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El sistema está roto

La media mundial de ciudadanos que consideran que el sistema en su país está roto sigue siendo mayoritario, y se ha mantenido estable desde 2016: lo afirma el 57%

Archivo - Pobreza, pobre, indigente, mendigo, sin techo, persona pidiendo en la calle

Archivo - Pobreza, pobre, indigente, mendigo, sin techo, persona pidiendo en la calle / EUROPA PRESS - Archivo

En 2024 están llamados a las urnas más de 3.600 millones de habitantes en el planeta (casi la mitad de la población mundial) en cerca de 70 países. Por señalar algunos de estos países, habrá elecciones en la India, en Rusia, en Estados Unidos, en México y en los 27 países de la Unión Europea, que entre el 6 y el 9 de junio decidirán cómo quedará constituido el décimo Parlamento Europeo. Habitualmente, las elecciones suelen ejercer un efecto catártico que reduce las tensiones políticas y sociales que se recrudecen en los meses previos a los comicios. Pero no siempre ocurre así, sobre todo cuando los cambios de gobierno no van acompañados de una percepción de cambios sociales, políticos o económicos. En esos casos, las tensiones pueden mantenerse o incluso incrementarse. 

En este marco contextual, Ipsos ha llevado a cabo una oleada más de su estudio global Broken System Index para conocer el sentimiento antisistema o populista que existe en las sociedades actuales. Se trata de una encuesta realizada en 28 países que sirve para medir el pulso social y el grado de aceptación del sistema en cada Estado. El primer dato que cabe señalar es que la media mundial de ciudadanos que consideran que el sistema en su país está roto sigue siendo mayoritario, y se ha mantenido estable desde 2016, el primer año en que se llevó a cabo la investigación. Ahora lo afirma el 57%, frente al 61% de hace siete años. 

En el caso de España, los datos del estudio de Ipsos indican que, tras varias oleadas en descenso, en el último año se ha mantenido en nuestro país el malestar con el sistema: 56% frente al 54% del año pasado. Es cierto que el dato de España, por un lado, es inferior al que presentan otros países europeos y, por otro lado, indica una tendencia contraria a la de estos otros Estados. La evolución desde 2016 en el caso de nuestro país ha sido claramente descendente: ha pasado del 78% al 56% actual, 22 puntos menos. Por el contrario, el porcentaje de ciudadanos suecos que consideran que el sistema está roto en su país ha aumentado 22 puntos en estos siete años (del 51% al 73%), y lo mismo, aunque en menor medida, en Francia (11 puntos) Gran Bretaña (9 puntos) o Alemania (6 puntos).

Pero no deja de ser significativo que siga siendo mayoritario el porcentaje de españoles que considera roto el sistema cuando en 2023 se han celebrado elecciones en diferentes niveles que han permitido renovar o confirmar a todos los alcaldes y ayuntamientos, a la mayoría de los presidentes y parlamentos regionales y a los máximos representantes políticos nacionales. Quizá este mantenimiento del recelo con el sistema tiene que ver con la elevada polarización existente en nuestras sociedades, que no desciende ni siquiera una vez celebradas las elecciones. Pero si estas ya no sirven, o no totalmente, para destensar las sociedades y para solucionar los problemas es, quizá, porque el malestar es más profundo del que se atisba por encima de la superficie. O también puede ser que las elecciones sean percibidas todavía como necesarias, pero al mismo tiempo, insuficientes. En este sentido, según los datos del estudio, dentro de las dos lógicas que convergen en el diseño institucional de la democracia, la representativa y la participativa, esta última parece seguir teniendo un peso significativo entre la mayoría de los españoles. El 62%, el mismo porcentaje que el registrado en la oleada de 2021 (la anterior en la que se incluyó esta pregunta), está de acuerdo con que las cuestiones políticas más importantes del país se decidan directamente por los ciudadanos a través de referéndums y no por los funcionarios electos. Un dato que sitúa a España como el tercer país europeo donde más acuerdo hay con esta idea, solo por detrás de Hungría (69%) y Francia (64%). Que en un año tan electoral como el 2023 y con un 2024 con elecciones al Parlamento Europeo, la gente siga pensando que votar a nuestros representantes no implica decidir las cosas importantes del país no puede sino significar que algo no se está haciendo del todo bien. 

 Salvar la democracia con mayor participación en los asuntos públicos por parte de los ciudadanos es algo que ya señalaba Tocqueville hace casi 200 años. Ahora bien, la introducción de elementos de deliberación pública en nuestras democracias debería ir acompañada de cierta vigilancia o, al menos, cierto compromiso con la veracidad de las premisas del debate. Saco esto a colación ahora que se acaban de cumplir cuatro años desde la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Una decisión que se adoptó tras la celebración de un referéndum vinculante y en la que los falsos argumentos utilizados por quienes apoyaban el abandono de la UE tuvieron un peso considerable. Ahora, transcurrido el tiempo, el 57% de los ciudadanos británicos cree que el Brexit ha sido más un fracaso que un éxito (una opinión que comparte el 70% de quienes son el futuro del país: los menores de 35 años). Y esta percepción tan negativa tiene que ver, precisamente, con la frustración que generan dos hechos que han tenido una evolución contraria a la predicha por quienes defendían el Brexit: la economía y el Sistema Nacional de Salud (el NHS en sus siglas en inglés). En estos momentos, la mayoría de los británicos considera que la salida del Reino Unido de la UE ha tenido un impacto negativo sobre el estado actual de la economía del país (70%) y sobre el dinero que el Estado puede destinar al sistema sanitario público (51%). 

En definitiva, el debate público de calidad es necesario para lograr una democracia sólida y saludable. Al fomentar una discusión abierta y bien fundamentada, se permite que todos los ciudadanos participen activamente en la formación de políticas y decisiones que afectan a su vida cotidiana. Este tipo de intercambio de ideas promueve la transparencia, la responsabilidad y la inclusión, elementos cruciales para una democracia exitosa. Sin embargo, es fundamental que este debate se base en hechos e informaciones verificadas para evitar la desinformación. Porque es esta, y no la confrontación de ideas, lo que realmente puede romper el sistema.