al mismo campo semántico que cursi, pretencioso o kitsch.

Los temas y asuntos de los libros premiados también han ido cambiando. Superado ya el realismo social abundante y abundoso y las prolijas novelas “históricas” de la vuelta a la “narratividad”, el actual universo temático de los originales se nutre abundantemente de la llamada “novela negra” más o menos gore.

Mujeres empoderadas

Pero, más allá de los argumentos, los inéditos que se presentan se han poblado desde hace años de una legión de mujeres valientes y empoderadas, tal como el dios del #MeToo manda. Este año ha recaído en Sonsoles Ónega, cuyo trabajo como presentadora de lujo de la cadena Atresmedia no debe hacer olvidar, ni siquiera a los más suspicaces, que viene escribiendo novelas (y logrando premios, como el Fernando Lara) desde hace más de una década.

Los premios, siempre bien negociados, los 'concede' un jurado impar por mayoría simple

También ha cambiado la comunicación del premio. Desde que Jesús Badenes se hizo cargo de la división de libros del grupo, las filtraciones más o menos escandalosas que restaban credibilidad al certamen (al tiempo que lo publicitaban) han sido sustituidas por un prudente secreto y pactos tras bambalinas. Los premios, siempre bien negociados, los concede un jurado impar por mayoría simple.

En todo caso, y para que vean cómo funcionan sus engranajes, el del último premio estaba formado por siete personas, de las cuales (¡ojo!) cuatro ya habían obtenido el premio con anterioridad, dos son empleados del grupo y otro es un respetado académico que representa la autoridad filológica.

A Planeta siempre le ha interesado llevar a su catálogo libros de celebridades, independientemente de su calidad como escritores. A este respecto, recuerdo de mi paso por una importante editorial del grupo, que mi entonces consejero delegado me azuzaba para entrevistarme con famosos y famosetes y convencerles de que escribieran algo, lo que fuera, “que ya lo arreglaremos aquí”. De modo que, hubo en momento, en que, como director literario, pasé, por ejemplo, de darle la mano a Juan Benet (en Alfaguara), a dársela (con todos mis respetos) a Moncho Borrajo. Pero esa es otra historia y, ay, no merece premio.