MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi traducción: Carlos Manzano, traductor de 'Ulises'

Desde que me puse a traducirlo, me sentí más feliz que nunca y agradecí no tener fecha de entrega. Tardé 464 días.

El traductor Carlos Manzano

El traductor Carlos Manzano / EPE

Carlos Manzano

Todo empezó así: hace ocho años un editor, de cuyo nombre no quiero acordarme, me propuso traducir Ulises, pero, aparte de que en aquella época yo no tenía tiempo para hacerlo, tampoco me veía capaz de semejante tarea; aun así, acaricié la idea, en caso de que más adelante mis circunstancias cambiaran para mejor y dispusiera del tiempo necesario a fin de probar a traducir una página al día y ver lo que saldría. Así, pues, compré las 14 traducciones existentes entonces en las seis lenguas que conozco: cinco en español, una gallega, dos catalanas, dos francesas, dos italianas y dos portuguesas y se quedaron esperando.

En marzo de 2018, entregué la traducción de Bajo el volcán a otro editor, de cuyo nombre tampoco quiero acordarme, muy satisfecho de haber podido acabarla en los escasos tres meses que se me habían concedido, y dos semanas después, el 2 de abril de 2018, tuve, lógicamente, un infarto, si bien fue, por cierto, el día más feliz de mi vida, además del más divertido. Estaba convencido de que no moriría y, por tanto, los editores que tanto me odian, la mayoría de aquellos para los que he trabajado no podrían alegrarse de semejante acontecimiento. Lo sé, porque he visto en numerosas ocasiones –me bastaría con citar las mías– la tranquilidad con que han dejado sin trabajo a traductores literarios que han demostrado una enorme profesionalidad o su intensísimo amor a la profesión más bella por mí imaginable.

Crítico exigente

Unos meses después, en diciembre de 2018, mi situación financiera había mejorado mucho y me acordé de la propuesta relativa a Ulises. Por primera vez en mi vida disponía de todo el tiempo del mundo, no tenía –ni quería, de momento, tener– editor, sólo faltaban cuatro años para que la obra pasara a ser de dominio público y en el peor de los casos existía la posibilidad de hacer una edición digital; así, pues, decidí probar a traducirlo y, de gustarme, como crítico exigentísimo que soy para juzgar mi propio trabajo, intentaría buscar un nuevo editor.

Desde que me puse a traducirlo, me entusiasmó –en contra de la obtusa opinión generalizada en el reino de los tópicos que, por desgracia, es nuestro país, de la que quienes participan con mayor saña son los colegas locales de Joyce, movidos por la proverbial envidia y la reciente cobardía españolas–, me sentí más feliz que nunca en el trabajo y agradecí infinitamente carecer de fecha de entrega. Tardé 464 días en acabarla.

Tras haber ofrecido en vano mi traducción a cuatro editoriales eminentemente literarias, estaba a punto de publicarla en edición digital, cuando, por bendita casualidad, vi en la prensa que Ernest Folch se había hecho cargo de la editorial Navona, por lo que se la envié y respondió al instante contentísimo y muy agradecido.

Sólo me queda espacio para opinar brevemente sobre las otras traducciones por mí consultadas: la mejor, la gallega, seguida de las dos catalanas, a cuál mejor, aun siendo diferentes, y, por tanto, las tres admirables y debidas a traductores literarios profesionales y muy expertos; el resto, bastante anodinas y, en particular, las de lengua española, todas ellas –¡qué casualidad!– obra de profanos.