Opinión | POLÍTICA
Política fan mientras comen palomitas
La política deja de ser un espacio de construcción de ideas basadas en derechos y asuntos que permitan el avance social frente a la desigualdad, y que mejore la convivencia, para ser una confrontación permanente
¿Cambiará algo después de la carta de Pedro Sánchez? Con alta probabilidad, no. Más allá de posibles medidas legislativas con todo el conjunto de la cámara, hay una situación enquistada socialmente y complicada de revertir.
Siempre recuerdo cuando Rosa María Calaf dice que la población actual cree estar informada pero que, en verdad, solo está entretenida. Hay una pugna política en los medios por ocupar espacios, agenda, minutos de declaraciones… El resultado es que cuanto más incendiario sea lo que se diga, mejor. Cuanto más agresivo, mejor. Cuanto más llamativo, mejor. Aunque para ello se use la mentira, medias verdades o se abran debates ya cerrados y consensuados. De esta forma, se callan temas relevantes o se gana tiempo para no avanzar en lo que no interesa.
Así llegamos ante lo que llamo la 'política fan', cuando la política deja de ser un espacio de construcción de ideas basadas en derechos y asuntos que permitan el avance social frente a la desigualdad, y que mejore la convivencia, para ser una confrontación permanente. Y ojo. Esta disposición, tan usada por el populismo y la ultraderecha, construye a su vez una ideología. Una forma de comunicar y de relacionarse con el otro como enemigo, el rechazo frontal, la ausencia de consenso y no respetar las reglas de juego de la democracia.
En la 'política fan' el político se convierte en otro producto de marketing, donde se idolatra como un fan quinceañero a su cantante o jugador favorito. Por ello, en los programas de tertulias se dejó de debatir para ver quién grita más fuerte y quién dice la mayor burrada. Es el discurso del 'zasca' mientras la audiencia come palomitas entretenida, pero no informada. Solo pendiente de si se defiende a su ídolo o no, sin reflexión ni análisis. De esta forma, ni siquiera se permite la autocrítica, porque el ídolo es perfecto e incuestionable. Y cuidado si criticas, porque es probable que acabes desplazada, rechazada o vetada (más si eres periodista) de forma sutil.
Estos días se ha hablado de “los buenos” y los “malos” y me han preguntado mucho quién dice qué es verdad o mentira. Cada uno debería saberlo a estas alturas de la vida, según sus principios. La primera porque si tenemos como baremo los derechos humanos y fundamentales de la Constitución tendríamos claro con qué medidas se ataca y con cuáles se protege. Y tanto uno como el otro son textos con un fondo mucho más radical que lo que luego se aplica.
La segunda, que algo sea verdad o mentira, se sabe rápido con investigación y comprobación. Si llueve o no, solo hay que asomarse a la ventana para comprobarlo. Con más tiempo, se llama código deontológico y ética en la información. Y eso no es censura. Se llama buenas prácticas informativas. El problema es que algunos empiezan primero escribiendo el titular y, si cuando investigan, todo lo pensado se les desmonta, no quieren dar su brazo a torcer. Porque ese periodista sigue en el modo de la 'política fan'. Y el fondo es que no quieren que nada, ni siquiera la verdad, estropee su titular.
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