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'La amante de Wittgenstein' de David Markson: el mundo en la cabeza

Es una lección de altísima libertad creativa ante la que los calificativos se agotan

El escritor David Markson.

El escritor David Markson.

Ricardo Menéndez Salmón

Como parte del curso que impartió en Cambridge entre 1933 y 1934, en las páginas iniciales de lo que hoy se conoce bajo la rúbrica Cuaderno azul, Wittgenstein procedió a distinguir dos modos mediante los que el lenguaje actúa. El primero, que definió de inorgánico, tiene que ver con el manejo de signos; el segundo, que calificó de orgánico, apunta a la forma a través de la cual esos signos se interpretan. Esta segunda actividad, añadía en sus notas el pensador austriaco, guarda relación con los mecanismos mentales, cuya cualidad más sorprendente consiste en su capacidad para producir efectos que los mecanismos materiales no logran.

Ello significa, concluía Wittgenstein, que, por ejemplo, un pensamiento puede estar en desacuerdo con la realidad, de modo que alguien puede llegar a pensar en una persona ausente e incluso puede llegar a pensar en lo que jamás sucederá. En 1988, David Markson, escritor vinculado a la escuela posmoderna norteamericana, publicó La amante de Wittgenstein, novela que organiza su peripecia en torno a la intuición del filósofo vienés y la decanta en una pregunta que adopta el aspecto de enmienda a la totalidad: "¿Qué hay que no esté en mi cabeza?". Así como Zeus parió a Atenea de su propio cráneo tras un golpe propiciado con el hacha de Hefesto, Kate, la narradora de La amante de Wittgenstein, da a luz a la totalidad del mundo (lo que acaece, diría el autor del "Tractatus") desde su pasmosa actividad intelectual.

La novela de Markson organiza su peripecia en torno a la intuición del filósofo vienés

Mediante esa operación, Kate no sólo extrae lo tangible, lo material, "lo real" diríamos con la necesaria cautela semántica (una playa, una casa, una gaviota), sino aquellos ensueños, quimeras o episodios del puro deseo que nuestro pensamiento, emancipado de los límites de la realidad, es capaz de cortejar: Spinoza pidiendo cigarrillos en una farmacia holandesa del siglo XVII, Tintoretto disparando con pistola a un crítico hostil a su arte, una lectora degustando las andanzas de un personaje llamado Rainer Maria Raskólnikov.

Kate, que se reclama loca y al tiempo se sabe absolutamente lúcida, que construye su discurso en torno a un dogma (la ansiedad es la nota definitoria de la condición humana), pero que traduce ese dogma en actitud filosófica (pues dicha ansiedad no es una patología, sino el asombro que mueve a interrogarse ante "las perplejidades intrascendentes de la existencia"), funde en su discurso todo lo que su vida ha sido con todo lo que podría haber sido, construyendo de ese modo una (o varias) biografía(s) que se levanta(n) sobre reiteraciones y lapsus calami, equívocos y anacronismos, paradojas y anfibologías, tramas, subtramas y obsesiones donde el lenguaje opera como escalpelo y faculta la anamnesis exhaustiva de una (o varias) experiencia(s) fundada(s) en torno a un drama que se desvelará en las últimas, conmovedoras páginas de esta lección de altísima libertad creativa ante la que los calificativos se agotan y que, en aras a la sobriedad, y como homenaje al clima wittgensteiniano que la nutre, me atrevo a calificar de acontecimiento.

'La amante de Wittgenstein'

Autor: David Markson

Traducción de: Mariano Peyrou

Editorial: Sexto Piso

262 páginas. 21,90 euros