Opinión | OPINIÓN

Trump 2024

La mayoría de los votantes republicanos se sienten hastiados de los sistemas que conforman la vida estadounidense: el económico, el político y el mediático

Retiran un proyecto de Florida para ayudar a gastos legales de Trump que vetaría DeSantis

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Con motivo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de 2020 que enfrentaron por primera vez a Donald Trump contra Joe Biden, el Pew Research Center preguntó a los estadounidenses que manifestaban intención de votar al demócrata, cuál era el motivo principal para hacerlo. La primera respuesta, la que mayor porcentaje de menciones acumuló (56%), fue «que no era Trump». La segunda respuesta, a 37 puntos porcentuales de distancia de la primera, se refería al liderazgo de Biden.

Han transcurrido casi cuatro años desde aquellas elecciones y de aquella encuesta y todo un periodo legislativo para que el demócrata haya podido reforzar esa aparente carencia de carisma que proyectaba. En cierta medida el camino lo ha tenido más o menos despejado porque, durante este tiempo, lo más destacado ha sido la ausencia de otras figuras políticas que pudieran cuestionarlo. Líderes externos, pero también internos, porque ni los republicanos han logrado encontrar a un candidato alternativo a Trump en este tiempo ni Kamala Harris, la actual vicepresidenta, que parecía ser el relevo natural del actual presidente estadounidense, ha tenido la presencia pública necesaria para ser visualizada por los votantes como el recambio al actual presidente.

Y sin embargo, el porcentaje de aprobación ciudadana con el que actualmente cuenta Biden es el peor de los últimos presidentes estadounidenses en el mismo periodo de tiempo, (cuando resta aproximadamente un año para finalizar su primer mandato): 39%según datos de Gallup. En estas misma fechas en 2020, la popularidad de Trump se situaba seis puntos por encima (en el 45%).

A la espera del 5 de marzo de 2024, fecha clave en el ciclo de las primarias, porque ese día se celebran primarias en 15 Estados, y se reparte un tercio de los delegados totales que votarán en las convenciones nacionales (de ahí que lo llamen el Supermartes), todo parece indicar que Donald Trump volverá a ser el candidato republicano a la presidencia. Así parecen anticiparlo tanto su triunfo en las recientes elecciones primarias de New Hampshire, donde ha superado a la única alternativa real que les queda a los republicanos (Nikky Haley) como su éxito de la semana pasada en los caucus de Iowa. En las últimas cinco décadas, todos los candidatos que han ganado en Iowa y New Hampshire han logrado la nominación como candidato a las presidenciales.

La pregunta es lógica y pertinente: ¿cómo es posible que alguien que cuenta con más 90 cargos a sus espaldas, un calendario de campaña plagado de visitas a los tribunales y un final de mandato con tintes autoritarios pueda seguir manteniéndose como favorito para liderar la candidatura de los republicanos a la Casa Blanca? La respuesta a esta pregunta podemos encontrarla en algunas opiniones que arrojan las encuestas y que vienen a decir que el sistema está roto. Según datos de Ipsos, la mayoría de los votantes republicanos se sienten hastiados de los sistemas que conforman la vida estadounidense: el sistema económico, el político y el mediático. Por ejemplo, el 64% de los estadounidenses piensa que la economía americana está amañada para favorecer a los ricos y poderosos; un porcentaje idéntico considera que a los partidos tradicionales y a los políticos no les importa el ciudadano medio; y tres de cada cuatro estadounidenses (74%) creen que a los grandes medios de comunicación les interesa más hacer dinero que contar la verdad. Unos datos que hacen de Trump el perfecto canalizador de este generalizado sentimiento contra el establishment. Por dos motivos principales. El primero, porque lleva mucho tiempo, y parece que con éxito, prometiendo «drenar el pantano» (drain the swamp) si vuelve a ocupar la presidencia del país, en referencia a las aguas estancadas en las que está enfangada la corrupción, según él.

Y en segundo lugar, porque encarna en mayor medida que Biden, un tipo de liderazgo fuerte que parecen reclamar la mayoría de los ciudadanos: dos de cada tres afirman que Estados Unidos necesita un líder fuerte que retome el control del país que ahora se encuentra, según ellos, en manos de los ricos y los poderosos. No tengo duda de que Trump encarna a ese líder de cariz autoritario. Él mismo ha dicho que «no será un dictador, salvo el primer día». Lo que me sigue sorprendiendo es que la imagen del político que lucha contra los ricos sea la del primer presidente multimillonario del país. Aunque ya no sea presidente, sigue siendo un opulento personaje.

Es cierto que Trump perdió la presidencia una vez y el voto popular en dos ocasiones, pero la mayoría de las encuestas hoy por hoy no le descartan en absoluto para volver al despacho oval. La ensayista y activista canadiense Naomi Klein señalaba el otro día en una entrevista en El País que la única manera de frenar a Trump era mediante una renuncia de Biden, pero la experiencia dice que cambiar el caballo a mitad de la carrera no es una buena opción. Ahora las cuestiones que más influyen en el voto de los estadounidenses son la economía (63%), seguida de la lucha contra la delincuencia (55%). En ambas cuestiones, Trump y los republicanos se consideran mejor posicionados que Biden y el partido demócrata. Si hace cuatro años la ventaja de Biden era no ser Trump, ahora su desventaja es ser el mismo. Lo iremos viendo, midiendo y contando.