Opinión | BARRACA Y TANGANA

Un poco de pedagogía

Hoy en día lo llevo mejor: que cada cual viva el fútbol como le plazca, no pasa nada. Vivimos en una sociedad. Comprensión. Paz. Tolerancia. Quinoa

Un poco de pedagogía

Un poco de pedagogía / La firma de Enrique Ballester / EL PERIÓDICO

En el estadio de Montjuic está pasando de vez en cuando esta temporada. La gente se pone a hacer la ola sin ningún criterio, con el Barça jugando mal o empatando, vaciando el concepto y celebrando la nada. Dicen que la culpa es de los turistas, pero quizá no sea del todo cierto. Quizá ocurra que se ha hecho del Barça el chaval aquel de aquella estúpida y por tanto divertida película americana. El chaval aquel que intentaba liderar un aplauso colectivo y que los demás le siguieran, pero nunca acertaba con el momento adecuado. El chaval iniciaba las palmas en las situaciones más inoportunas y se quedaba siempre solo, triste y ridiculizado en el amago. Quizá ese chaval haya encontrado por fin el público que necesitaba, el de Montjuic, y sea justo él quien empieza la ola ahora en pleno drama. Quizá por eso los demás, desde fuera, no comprendamos nada.

Al estadio al que suelo ir todavía no han llegado los turistas, por suerte o por desgracia. A cambio, como el equipo va muy bien, abundan los domingueros de la grada. Esto es algo que en mi juventud llevaba regular, en una paradoja. Me gustaban las gradas llenas, las deseaba así, pero me daban un poco de rabia esos que nos despreciaban en las malas y se apuntaban en las buenas, en el balcón del éxito y arrastrados por la moda. Debo decir que hoy en día lo gestiono mejor: que cada cual viva el fútbol como le plazca, no pasa nada. Vivimos en una sociedad. Comprensión. Paz. Tolerancia. Quinoa.

Futbolistas ruidosos

Eso sí, existe un tipo de hincha que me sigue molestando. El aficionado que es incapaz de valorar la intendencia. El que solo aprecia a los futbolistas vistosos y ruidosos como una charanga, pero no ve el trabajo sigiloso y eficaz de los que se sacrifican por el colectivo jornada tras jornada. Me molesta porque para jugar así, pensando más en la ayuda a los demás que en el elogio de uno mismo, hay que ser buena persona, y me molesta porque tengo cero dudas al respecto: esos jugadores son precisamente los que te permiten celebrar los objetivos cumplidos a final de temporada. No son esos futbolistas dulzones que un día bien, vale, muy bonito, pero pronto se cansan y empalagan. A mí dame sabores amargos. No me fallan.

Por eso, por madurar e ir más allá del clásico 'no tienes ni puta idea de fútbol' en las discusiones, he ideado otra manera de defender y reivindicar a este tipo de futbolista honesto y a menudo poco valorado. Escucho con paciencia las tonterías de mis amigos y luego elijo a uno y le digo: "El próximo día me sentaré a tu lado y cada vez que ese futbolista que desprecias haga una acción positiva --una cobertura, un despeje, un robo, un duelo ganado, un pase de seguridad, uno que supere líneas, una falta táctica- te pegaré una hostia. A ver si así te das cuenta. Seguro que antes del descanso ya lo tienes claro".

Es poco probable, por lo que sea, pero pensemos por un momento qué bonito sería que esta entrañable y pedagógica manera de ver el fútbol se pusiera de moda. Miles de turistas pegándose en las gradas de Montjuic durante una goleada del Barcelona. Sería largo de explicar, pero tendría más sentido que la ola.