CRÍTICA

'Passes per Palma', de Biel Mesquida: esta imagen que pasa

En su último libro, el escritor se alza como una ficción geopoética de los nudos, de los confines, los hitos de un espacio vivido

El escritor Biel Mesquida

El escritor Biel Mesquida / Cortina P.

Sebastià Perelló

"Les pas perdus? Mais il n’y en a pas Nadja". André Breton

Un maestro de Biel Mesquida (Castellón de la Plana, 1947), Roland Barthes, afirmaba que una ciudad es como un ideograma. Y Passes per Palma, obra del autor de L’adolescente de sal, es una escritura que presta atención a la cara oculta de las cosas, como si leyera en los surcos diminutos del craquelado que hace la estratigrafía que conforma la ciudad, allí, en ese punto entre la idea que nos embiste cuando pensamos en Palma y lo que hemos vivido en ella.

De la impresión a la meditación, es como si algo que viene del pasado nos hablara del presente, incluso de la urbofobia y la congestión urbana que nos mordisquea, y de lo que está por venir. Porque dar pasos es andar, pero también una acción para conseguir algo en una contemporaneidad donde precisamente los espacios urbanos parecen estar en cualquier lado.

Aquí, la ciudad son palabras y una geografía humana. Además de una poética que declina Palma y la perfila en estados de ánimos. En ningún caso quiere cartografiarla, porque es una inquietud que deriva, pero ronda lo menos evidente del paisaje urbano. Es cuando el libro también se levanta como una ficción geopoética de los ribetes, de los nudos, de los confines, los hitos de un espacio vivido.

Y el punto de anclaje de todo esto pronto se convierte en la clave que abre lo que veremos: las voces de las mujeres, la madrina y la madre, desde donde descubriremos el entramado del microcosmos mezquidiano. Y el hogar, el espacio íntimo, la casa de la madrina en el Terreno, que actúa a la vez como un refugio y un verdadero observatorio, un espacio protector desde el que embiste la ciudad que no busca en la excepción que reclama el turista, sino en la vida ordinaria y local, y sin embargo, lejos de cualquier sombra localista. 

El perfil de la ciudad

Esta perspectiva marca las coordenadas, caminos y experiencias emocionales que muestran el perfil de la ciudad, que repunta en la tela de un atlas imaginario del esprit du lieu, que es relieve de memoria y archivo, espacio de la creación y del sueño, y espejismo del presente más fugaz del autor.

Mesquida no busca centrifugarse desde la ciudad porque esta mirada le lance lejos, sino que crea una tensión contraria, centrípeta

Este enfoque también determina el hecho de que Mesquida no busca centrifugarse desde la ciudad porque esta mirada le lance lejos, cuando Palma ya es cualquier lugar, espacio amasado en la deslocalización más amorfa, sino que crea una tensión contraria, centrípeta, que lo lleva a caer dentro, desde una mirada omfálica, porque es el mundo el que es absorbido en el paisaje interior de Palma, aquel que le sirve de referencia cuando va donde quiere.

El hecho de no querer ser en modo alguno una guía estructura el texto en una serie de transcripciones poéticas de los recorridos que marca un ritmo deambulatorio que lo hilvana a la errancia del flâneur, como si lo que debemos ver surgiera en este mosaico de espacios de un instante y nos dejara mirar por los intersticios, por las rendijas y las fisuras. Abandona así cualquier afán de totalización, no busca apropiarse del lugar, sino que deja que sus calles, sus olores, los colores, los modos de ser se apoderen de su mirada, y crea una especie de visión archipelágica de Palma que comparece a islotes y repuntados en un patchwork que deja ver una ciudad íntima, entrañada, como si el sentido de todo ello fuera casi eruptivo.

Y los lugares, la gente, las calles se desnudan hasta que son una lista y esa plasticidad vertiginosa de no tener parada, hacia lo interminable, como si dar pasos por Ciutat fuera como pasar el rosario, ser un contar y no terminar. De ahí esta movilidad permanente del texto que busca decir, paradójicamente, el incesante hormigueo de un lugar que sin embargo desde el principio no quiere embalsamar.

Los lugares, la gente, las calles se desnudan hasta que son una lista y esa plasticidad vertiginosa de no tener parada, hacia lo interminable

Es en este sentido que también se aferra a la biblioteca, a la ciudad de papel de quienes ya han dicho la suya, que impregna la mirada del autor y se funde. Es de esa pasta de papel que cita en el libro y al mismo tiempo obvia, que crea una hoja en blanco donde escribe su paisaje, lo presenta como un interludio, porque sobre todo será a través del tiempo, de su niñez hasta el rumor del presente, que tomará forma, en uno entre y entre temporal, que hace estallar instantes que dibujan una galaxia, donde todo da la impresión de un conglomerado simultáneo, como si fuera, visto de afuera, un cielo estrellado.

Texto y fotos que se funden

Mesquida describe su forma de ciudad. Un compostaje que adoba nuestra mirada sobre Palma, que no busca una identidad, sino ser parte del flujo y no fijar de modo alguno una imagen. Es cuando las fotos de Jean Marie Del Moral no se añaden como ilustraciones, sino que hacen circular otra ciudad que evidencia la composibilidad de ser una y a la vez muchas Palmas. Desvelen la alteridad, la apertura y el flujo de la variación.

Cuando el texto y las fotografías se aproximan no se rehúyen, sino que en ese contacto, en la posibilidad de impregnarse entre sí, se alzan como una patraña del innumerable continuum de imágenes que destila esta ciudad. Y generan juntos una efervescencia, una visión reticular que no refleja un carácter monográfico, al contrario, el espectro urbano que resulta es una miscelanea, un florilegio, un álbum, un repertorio.

Las imágenes de Jean Marie Del Moral parecen ser el rastro de la ciudad que queda en la membrana más excitable de su mirada, de su piel

Porque Jean Marie Del Moral aparece en el libro desde su desmadre de querer decir por los rincones de un paisaje que busca atrapar el reguero, el suma y sigue del que ve un observador sensible ante las estrías de Palma que nos pasan por alto, como si las imágenes fueran el rastro de la ciudad que queda en la membrana más excitable de su mirada, de su piel. Cada fotografía, cada paso que haces en Palma es como una picadura eléctrica de la aguja que suelta la tinta y la luz como una máquina de tatuar que traza un dibujo indeleble.

Y tanto uno como otro no son esclavos de su fascinación por la ciudad, ni de su biblioteca o de su imagología. Cuando se solapan, como los nervios, tienen ese aire, esa manera de entreabrirse una puerta o una ventana que muestra una cepa de palabras que sube hacia arriba porque la imagen se adentra, o viceversa, porque ya no disciernes más que la rampa magnífica que provoca su aleación.

Evitar los estereotipos tampoco es una obsesión porque saben que los sitios comunes son asimismo espacios del alma. Y una lucidez que viene de la atención fragmentada evidencia que también de los lugares de confluencia, de los nodos, de los espacios de reencuentro irradia el cañamazo, el envigado de Palma, la red nerviosa por donde pasa la corriente fluida de luz y palabras, y aquel génie du lieu de la topofilia que les mordisquea el corazón y las entrañas cuando pasean por Ciudad.

De su estratigrafía, del quebradizo que conforman, del skyline y la silueta que traman, sale un paisaje urbano brumoso, una ciudad nebulosa, turbia, que permanece en el entreoscuro que ennegrece y sin embargo fulgura. Por eso es más clara. Para que la busquen en los repliegues apretados de su vida.

'Passes per Palma'

Biel Mesquida

Fotografía de Jean Marie del Moral

Vibop Edicions

144 páginas

19 euros