CRÍTICA

'Yo que fui un perro', de Antonio Soler: la germinación de un alma infecta

El autor desgrana la eclosión de un maltratador en esta novela escrita con un formato tan aparentemente sencillo y a la vez tan arriesgado como el diario personal

El escritor Antonio Soler, autor de 'Yo que fui un perro'

El escritor Antonio Soler, autor de 'Yo que fui un perro' / EPE

Marta Marne

Las novelas con formato de diario tienen una estructura tan cerrada y delimitada que pueden llegar a convertirse en una pesadilla para su creador. No olvidemos que la intencionalidad consiste en que tan solo este pueda llegar a volver a leerlos. Cada capítulo debe transcurrir en un día -en ocasiones más de uno, pero no acostumbran a extenderse más allá- y suelen tener una extensión limitada; quien escriba de forma regular un diario sabrá que rara vez son necesarias más de unas pocas páginas para convertir en palabras todo un torrente de emociones.

El relato se nos muestra siempre en pasado y en primera persona, y el lector tiene claro en todo momento que se halla ante un narrador del que desconfiar. Si ya resultan dignas de duda las ficciones con esta voz narrativa, los diarios son en sí mismos el culmen de la subjetividad.

El protagonista de Yo que fui un perro, Carlos, es estudiante de Medicina, y el 23 de enero de 1991 decide empezar a volcar en un papel todo lo que está viviendo. Casi toda su vida gira en torno a su relación con su novia Yolanda. Su falta de confianza hacia ella, las dudas y los miedos que este vínculo le despiertan. Desconfía de aspectos como que duerma en la misma cama que su hermano, de la experiencia que parece vislumbrársele cuando intima con ella o de la ropa que se pone. Es un joven posesivo y celoso, y podemos apreciar ya desde las primeras páginas que estamos ante el germen de un maltratador, de un hombre sin autoestima, pero con exceso de ego que tratará de minar a las mujeres que le rodean.

Pese a lo sencillo que pueda parecer en un primer momento el formato escogido por Antonio Soler (Málaga, 1956), es de lo más arriesgado. Si quieres que un diario parezca lo más real posible debe ser repetitivo en algunos puntos -obsesiones similares nos persiguen a lo largo de los años- e incluso falto de acción narrativa. Nuestro día a día suele ser monótono y solemos quejarnos de las mismas cosas una y otra vez. Más aún si estamos ante un texto que surge para apaciguar la ira de quien lo escribe.

Formato realista

El autor malagueño supera la prueba con nota, y se arriesga a que la acción pueda ralentizarse debido al realismo que consigue aportarle al formato. No obstante, lo compensa a través de capítulos bellísimamente construidos. Es más, juega con el lector aumentando el deleite con la prosa de aquellos fragmentos que resultan más incómodos a nivel argumental: cuanto más explícito es el contenido, cuanto más se nos muestra el alma infecta del narrador, mayores cotas de maestría alcanza el texto. El impacto es evidente y, pese al placer obtenido con la lectura, resulta imposible conectar con el protagonista.

Cuanto más se nos muestra el alma infecta del narrador, mayores cotas de maestría alcanza el texto

A lo largo de todo el libro ondea la dicotomía entre el bien y el mal como algo unívoco e incuestionable. Esto va de la mano de uno de los aspectos mejor plasmados en la novela: la objetivación a la que la mirada de Carlos somete a las mujeres. Las sexualiza hasta el extremo y asume que el resto de hombres ve los cuerpos femeninos como él. Esta visión del mundo le lleva a un sentimiento de culpa que no acaba de comprender y que le atormenta.

Con el paso de las páginas veremos la evolución del narrador hasta un clímax que cierra la historia, pero que no es el final del protagonista. Y no resulta complicado imaginar hasta dónde llegarán su ira y sus obsesiones tras ese punto final.

'Yo que fui un perro'

Antonio Soler

Galaxia Gutenberg 

296 páginas

22 euros