Opinión | CUADERNO DE NOTAS

Hacia el otoño

Los buenos libros son infinitos. Y nunca me cansaré de repetir que la verdadera lectura es la relectura

Celebración de la 'Fiesta del Otoño' en un parque de Barcelona

Celebración de la 'Fiesta del Otoño' en un parque de Barcelona / Guillermo Moliner

CORTOCIRCUITO. Se ha apagado la luz. De golpe. Ha huido la corriente eléctrica. El ordenador en el que escribía un correo ha quedado negro. El gabinete negro. La biblioteca negra. Mi cabeza negra. Solitario, algo orgulloso de esta soledad, algo inquieto de ese orgullo. Me toco la nariz. La llevo puesta. Madame de Lafayette sabía que era lo primero que caía de la calavera. Los inuit se tocan la nariz para saber que están vivos. Me toco la nariz y miro hacia los cristales de un gris plateado por la última claridad del jardín. Este resplandor de plomo y de plata me reanima por dentro. Me toco la nariz otra vez. Da igual vivir sin corriente eléctrica. Vivir, estar vivo. Vivir es ser feliz.

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RELECTURAS. Hace un calor de mil demonios. Escribo con el ventilador de palas de madera de nogal colgado en el techo como un ambiente de una novela de Graham Greene en un país tropical. Algunos mosquitos que me atacan también ayudan a conseguir el efecto de país infestado. Y por añadidura tengo otro ventilador Bluesky de plástico blanco en la espalda. Ambos son muy silenciosos y mueven con frescura y eficacia el aire de mi gabinete que de esta forma se convierte en respirable.

Con estas ayudas me he pasado el mes de agosto haciendo relecturas. Es un ejercicio que me entusiasma. Coger algunos de estos libros que amamos y volver a saborearlos. Descubro cosas que había olvidado y encuentro otras que me habían entusiasmado y que recordaba punto por punto. También en esta exploración inacabable de estas obras aparecen pasajes que me parecen nuevos y tramas que son cómo trozos recién reescritos. Los buenos libros son infinitos. Y nunca me cansaré de repetir que la verdadera lectura es la relectura.

Quizás El Jardín de los Finzi-Contini (Lumen) es el que me ha hecho más compañía. Tengo tres ediciones: el original Il Giardino dei Finzi-Contini (Mondadori), que me regaló hace cincuenta años Rosa Samaranch, un patricia amiga de la época barcelonesa que fue quien me descubrió toda la obra de Giorgio Bassani, lo que le he agradecido toda la vida. La otra edición es la catalana El Jardí dels Finzi-Contini (Proa), muy bien traducida por Pau Vidal. Y esta española magníficamente traducida por Carlos Manzano que es la que esta vez he utilizado.

Tengo un gran goce de revivir esta crónica entre el narrador y los hijos de la noble familia judía de los Finzi-Contini de Ferrara (Italia), que tiene elementos de novela de aprendizaje y elegía. Bassani seduce al lector y lo introduce en el conocimiento de la historia de una familia de la alta burguesía judía, con un palacio, la magna domus, rodeado de un jardín de fábula, el Barchetto del Duca, donde el alter ego de Bassani se hará amigo del hijo Alberto y se enamorará de la hija Micól.

Qué tardes infinitas me he pasado paseando entre las mil y una especies vegetales de aquel jardín interminable, escuchando las conversaciones del protagonista y Micòl, mirando las partidas de tenis, participando en las discusiones sobre política entre Alberto y Giampiero Malnate, otro amigo, y soñando en un tiempo en el que por desgracia la Segunda Guerra Mundial lo quemaría todo bajo una lluvia insistente y apocalíptica. La prosa de un poeta como Giorgio Bassani ha logrado emocionarme una y otra vez. Esto es la prueba de fuego de la gran literatura, del gran arte. Leed Bassani, ¡todo Bassani! ¡No os arrepentireis!

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RAR0S. ¿Por qué adoro los irregulares, los raros? Aquellos individuos o textos fuera de los límites admitidos, de las formas esclerosadas, en las fronteras de los papeles y de los registros convenidos, aquellos que enturbian, atacan o desplazan a las categorías admitidas, aquellos que tienen por destino el olvido, el desconocimiento y la desaparición.

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DIARIOS. Soy un amador de estos cuadernos de bitácora que muchos humanos escriben cada día de su vida. Creo que me aficioné de adolescente a estos textos apasionantes con el diario de un hombre que apenas hacía más que el diario: Amiel. Un hombre que escribe: "Un día más, un paso más hacia la muerte" puede darte todas las sorpresas. Y disfruto con diarios tan de cabecera como El quadern gris de Josep Pla, el Journal de André Gide y de Jules Renard, los Cahiers de Paul Valéry, los dietarios de Robert Musil, de Blai Bonet, de Wittgenstein, de Marià Manent, de Julien Green, el Glossari de Eugenio d’Ors, los dietarios de Virginia Woolf, de Pierre Léauteaud, etc.

Los humanos en estos tiempos carniceros y arrojados hacia la incultura se olvidan siempre de sí mismos. Lo que este cronista aconseja a sus amigos es que hagan un dietario para sí mismos. E insiste y sacude y razona y desrazona a favor de esta manera de verse a uno mismo. En una sociedad que sólo busca el entretenimiento a destajo, que sólo quiere distraerse, moverse, ir de marcha, salir a cenar, viajar a toda velocidad, no aburrirse, no estar solo, no pensar, etc., hablar de un dietario parece un absurdo.

Ya lo dice, claro y catalán, el amigo y maestro Jordi Llovet: "Entonces sucede que la gente se muere sin ni siquiera haber sabido cómo puede llegar a ser digna una vida". Un dietario es una conversación con uno mismo que nos ayuda a convivir con la vida y con la muerte que llevamos adentro (el quotidie morior de los clásicos). Y esto es higiénico, es estimulante, no tiene contraindicaciones ni efectos secundarios. Dietarios recomendados. 1. Dietaris de Albert Ràfols Casamada. 2. Quaderns de l’Alquimista de Josep Palau i Fabre. 3. Dietari complet de Marià Manent. 4. Inflexions de Josep Iborra. 5. Dietaris de Joan Fuster. 6. Diarios de J. C. Llop. 7. Dietaris de Feliu Formosa. 8. Dietaris de Pere Gimferrer. 9. Bosc endins de Valentí Puig. 10. Dietaris de Vicent Alonso. 11. Dietaris de Enric Soria. 12. Dietaris de Miquel Pairolí. 13. La cambra insomne de Ramon Guillem. 14. Las hores fecundes de Joan Garí. 15. En aquesta part del món. Dietaris (1945-2004) de Guillem Simó. ¡Hacen tanta compañía!