He venido a hablar de mi libro: Oriol Nolis Curull

'La fragilidad de todo esto' es una reconciliación con la vida, sin lamentos ni ajustes de cuentas

El escritor y periodista Oriol Nolis Curull

El escritor y periodista Oriol Nolis Curull / EPE

Oriol Nolis Curull

Me parece casi imposible hablar del libro que uno ha escrito sin caer en el narcisismo o la autocompasión. Todavía más si esa novela cuenta algo tan íntimo y personal que, en algunos momentos, roza lo impúdico. Pero lo voy a intentar.

La fragilidad de todo esto nace del diario que escribí hace tres años, cuando mi madre ingresó de repente en un hospital aquejada de unos síntomas que, seis meses después, padecerían millones de personas en todo el mundo a causa del coronavirus.

Lo de menos en esta historia es qué tuvo mi madre (nadie nos lo supo decir). Lo verdaderamente importante es que todo aquello paró nuestras vidas y las cambió para siempre, cual demiurgo castigándonos primero y ofreciendo un nuevo comienzo después, no sin antes aprender lo que decía Amanda Gris en La flor de mi secreto, que la realidad debería estar prohibida y que nuestro mundo puede derrumbarse de la noche a la mañana.

Esta no es sólo una historia sobre el duelo, el dolor, la tristeza o el desamor. Esta novela es, o ha querido ser, una reconciliación con la vida, sin lamentos ni ajustes de cuentas, con el firme convencimiento de que, a veces, es necesaria una nueva mirada hacia el propio pasado y presente para poner rumbo al futuro. Una nueva mirada que nace también de las cenizas que deja la crisis de los cuarenta, si es que algo así existe de verdad.

Influencia

Lo que seguro que ha quedado plasmado en el libro es la influencia de una serie de mujeres sin las cuales no sería quien soy, especialmente mi abuela. A pesar de que algunas modernas canten himnos a las madres que siempre tienen caldo en la nevera, otros hemos escrito para las abuelas y tías que sabían ponernos un gin tonic, llevarnos al bingo o dejarnos sus abrigos de pieles para jugar, y que en cambio jamás demostraron interés alguno por cocinarnos un huevo frito o hacernos de canguro. No fueron ni mejores ni peores: fueron las mías. Y a ellas les debo, en gran parte, ser quien soy.

Ordenar recuerdos no ha sido fácil. Partí de esos primeros apuntes tomados durante largas esperas en el hospital. Después incorporé referencias cinematográficas que me ayudaron a poner los cimientos para la novela que meses después escribiría desde Chile, confinado en el minúsculo apartamento donde vivía cuando me sorprendió la pandemia.

El tiempo para pensar y escribir es un lujo al alcance de muy pocas personas. Pero yo lo tuve durante unos meses de excedencia que me sirvieron para poner palabras a sentimientos y vivencias que vagaban por mi mente esperando a que les diera un sentido. Contado así pudiera parecer que la novela es un exorcismo, un desahogo o un simple ejercicio terapéutico. Sin embargo, mi editora insiste siempre en destacar la voluntad literaria que hay detrás del libro y que, según ella, certifican quienes lo han leído.

Algunos me han dicho que les ha atravesado, que rezuma honestidad y verdad. No les doy ni les quito la razón, aunque si ha valido la pena escribirlo es, sobre todo, por lo que decía Patricia Highsmith: la primera persona que debes pensar en complacer al escribir un libro eres tú mismo.