Opinión | OPINIÓN

Javier Tomeo, el amado monstruo de la literatura

Fue un autor ninguneado a la hora de ser tratado como uno de los grandes de la literatura española del siglo XX

El escritor Javier Tomeo, en una imagen de archivo

El escritor Javier Tomeo, en una imagen de archivo / Guillermo Moliner

Javier Tomeo es otro de esos escritores casi olvidados tras su muerte. Puede que sea porque no se le vincula a ninguna generación concreta. O por su personalidad. Ahora se publican varios relatos inéditos y se reeditan algunas de sus novelas.

La cuestión es que este escritor de Quicena (Huesca), pero barcelonés íntegro, fue ninguneado a la hora de ser tratado como uno de los grandes de la literatura española del siglo XX. En el extranjero se extrañaban. Fue traducido al francés, al alemán, al inglés, al holandés, al italiano y no sigo, y adaptados sus textos al teatro de cada una de esas lenguas. Honrado fuera, ignorado dentro.

No llevó bien esa sensación de dejadez por sus libros, pequeñas obras literarias de psicología humana que lo convertían en único. Lo sé bien. Fui su vecino durante 50 años y conocí de primera mano sus frustraciones y dudas. Lo ocultaba gracias a su personalidad. Hombre corpulento, grandes manos, seductor con las mujeres, agrio cuando la situación le superaba. Aunque fuera una nimia tontería.

Sus historias eran de una compleja profundidad, pero con naturalidad. Por ejemplo, estrenó en 1998 Diálogo en Re menor en la Grande Salle del Odéon-Théâtre de l’Europe. Se convertía así en el primer español en representar en los tres grandes teatros del Estado en París: el Théâtre de la Colline con Amado monstruo y en la Comédie Française con El castillo de la carta cifrada.

Una vez acabada la representación, apareció en el escenario el elenco para recibir los aplausos. Al fin, salió el autor. Lo hizo solo. El público se puso en pie. Tras la típica reverencia, volvió atrás. Y, entonces, miró la hora del reloj. ¡Miró la hora del reloj!, entre las risas del público. Después, le pregunté: «Javier, ¿por qué has mirado el reloj en un momento de clímax escénico?». Contestó sonriente: «Fue para quitar importancia. Hacerlo natural». Ese era Tomeo.