Opinión | Botón de nácar
Charles Simic y el azar
El poeta murió el 9 de enero, después de toda una vida dedicada a la escritura
“Todo es fortuito menos el azar”, dice Françoise Etchegaray que decía Rohmer (lo escribe en Los cuentos de los mil y un Rohmer) y aunque creo que seguramente es mentira, todo es fortuito y también el azar y solo hay caos y absurdez; si miramos el tiempo suficiente acabamos encontrando un hilo que nos lleva de una cosa a otra, ese caminito es el azar y si una vez que vemos el principio y el final podemos, entonces, fantasear con que iba de suyo que una cosa llevara a la otra.
Hace dos años, no sé qué especie de impulso de penitencia me llevó a entrar en una librería donde me trataban sistemáticamente mal. Curioseé por las mesas de novedades nerviosa, esperando el mal gesto que esta vez no llegó. Me detuve en la zona de poesía, apenas una estantería o dos, y me agaché: Simic.
Había varios libros de Simic y consulté a mi amiga por teléfono. Me llevé Acércate y escucha, que comencé a leer inmediatamente en la plaza a la que da la librería y que retomé varios meses después en un pueblo de Teruel.
En el piso nuevo he separado la poesía, los volúmenes están ahí al acecho cada vez que me acerco al baño. Ahí reposan dos Simic: el que compré ese día y otro que me llevé de la casa de mis padres, por supuesto, sin decir nada –hay que saber robar libros–.
PASADO Y PRESENTE
Abrí mi Simic un poco al azar, como quien no sabe qué anda buscando, con esa actitud un poco desafiante con que a veces nos acercamos a los libros, y lo abrí por el poema “Entre las ruinas”, que es emocionante y hermoso y consigue lo que me dijo Deborah Levy que había tratado de hacer en su novela El hombre que lo vio todo: poner pasado y presente frente a frente para que se vean.
Charles Simic nació en Belgrado en 1938 y emigró a Estados Unidos en 1954, donde ha muerto el 9 de enero de 2023, después de toda una vida dedicada a la escritura (poesía y prosa; he comprado sus memorias, Una mosca en la sopa esta misma mañana).
Él y su amigo Mark Strand (de quien leí varios poemas a finales del verano) fantasearon con la idea de montar un restaurante donde los camareros fueran reconocidos poetas. Simic escribió sobre las similitudes entre la cocina y la poesía o por qué prefería escribir a lápiz, entre otras cosas.
El libro que robé de la casa de mis padres es La voz a las tres de la madrugada, y el poema que le da el título, dice (la traducción es de Martín López Vega): “¿Quién ha puesto risas enlatadas / a la escena de mi crucifixión?”.
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