Opinión | EDITORIAL

Hacia otro ‘annus horribilis’

La discreción sobre la salud de la princesa de Gales fue legítima, pero no la desinformación

El rey Carlos III sale del hospital de Londres

El rey Carlos III sale del hospital de Londres / ANDY RAIN

La fotografía de Kate Middleton con sus hijos que los responsables de relaciones públicas del palacio de Kensington, residencia de los príncipes de Gales, colgaron en las redes sociales este pasado domingo fue un intento de salir al paso de una delicada cuestión de imagen para la familia real británica. Pero la evidencia de que se trata de una imagen manipulada, en cambio, la ha sumido en el caos. La parquedad de la información suministrada por el heredero de la corona británica sobre la operación abdominal a la que fue sometida la princesa en enero fue desde el principio insuficiente para saciar la curiosidad de la opinión pública. Aunque alimentó los rumores, la política informativa seguida respetó el legítimo derecho a la intimidad personal en materia de salud, al tiempo que ofrecía los detalles imprescindibles (incluyendo tiempo previsto de recuperación, que aún no se ha cumplido) en una figura con sus funciones públicas.

La respuesta al cúmulo de especulaciones y rumores para ofrecer una imagen de normalidad, es decir, la imagen distribuida en el día de la madre en el Reino Unido, no ha podido ser más desafortunada. Que la propia princesa de Gales se hiciese responsable de la manipulación agranda el desconcierto y da pábulo a todo tipo de suposiciones. La sospecha de que no solo se trate de unos retoques estéticos propios de una fotografía familiar amateur (carácter que no ha tenido nunca una imagen transmitida por canales oficiales) sino un intento de engañar sobre su estado de salud actual solo ha logrado disparar a un nuevo nivel las elucubraciones sobre el alcance de la dolencia que aconsejó intervenirla, la marcha de su recuperación e incluso sobre las relaciones de la pareja de príncipes.

El momento es especialmente delicado para la Corona británica porque el episodio de la fotografía coincide con el tratamiento que sigue el rey Carlos III, que padece un cáncer cuyas características Buckingham tampoco ha precisado, y con el estrés de la reina Camila que, requerida para sustituirle en actos oficiales, ha recurrido a una semana de vacaciones para recuperarse del cansancio provocado por tales obligaciones. Comunicado todo con textos vagos, incapaz palacio de atenerse a una estrategia informativa que preserve la intimidad de la familia real y, al mismo tiempo, mantenga informados a los ciudadanos. Da la impresión de que todo es fruto de la improvisación o del deseo de opacar la realidad. Pero hay algo peor que un discreto silencio, y es la desinformación.

En las monarquías constitucionales modernas, la imagen pública de los soberanos tiene una particular importancia, dadas sus funciones representativas. Isabel II pareció entender que esta no podía sostenerse solo en los elementos ceremoniales a raíz de la muerte de Diana de Gales, y que requería nuevas formas de apertura y de empatía. La dimensión global de las exequias de la soberana en 2022 y de la coronación de Carlos III al año siguiente siguieron esa pauta de acercamiento. Pero salvo pronta y convincente rectificación esclarecedora, la monarquía británica se encamina hacia otro ‘annus horribilis’ como calificó Isabel II a 1992 con el consiguiente desgaste de la popularidad de la Corona que, finalmente, se erige sobre la ejemplaridad, un mecanismo de adhesión que se pone a prueba constantemente.