LIMÓN & VINAGRE

Marta Rovira, un tsunami de sonrisas y lágrimas

Jamás ha asumido la señora Rovira ninguna responsabilidad de gestión pública. Desde muy pronto descubrió su vocación y su papel: Juana de Arco de la inminente República catalana

Marta Rovira

Marta Rovira / EPE

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Si uno escuchaba a Marta Rovira en algunas de sus comparecencias de 2016, 2017 o 2018 podía creer que hablaba una dirigente congoleña que denunciaba heroicamente la feroz explotación de la metrópoli. Una dirigente congoleña empalidecida por los sufrimientos de la patria que al mismo tiempo fuera una monja sonriente que toca la guitarra para que Oriol Junqueras cante mejor. Es su pareja ideal. Por eso llevan 12 años juntos. Junqueras como presidente y Rovira como secretaria general de Esquerra Republicana de Catalunya.

Subió muy arriba y muy deprisa en la estructura jerárquica de ERC. Y se le nota. A mí me impresionó particularmente su discurso en el Congreso de los Diputados: “No les gusta como hablamos, no les gusta como pensamos, no les gusta como soñamos”. Porque Rovira no hablaba entonces en nombre del grupo parlamentario de Esquerra. Pretendía hablar en ese instante en nombre de toda Cataluña y en tal condición se dirigía al resto de los españoles. Basta este discurso, esta grandilocuencia de saldo, este infantilismo quejumbroso, esta enormidad insignificante, para retratarla cabalmente. Jamás ha asumido la señora Rovira ninguna responsabilidad de gestión pública. Desde muy pronto descubrió su vocación y su papel: la de Juana de Arco de la inminente República catalana. Una imperiosa necesidad mitológica para unos pésimos gestores públicos.

Entre los cargos públicos de la extinta Convergencia Democrática de Cataluña abundan los que tenían padres y abuelos que habían sido alcaldes, concejales o presidentes de Diputación durante el franquismo y aun antes. En ERC era mucho más raro, pero se registran casos, como los de Marta Rovira precisamente: un abuelo fue alcalde de San Pedro de Torrelló entre 1956 y 1965 y un bisabuelo alcalde de Prats de Llisanés, entre 1939 y 1941. Nacida en 1977, estudio Derecho y más tarde Ciencias Políticas.

Su curriculum profesional es más bien raruno. En efecto, dictó clases de Derecho Administrativo, pero en el Instituto de Seguridad Pública de Cataluña, y ejerció la abogacía, pero en los servicios de apoyo de la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo. Ni la conocen ni la esperan en Uría Menéndez, ni en Garrigues ni en Cuatrecasas, ni en la Autónoma de Barcelona. En cambio es socia de la Cruz Roja.

Políticamente Rovira le debe todo a Junqueras y jamás representará un peligro para él: carece de plataforma política propia

Rovira no entró en ERC hasta 2005, pero apenas tres años más tarde, en el XXV Congreso Nacional de Esquerra, ascendió el comité ejecutivo como secretaria de Política Internacional. Era –por entonces-un cargo anodino, pero su simpatía, buen rollo y energía colaboradora llamó la atención de un dirigente ambicioso que creía tener la fórmula para modernizar el partido y ganar el apoyo de las clases medias fuera de Barcelona –el territorio de CiU—: Oriol Junqueras. Republicanismo pragmático y socialdemocracia amable. Políticamente Rovira le debe todo a Junqueras y jamás representará un peligro para él: carece de plataforma política propia. Representa la sentimentalidad de una política –la república como utopía– que ya es puro sentimentalismo.

Después pasó lo que pasó. Se atribuye a Rovira una presión lacrimógena sobre Carles Puigdemont para que no convocara elecciones autonómicas y proclamara la República. Lo hizo durante diez segundos. También se recuerdan sus prisas y órdenes draconianas para que se promulgaran a toda velocidad las leyes de desconexión. Lo que es seguro, según el informe publicado hace unos días por la Guardia Civil, es que intercambió información y trasladó consignas a la organización Tsunami Democràtic. En realidad sería una de las organizadoras de esa organización de terrorismo de baja intensidad.

En diciembre de 2017 fue imputada por el Tribunal Supremo por un presunto delito de rebelión. Procesada por el juez Pablo Llarena a principios de 2018 entregó el acta de diputada y esa misma tarde se largó a Suiza. Y desde ahí ha sido una de las negociadoras de ERC con el PSOE para conseguir un acuerdo e investir, de nuevo, a Pedro Sánchez. La amnistía está al caer. Rovira no ha regresado a España – vive en un piso estupendo en Ginebra – porque dice, con un cinismo angelical, que no sabe de qué cosas le acusan. Tonterías. Muy pronto podrá regresar a casa y seguro que al pisar la sagrada tierra catalana llora como una magdalena.

Llorar, discursear, indignarse, organizar broncas callejeras, impulsar una asonada contra el orden constitucional y estatutario, llorar otra vez. Es de temer que lo suyo sea un bucle que se repetirá cíclicamente hasta que Junqueras sea proclamado presidente de la República de Cataluña. Aunque sea durante diez segundos.