Opinión | ELECCIONES

Duelo en Galicia

Mayor número de votos para el BNG no tiene por qué transformarse en más escaños para el partido nacionalista, pero sí en menos representación para el resto de las formaciones de izquierda

Los candidatos a la Presidencia de la Xunta de Galicia en el debate de la TVG.

Los candidatos a la Presidencia de la Xunta de Galicia en el debate de la TVG. / Europa Press/Álvaro Ballesteros

El pasado 5 de febrero se cumplieron 34 años desde que Manuel Fraga tomara posesión de su cargo como presidente de la Xunta de Galicia por primera vez, un puesto en el que se mantuvo durante 15 años, 5 meses y 27 días. Para algunos, una condena. Sobre todo para los votantes, simpatizantes y partidos de la izquierda gallega que solo lograron romper la hegemonía de los populares durante un breve periodo de tiempo: el que abarcó la séptima legislatura que se desarrolló entre el 1 de agosto de 2005 y el 18 de abril de 2009. Durante ese tiempo, una coalición entre el PSdG y el BNG presidida por el socialista Emilio Pérez Touriño y vicepresidida por el nacionalista Anxo Quintana, se hizo cargo del Gobierno de la Xunta. Un breve ínterin que no satisfizo a la mayoría de los gallegos que volvieron a dar la confianza al PP durante los siguientes cuatro legislativas consecutivas. Hasta la actualidad.

Un pueblo poco dado a los cambios ("se chove, que chova" sería la expresión máxima de ese cierto conformismo con el que los propios gallegos definen su sociedad) y cuya última experiencia de ruptura del statu quo electoral no dejó un buen recuerdo, no parece encontrar ahora motivos suficientes que justifiquen un cambio de Gobierno en su comunidad. O al menos eso es lo que desprende de los datos de la macroencuesta preelectoral llevada a cabo por el CIS con motivo de estas próximas elecciones del 18 de febrero. Las 11.000 entrevistas realizadas por el instituto público indican que los gallegos no tienen una percepción especialmente negativa de la situación económica y de la situación política de la región.

De hecho, si comparamos la evaluación actual de ambas situaciones, económica y política, con la que los gallegos hacían en el 2005 (el año en el que el PP perdió el Gobierno de la Xunta) se observa que en 2024 son más (en concreto, el doble) quienes las califican positivamente que hace 19 años. En estos momentos el 44% dice que la situación económica de Galicia es muy buena o buena (frente al 22% de 2005) y el 37% dice lo mismo de la situación política (frente al 18% de aquel otro año). A estos, se añaden otros datos como que la mayoría (53%) considera que la gestión del Gobierno del PP al frente de la Xunta ha sido en general buena o más o menos buena (frente al 46% que considera lo contrario), que el PP es el partido que destaca como el más capacitado para gobernar Galicia, que es el que mejor representa las ideas de los gallegos y el que inspira más confianza.

Por otro lado, los populares cumplen las dos máximas de todo partido con aspiraciones electorales: retiene a la mayor parte de sus votantes (el PP cuenta con la fidelidad del 82% de quienes le apoyaron en 2020) y atrae a votantes de otras opciones políticas (dice que le votará el 59% de lo que quedaba de Ciudadanos, el 32% de Vox, el 4% del BNG, el 6% de los del PSDG, y hasta el 29% de quienes no votaron hace cuatro años). Por otro lado, el actual presidente en funciones de la Xunta, Alfonso Rueda, merece por su actuación como dirigente político una puntuación media de 5.4. Un aprobado que se puede considerar casi un sobresaliente en los tiempos actuales. Además, Rueda es el preferido para ser presidente para el 38% de los gallegos, 10 puntos por encima de la candidata del BNG, Ana Pontón, que se sitúa en segunda posición de las preferencias de los gallegos; y el 68% considera que su gestión al frente de la Xunta, cuando menos, no ha sido mala.

¿Significa esto que la izquierda no tiene ninguna oportunidad para lograr un cambio en Galicia? Lo tiene complicado, pero una condición que define a la democracia es la incertidumbre ex ante: nada está escrito. Sobre todo cuando queda toda la campaña electoral por delante (los datos del CIS son previos) y está comprobado que es durante este periodo cuando una parte importante de los electores decide su voto. Pero para que se produzca esta renovación se tendrían que dar una serie de condiciones. La primera de ellas, obvia, sería la movilización de ese electorado de izquierda que a pesar de desear un cambio se muestra electoralmente hipotenso. La segunda, que la distribución del voto de izquierda sea efectiva y eficiente. Un riesgo que corre la izquierda en su conjunto es que estas elecciones sean percibidas como un duelo a dos entre el PP y el BNG. El Bloque ha logrado consolidarse a lo largo de estos años como la clara alternativa al PP. Su viraje hacia unas políticas menos identitarias y más sociales le ha otorgado una transversalidad de la que antes carecía. No sería extraño que a lo largo de la campaña electoral vaya acaparando el voto de muchos de los votantes de izquierda que ahora dudan, porque es visualizado por muchos gallegos como el voto útil de izquierda en estas elecciones. Pero, paradójicamente, esta concentración del voto en torno al partido nacionalista puede alejar el cambio al dejar a los otros partidos, socios necesarios para que este se produzca, sin los apoyos necesarios para sumar escaños. En otras palabras, mayor número de votos para el BNG no tiene por qué transformarse en más escaños para el partido nacionalista, pero sí en menos representación para el resto de las formaciones de izquierda. En este sentido, la entrada en el Parlamento gallego de Sumar podría ser un factor, si no determinante, si facilitador de ese cambio. De lo contrario, el duelo a dos entre PP y BNG podría transformarse en un duelo (tomando la otra acepción del término) para la izquierda en su conjunto.

Recuerdo un análisis de las elecciones autonómicas gallegas de 2016 que Xoan Tallón (ahora vecino en las páginas de este diario) escribió en EL PAÍS comentando cómo una aparente inocente pintada callejera se convirtió en la mejor arma electoral del PSOE para derrotar al candidato del PP a la alcaldía de Ourense, Rosendo Fernández, en las elecciones municipales de 2011. "No votes a Rosendo, que es gerundio" proponía el grafiti. Y no le votaron. O no lo suficiente para superar a su rival socialista. El apellido del actual candidato del PP a la Xunta podría dar mucho juego para una pintada similar. Ahora bien, en esta ocasión, todo parece indicar que la izquierda gallega va a necesitar algo más que un ocurrente eslogan electoral urbano para darle la vuelta al resultado.