CRÍTICA

Crítica de 'Castillos de fuego', de Ignacio Martínez de Pisón: la fábula de la historia

El escritor vuelve a la posguerra en su último libro, una documentada novela que busca a toda costa rescatar incluso de la mayor de las negruras unas briznas de verdad

El escritor Ignacio Martínez de Pisón

El escritor Ignacio Martínez de Pisón / Ricard Cugat

Ricardo Baixeras

Sigue empeñado Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) en mostrar hasta qué punto la vida interior que trata de recrear en sus novelas es la cifra y el punto ciego que explica la vida colectiva de todo un país. Al narrar las diversas individualidades está narrando una identidad plural fácilmente reconocible y por eso mismo muy difícil de recrear estética y literariamente.

Y vuelve por sus fueros Martínez de Pisón como si, a estas alturas de su aventura creativa, todavía quedara algo que decir sobre el franquismo y la Transición, territorios que ha sabido investigar y narrar como pocos escritores en este país. La posguerra es el centro neurálgico de Castillos de fuego, como lo fue también en Dientes de leche (2008) y Filek. El estafador que engañó a Franco (2018).

La nobleza y el envilecimiento de los personajes de esta ficción (en modo alguno maniqueos) forma parte de una poética narrativa a la que Martínez de Pisón no renuncia porque la suya, impecable e implacablemente urdida, busca a toda costa rescatar incluso de la mayor de las negruras unas briznas de verdad en el magma de una historia no por repetida aprendida.

En estos Castillos de fuego hay una documentación histórica ciertamente apabullante de la que ya había dado sobrada muestra el autor en Enterrar a los muertos (2005), documentación que queda confirmada en la nota final bibliográfica y que demuestra el modo en que Martínez de Pisón fabula con la historia que, en sus manos, vive instigada en el cobijo de una pura fábula, un castillo de fuego sobre el que renacerá, como ave fénix, el curso vencido de la historia.

COSTUMBRISMO

El costumbrismo de estirpe galdosiana del autor pergeña aquí una notable diversidad de escenas, planos y personajes que se erigen en la piedra de toque de esta voluminosa novela contada a través de cinco libros que ocupan un marco temporal muy preciso y que va de noviembre de 1939 a septiembre de 1945. Un orden temporal que contrasta con el carácter fragmentario del libro en su conjunto: cientos de escenas y una treintena de personajes concatenados los unos a los otros y que, sin embargo, no desconciertan al lector. Quizá porque el único lugar compositivo unitario del libro es la ciudad de Madrid, marco espacial devastado por la guerra y que se erige en el más emblemático de los personajes, ya que es en su interior donde los seres de esta ficción urden su propia (des)memoria.

¿Qué se debe recordar? ¿Qué hay que olvidar? ¿De quién y de qué guardaremos memoria y olvido? ¿Qué acontecimientos hicieron posible lo real aquí transmutado a ficción? ¿Qué se puede perdonar? ¿Qué significa entender lo que está sucediendo? Es asombrosa la capacidad que tiene Martínez de Pisón para anclar en el nivel más superficial de la trama estas cuestiones en las que apenas aparece la fuerza elocutiva del autor y, sin embargo, siempre está ahí, custodiando -de lejos y con mano firme- el tarro de las esencias.

DESTINO COLECTIVO

Por Castillos de fuego pululan personajes reales como el enigmático agente soviético Heriberto Quiñones, el dirigente comunista asesinado por orden del propio Partido Comunista de España Gabriel León Trilla o el escritor y destacado miembro de la Falange Dionisio Ridruejo, pero también de ficción como Eloy, Basilio, Gloria, Cristina, Alicia y Valentín. Entre unos y otros dibuja el narrador una suerte de destino colectivo, sea cual sea el bando porque no "hay nadie que no haya perdido algo en esta guerra". Los comunistas y los falangistas fraguan ese destino que lo es porque está hecho de dolores íntimos, de un hambre atroz, de una clandestinidad compartida, de unos interrogatorios sangrientos y de unas actuaciones conspirativas que dibujan una escenografía difícil de olvidar.

"Una novela que se inscribe en el pasado para suscitar la reflexión de nuestro presente más acuciante"

Estas interconexiones entre los unos y los otros articulan un vaivén múltiple de escenas que tejen y retejen el tiempo de una historia que el lector percibe desde el principio como tremebunda. Nacer, crecer, tener una vida por delante, callar, contar, vivir y morir en aquella España dividida debió ser tremendo y esa es la imagen imperecedera que diseña Martínez de Pisón en este libro: personajes cargados de humanidad y de inhumanidad que, a lo lejos, pueden ser vistos como héroes o villanos, pero no en su libro y por ese motivo pueden decir: "Yo solo quiero vivir. Ser una persona corriente y llevar una vida corriente. ¿Es mucho pedir? Quiero hacer las cosas que hace la gente normal. Y eso no es normal: ¡pasarse los domingos espiando a ancianas!".

Atados inevitablemente al mástil de su propio navío cada uno de estos personajes vive en una textura emocional sin escapatoria. No son dueños de sí, sino del viento de la historia que les arrastrará a la ciénaga infinita de un tiempo gris en el que no hay opción alguna porque "cuando se está en guerra, no se puede elegir". Y todo ello aderezado con la gramática ejemplarmente tranquila de un escritor cuyo fraseo se afirma tan contundente como irrefutable: esta historia había que contarla así, dialogando una y otra vez y dándole la voz a unos personajes que consiguen recorrer la enorme distancia que separa la victoria del fracaso, la vida de la muerte, el amor del desamor.

Una novela que se inscribe en el pasado para suscitar la reflexión de nuestro presente más acuciante.

'Castillos de fuego'

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral

700 páginas

22,90 euros