Opinión | GATO ADOPTIVO

La legislatura fantasma

A las primeras de cambio, apenas cuatro meses después de conseguir una prórroga en La Moncloa, el castillo de naipes que Sánchez había construido con sus socios se ha venido abajo y amenaza con una legislatura en blanco

Pedro Sánchez y Pere Aragonès.

Pedro Sánchez y Pere Aragonès. / EFE

‘Hacer de la necesidad, virtud’ no deja de ser una forma fina de proclamar el viejo ‘el fin justifica los medios’. Y en ese planteamiento fundacional recaen todos los males de una legislatura que amenaza con ser la más yerma de nuestra historia reciente. Los apoyos que en otoño consiguió concitar el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para ser investido por tercera vez no podían ser más heterogéneos. Apenas les unía su oposición a un Ejecutivo encabezado por Alberto Núñez Feijóo con el respaldo de Vox y una miríada de intereses particulares, cuando no contrapuestos. A las primeras de cambio, apenas cuatro meses después de conseguir una prórroga en La Moncloa, el castillo de naipes que Sánchez había construido con sus socios se ha venido abajo y amenaza con una legislatura en blanco.

Pese al poco entusiasmo que la amnistía despertaba en las bases del PSOE, también en amplias capas de votantes del PSC, Sánchez se esforzó en vender a la opinión pública que, de una tacada, no sólo consolidaba la “convivencia” en Cataluña tras los duros años del procés, sino que también ponía las bases de una legislatura fructífera porque el acuerdo con Junts y ERC contemplaba como contrapartida la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para 2024. Con esas cuentas aprobadas, el Gobierno podría desarrollar sin mayores sobresaltos su agenda legislativa hasta 2026 y quién sabe si también 2027. Luces largas.

Pero la hoja de ruta del PSOE no es la de sus socios de ERC y de Junts, a los que ya hemos escuchado una y otra vez aquello de que la gobernabilidad de España les importa un bledo. No existe, contrariamente a lo que se había explicitado para hacer más digerible entre los votantes socialistas la amnistía, un acuerdo efectivo de legislatura; sólo hay un pacto de intereses. Con el perdón al procés ya en el zurrón, ERC se ha saltado el guion y ha convocado elecciones en Cataluña, lo que se ha llevado por delante cualquier posibilidad de que los PGE se aprueben este año. Y ya veremos el siguiente.

El president Aragonès ha aprovechado el órdago que a cuenta de un casino en Tarragona le lanzaron los Comuns de Ada Colau sin que Yolanda Díaz supiera reaccionar, para llegar a las urnas en la mejor posición posible: un PSC al que puede desgastar la amnistía, Junts sin candidato y el PP dilucidando si propone al rebelde Alejandro Fernández. Esquerra ha antepuesto su interés a cualquier otro y ha dejado a Sánchez colgado de la brocha. Si Salvador Illa no consigue gobernar -recordemos que ya ganó en 2021, que lo hiciera otra vez no sería lo relevante-, el único beneficiado de lo que llevamos de legislatura habrá sido Puigdemont, que habrá conseguido la amnistía.

A cambio, eso sí, Sánchez sigue en La Moncloa, que no es poca cosa. Pero la política no debería ser mantenerse en el cargo por el mero hecho de hacerlo, sino para aplicar las medidas por las que se pidió la confianza de los electores. Lo contrario es la antipolítica. ¿Qué utilidad tiene gobernar sólo para conservar el poder? La semana pasada, la misma en la que Aragonès adelantó las elecciones catalanas por no poder aprobar las cuentas autonómicas, descubrimos que da igual no tener Presupuestos Generales del Estado. O que el impacto de carecer de ellos es muy limitado. Curioso, tratándose de la ley más importante que aprueba un gobierno; el relato lo aguanta todo. No les cansaré enunciando aquí por qué ese planteamiento es erróneo. El economista Javier Santacruz ya lo hizo en un interesante artículo en Activos -el suplemento económico de Prensa Ibérica- el pasado 12 de febrero.

Pero sí es materia de esta columna la incapacidad del Gobierno para sacar adelante su proyecto legislativo, frenado ahora por las reiteradas convocatorias electorales hasta el verano. Los portavoces de Moncloa dicen que, una vez pasadas las elecciones europeas, quedarán dos años por delante sin comicios. Puede ser. O no. Y sobre todo, ¿de qué mayoría dispondrá Sánchez en el Congreso? Si el pacto de legislatura es papel mojado cuatro meses después, ¿cómo podemos confiar en que esa mayoría se recomponga tras el verano? ¿No dejarán heridas los acuerdos postelectorales en País Vasco y Cataluña? ¿Acaso Colau no se ha vengado en los Presupuestos catalanes de que Collboni le arrebatara la Alcaldía de Barcelona?

Son demasiadas preguntas sin respuesta que nos abocan a la sensación de que estamos ante una legislatura fantasma, huérfana de futuro.