Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

La nostalgia inseparable

Por mucho que tratemos de evitar la nostalgia, esta nos persigue, se hace "inseparable", como decía Rafael Alberti. La arrastramos a lo largo de nuestra vida como una fiel compañera, ya que siempre hay cosas, personas y lugares que extrañar

El Corte Inglés de Méndez Álvaro

El Corte Inglés de Méndez Álvaro / ECI

Cuando me enteré de que iban a derribar El Corte Inglés de Méndez Álvaro, en Madrid, me sentí como el personaje de Totó ante la inminente demolición del Nuovo Cinema Paradiso, en el clásico de Giuseppe Tornatore de 1988. No se me va de la cabeza la escena en la que todo el pueblo contempla el final de aquel cine, abandonado desde hace años, y la grúa que acabará con la huella de tantas historias que allí sucedieron, algunas reales y otras de ficción, dentro de la pantalla.

Un centro comercial no posee el aura romántica de un cine antiguo, pero el 29 de febrero, el último día que abrió, cientos de vecinos fuimos a despedirnos, conmovidos e incrédulos. El cierre ponía fin a 32 años de actividad, puesto que se inauguró en 1992. Yo he acudido allí con mi familia desde que tengo uso de razón. Se me acumulan los recuerdos y las anécdotas entre sus muros, dentro de esa tosca y entrañable estructura de hormigón que era tan familiar, tan querida. Allí compramos el primer carrito de mi hermano, el material escolar de cada curso, mi Furby –¿alguien se acuerda de esa especie de gremlin adorable que te sobresaltaba en mitad de la noche dándote los buenos días?–. Conocíamos a los trabajadores; algunos nos han visto crecer a mi hermano y a mí. Ahora, todos ellos serán recolocados en otros centros madrileños.

El Corte Inglés es una huella del pasado –aseguraba el otro día un compañero–, un vestigio de los ochenta que cada vez tiene menos sentido en nuestra sociedad actual, con las compras online. Lo cierto es que una empresa intocable hace unas décadas ha empezado a entrar en decadencia, hasta el punto de verse obligada a cerrar varios centros en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Córdoba… La reorganización alcanzó las Islas: en 2014, cerró en Santa Cruz de Tenerife, tras 18 años, el de El Pilar. En 2020, según se publicó en distintos medios, el de Siete Palmas, en Gran Canaria, estaba igualmente en el punto de mira para una posible venta a medio plazo.

Todo el proceso se enmarca en una estrategia consistente en minimizar su presencia física y centrarse más en el comercio electrónico, tratando así de adaptarse a los nuevos tiempos. Resulta irónico, teniendo en cuenta que fue el gran sustituto de las míticas Galerías Preciados, la cadena española de centros comerciales más famosa de los años setenta que desapareció definitivamente en 1995 tras ser absorbida por El Corte Inglés. Sin embargo, el cierre del centro de Méndez Álvaro en Madrid no forma parte de esa estrategia, sino que responde a una apropiación indebida de suelo público en el momento de su construcción. Tras su derribo, una parte de la superficie se destinará a zonas verdes y dotaciones públicas.

A mí me afecta desde una perspectiva exclusivamente sentimental. De hecho, me sorprendió hasta qué punto podía conmoverme, y eso me condujo a plantearme el modo en que llegamos a sentir verdadero afecto por objetos materiales, como si estos fueran los últimos guardianes de un paraíso temporal al que ya no es posible volver. Como si las personas que se marcharon hubieran dejado una pequeña parte de ellas en esos lugares, en esos objetos. No tiene sentido desde un punto de vista racional, pero lo cierto es que ocurre. Mientras me despedía de aquel centro comercial, trataba de abarcarlo todo con la mirada, de fotografiarlo para la eternidad, porque pronto no sería más que un recuerdo. Y el paisaje se convertiría en un lugar extraño, diferente a lo que siempre he conocido. Desamparado.

Recordé que, en la película de 'Cinema Paradiso', el viejo encargado ciego del cine, Alfredo, incita al muchacho, Totó, a marcharse del pueblo, porque allí no podrá desarrollarse profesionalmente. Y le dice: "No quiero oírte más; solo quiero oír hablar de ti". Lo obliga a no abandonarse a la nostalgia, porque es esta una trampa que puede paralizarnos. Pero Totó regresa al cabo de los años, a tiempo para despedirse de su querida sala de cine, antes del derribo. Y todos los recuerdos vuelven. Porque, por mucho que tratemos de evitar la nostalgia, esta nos persigue, se hace "inseparable", como decía Rafael Alberti. La arrastramos a lo largo de nuestra vida como una fiel compañera, ya que siempre hay cosas, personas y lugares que extrañar. La vida, al final, no es más que una despedida constante. Sobre todo, para aquellos que tenemos la poca fortuna de ser unos sentimentales. Y no hay forma de luchar contra la sentimentalidad, por mucho que a menudo te propongas lograr que te afecten menos los acontecimientos. Por prosaico que pueda sonar, el Corte Inglés de Méndez Álvaro siempre será mi particular Cine Paraíso.