CRÍTICA

Crítica de 'Lodo', de Begoña Méndez: un trágico episodio todavía por cerrar

Este libro es el diario de viaje, un relato hacia los propios orígenes

La escritora Begoña Méndez

La escritora Begoña Méndez / EPE

Anna María Iglesia

"He visto maletas fluorescentes, gafas de sol fluorescentes y más de 20 marcas distintas de sandalias de goma. He oído timbales, he comido buñuelos de caracola y he visto a una mujer con un vestido de lamé vomitando dentro de un ascensor de cristal", escribió David Foster Wallace en Algo divertido que nunca volveré a hacer, texto lleno de ácida ironía resultado de la experiencia del autor en el crucero Nadir, donde se había embarcado por encargo de la revista Harper Bazar

En las páginas de Lodo, a diferencia de lo que sucede en las escritas por el autor norteamericano, no hay humor. Sin embargo, hay algo, apenas perceptible, que une ambos textos: la mirada. Begoña Méndez (Palma, 1976) observa la destrucción de la que ha sido objeto el Mar Menor con la estupefacción y el desconsuelo que, tras el humor, también se percibe en Foster Wallace. De hecho, las primeras páginas de Lodo tienen lugar en un hotel en pleno invierno: enfrente el paisaje natural arruinado por la explotación. En el interior, una turista, preparada para sus vacaciones, se queja del mal tiempo. 

"Los medioambientes penetran en los cuerpos que los usan y los habitan; de igual modo esos cuerpos, los que están, los que estuvieron y también los que vendrán, son estrato y yacimiento, depósitos en los suelos de los entornos que ocupan", escribe Méndez. En su transitar hacia la playa por la arena convertida en "plomo negro" y bañada por un "mar ocre rojizo", la tristeza la embarga. Es la tristeza por "esas vidas que yacen en el subsuelo, hacinadas ahí dentro, bajo tierra o en el mar, en el puerto sepultado por sustancias tóxicas, en las ruinas olvidadas, ocultas en la oquedad de la historia descartada".

Es la tristeza por las vidas que resisten sobre la superficie, arruinadas por esas mismas sustancias tóxicas, a las que se les arrebató su territorio y su mar. Y es la tristeza por esa tierra, a la que viaja por primera vez Méndez y que sus padres abandonaron en los años 50 en busca de una mayor prosperidad en Mallorca.

DESTRUCCIÓN

Lodo es el diario de viaje, un relato hacia los propios orígenes. Y es la historia de una destrucción, la de un territorio: "¿Acaso no es La Manga un ser vivo enfermo de humanidad, maltrecho y violentado por nuestra man?", se pregunta, observando los "lechos que han sido dragados para que amarren los yates", las "desaladoras ilegales", los "acuíferos sobreexplotados" y las "ramblas que arrastran salmuera".

La ley de costas llegó demasiado tarde, cuando el daño ya estaba hecho y, además, "propició que munchos empresarios y constructores trasladaran el foco de su atención y de sus inversiones a la agroindustria y al cerdo". La vida comunitaria de quienes ahí viven fue destrozada, mientras florecían resorts vacacionales, yates en el puerto, casas búnkeres con piscinas privadas. "La ciudad privatizada, la caída implacable de la vida vecinal", concluye.

Dentro de la serie Episodios Nacionales creada por la editorial Lengua de Trapo para narrar nuestra historia contemporánea, Lodo es uno de los capítulos más trágicos y todavía no cerrado. En Murcia, Méndez se reencuentra con Mallorca: dos territorios unidos por una historia común. Dos territorios unidos por la especulación inmobiliaria, por el turismo de los yates, por la destrucción de la costa y por la aniquilación de la vida vecinal. No hay espacio para la risa, pero sí para esa mirada que, como la de Foster Wallace, es capaz de sacar a relucir lo terrorífico de un modo de vida asumido, de un escenario convertido en habitual.

'Lodo'

Begoña Méndez

Lengua de Trapo

100 páginas

14,85 euros